Esta es la Brigada del Delito encargada de las investigaciones: la Superintendente Ana Vázquez-Barrado, Directora del Instituto Cervantes de Bruselas; el Comisario Jefe Gonzalo del Puerto, Jefe de Actividades Culturales, y los Investigadores Carlos Zanón y Ángel Hernando (Moderadores, digo, portavoces de la Brigada).
La policía pide al lector que colabore con las pesquisas y, si sabe algo, que ayude a resolver el crimen perfecto cometido por españoles en la capital de Europa.
Tras el primer ataque del criminal, que desapareció con el provocador saludo “EL SISTEMA ES EL ASESINO” incitando a descubrirlo, una brigada internacional formada por el detective griego Petros Márkaris (alias comisario Kostas Jaritos), el infiltrado italiano en el hampa Massimo Carlotto (alias El Caimán Marco Buratti), superviviente de un sonado caso criminal que causó un escándalo nacional en Italia en los años ochenta y noventa, el sabueso belga Marc Meganck (alias Van Kroetsch) y la gendarme francesa Dominique Manotti (alias inspector Théodore Daquin) inició las pesquisas con un retrato robot del sospechoso (o sospechosa), y descubrieron que detrás del asesino se ocultaba (cita del acta policial en español, francés e italiano):
“…una red maquiavélica que abarca “desde los mecanismos de poder hasta un sistema depredador y generador de injusticias”, pasando por “las estructuras fallidas de nuestras sociedades”, que dan pie a que hay “situaciones y personas para las cuales la violencia es el único lenguaje que el sistema habla y entiende”
Solo 24 horas después, el asesino atacó de nuevo en el mismísimo lugar del primer crimen perpetrado la víspera –el amplio vestíbulo del Cervantes, bien iluminado y con amplios ventanales a la calle, donde cualquier viandante podía ser testigo–: esta vez, las víctimas fueron cuatro cerebros del género negro español: Mikel Santiago, Teresa Cardona (doble agente hispano-alemana), Berna González Harbour y Carlos Zanón, reunidos para trazar el perfil del asesino, que ya acechaba cuchillo en mano el conciliábulo de los ases Santiago, Cardona, González y Zanón mientras éstos hablaban en clave literaria, para despistar:
Teresa Cardona: Siempre viví con seudónimo, desde el colegio, porque mi apellido paterno era impronunciable (mi editorial, Siruela, casi me subió el anticipo cuando les dije que quería publicar con seudónimo). En Francia, todos me conocen por Eric Todenne. Mi “carambola” como autora surgió en una biblioteca, el único lugar donde me dejaban ir con mi bebé: allí conocí al co-autor de mis novelas de misterio. Claro, lo primero que nos propusimos solo por fastidiar fue pisar “terreno prohibido” en Francia: nada menos que la Guerra de Argelia, y luego encima nos metimos con el tema de Alsacia-Lorena. Al volver a España, sabía que quería situar mi primera novela en español en Madrid (en San Lorenzo de El Escorial), porque es una ciudad con dos caras. Detrás del Madrid luminoso y grandioso de turistas y terrazas, hay otra ciudad llena de okupas e indigentes. Una vez me dejaron entrar en el túnel Bonaparte, de la época del rey José I, el hermano de Napoleón… y estaba lleno de okupas. ¡Qué contraste! Así es escribir novela negra; da muchísima libertad y puedes mezclar hechos reales o inventados, Historia, verdaderos o inverosímiles. Eso sí, insisto en ser exacta (tengo un lado muy germánico), pero me apasiona despertar la duda en el lector, hacer que reflexione y se meta en la piel de los personajes siempre dudando y dividido, sin que sepa muy bien qué habría hecho en su lugar… No tengo tabús para escribir: justamente los peores temas (como incesto o maltrato) es útil tratarlos, y ayuda mucho. Eso sí, mi límite son los crímenes sanguinolentos, como descuartizar a alguien, y para mí es de mal gusto. Por lo demás, todo vale: ¡soy una escritora de múltiples “yoes”, lo opuesto a Carmen Mola! Vivo en dos mundos: sola con mi libro y mis ideas, y después rodeada de mucha gente y en continua comunicación. Son las dos caras de la misma medalla y ambas son necesarias…
(El criminal se sobresalta: la agente Cardona se está acercando en sus especulaciones.)
Carlos Zanón: Es curioso: Markaris dice que él necesita sentirse furioso para poder escribir… El género negro ha tenido desde el principio esa mala fama de ser “bastardo”, mezclando muchas cosas de las que no se habla, y sus “padres” tenían que escribir con seudónimo porque estaban mal vistos: según la crítica y la élite, la novela negra era algo muy malo que servía para pagar el alquiler, y si era muy entretenido, por fuerza tenía que ser muy malo. Hablando de tabú, creo que hay varios: cuando te impones la autocensura, o cuando tu protagonista es el malísimo, el maltratador. Pero en realidad la novela negra es como un viejo sillón favorito, a veces necesitas leerla porque te reconforta, y te dices: “Hoy tengo un mal día, necesito a Mankell o a Simenon”. Yo también llegué al mundo de la escritura por otros caminos: entre otras muchas cosas, antes he sido crítico, y hasta letrista de Loquillo…
(En su escondite, el asesino prueba el filo de su cuchillo en el dedo: “Caliente, caliente…”)
Mikel Santiago: Pues yo empecé porque me gustaba la imagen de autor, ¡ja, ja! Antes, lo intenté con la música (por el impulso de poder crear, y para poder pasar mucho tiempo a solas con mi obra). Al principio fui torpe y no tenía mucha idea de técnica y estructura. Después de unos cuantos fracasos, decidí no escalar el Everest, sino algo más sencillo, y empecé con relatos en mi blog: uno fue el más descargado en español en EE.UU. en 2010, un scout de Barcelona se fijó y me propusieron la idea de escribir una novela. Yo vivía entonces en Ámsterdam y en Irlanda, donde me sentía cómodo con el escenario, una comunidad pequeñita de vecinos, como las que describe Stephen King, y estando en la playa de Donegal se me ocurrió convertirla en la playa de Tremore Beach, ¡y funcionó! Una amiga sicóloga la leyó y dijo: “Oye, Mikel, este Dublín tuyo es muy bilbaíno”, así que la segunda novela la situé en el sur de Francia… pero me salió vasca, muy de Mungía. Destilé esos elementos: costa, norte, frío, lluvia, playa… y al final me decidí por el País Vasco y por un pueblito, Mundaka, muy famoso por los surfistas: ¡me han acusado de ser “La señorita Fletcher vasca”! (Me hace gracia, porque por fin hay mujeres detectives en estas novelas: las mujeres ya están en todas las esferas, y hoy es imposible que vayas a una comisaría y solo veas a hombres). Bueno, pues con el éxito de Tremore, dejé de vivir (malamente) de bocadillos, y conseguí lo que quería: vivir de escribir. Así que mi carambola fue un relato viral. Mis novelas buscan dar doble placer: un buen misterio y un buen desarrollo de personajes, con un añadido emocional. Eso es difícil de conseguir. ¿Tabú al escribir? Ninguno… bueno, cuando nació mi hija, se me quitaron las ganas de violencia, y mi siguiente novela fue luminosísima. Hablando ahora en serio: el escritor hace lo que sea necesario y, si te aburres, pues matas a alguien: no hay nada tan maravilloso como matar a alguien que te cae mal… Otra cosa muy importante para mí son los paisajes y la meteorología, y el componente doméstico de haber vivido en Irlanda: ¡sería capaz de cometer un crimen por tener una casa al borde del mar!
(El criminal gruñe por lo bajo: “Estos escritores se están pasando de listillos y se creen que pueden usurparme... ¡Pues no! ¡Respeten al asesino y déjenle hacer su trabajo, en vez de aguarle la fiesta!”)
Berna González Harbour: Las mujeres estamos en todas las esferas desde hace mucho tiempo, también la novela negra, como autoras o personajes; lo único es que ha tardado en llegar el reconocimiento. Antes solo se daban premios a hombres; ahora, ya no. Por cierto que yo, de niña, ya me inventaba historias para mis amiguitos, y hasta inventé un club y un periódico para esas historias… y luego, un día, escribí “El pozo” y “Goya en el país de los garrotazos” (el título ya les da idea del aspecto muy negro de mis libros: pero pienso que la mejor novela negra que hay es la Biblia: asesinatos, incestos…). Tardé 20 años en pasar del periodismo a la ficción, pero ambos necesitan el amor a las palabras y la realidad de hoy: esas son mis materias primas. Para escribir, necesito perplejidad: un suceso que no alcanzo a comprender, que me lleva por un camino que no conozco pero que me enriquece, y que espero que también enriquezca al lector. Para mí, una novela negra es también una ecuación matemática (es que yo vivo entre físicos…): añadimos los factores W, Y y Z, la vamos complicando a la enésima potencia, luego la dividimos por veintitrés… y al final, si el resultado es “X”, y has acertado con la solución lógica, has aprobado. ¿Mis tabúes al escribir? A ver, si Houllebecq no tiene ninguno, y se atreve con todo… ¡Lo cierto es que la corrección política nos está fastidiando la literatura! A propósito de esto, me alegra que las autoras de novela negra estemos renovando el género: antes la mujer era la víctima o la “femme fatale” (construida solo en función de las necesidades del hombre), y ahora, yendo con los tiempos y la realidad, hay inspectoras, mujeres policía, asesinas… aunque ése sí sea un tema que choca, la mujer malvada, que es en cierto modo un tabú. Así que teóricamente sí hay tabús: temas como el incesto o el aborto, y desde luego, la propia familia… Pero en realidad, gente como los periodistas o los médicos no tenemos vedado nada, a veces una mala noticia hasta nos salva la vida: imagina la redacción de un diario un 15 de agosto, sin Congreso, sin Liga, sin nada que llevarse a la tecla, y de pronto se cae por un puente un autobús lleno de viajeros… ¡pues te arremangas, y no hay tabú que valga! Además, yo siempre busco que el lector empatice, como periodista o como escritora. Y es muy placentero tener esa doble vida… A eso se le añade algo que tenemos todos nosotros: hemos estado fuera, y eso nos da una especie de doble visión. No hay nada como la mirada exterior: es el espejo para mirarse uno mismo, y quienes solo se miran a sí mismos desde un solo ángulo, ven muy poquito.
(En la sombra, el asesino da un paso adelante: “¡Malditos autores revirados: al final resultará que el asesino es uno de ellos, y no puede ser! ¡La honra de mi oficio está en juego!”)
El chasquido de un apagón, un grito, y aquí se interrumpe la grabación del contubernio de autores, sorprendidos por el asesino cuando estaban a punto de descubrir su identidad: cometido el cuádruple crimen, su autor se esfumó, no sin dejar su segunda tarjeta de visita con la nota: “LAS REGLAS DEL JUEGO”.
Apenas 24 horas después de este segundo y sonado crimen múltiple, que ha dejado atónito al nutrido público asistente y hasta al mismísimo Hércules Poirot, cuya momia fue consultada por un médium en el Museo de Criminología de Bruselas, el asesino reapareció… pero de ello daremos cuenta en la segunda parte de esta crónica-folletín en tres actos, conocida como “LOS CRÍMENES DE LA RUE DEL INSTITUTO CERVANTES”.