Se habla en estos textos de la lectura como acto de creación, tal vez el más íntimo e imprevisible que existe. No se lee esperando obtener una respuesta a la pregunta de quiénes somos, sino para ver qué nos pasa, en qué nos transformamos. La pregunta que el lector le hace al libro es la pregunta de la ratita del cuento: «¿Qué me harás por las noches?» Leer un libro es caer, como Alicia, por el hueco de un árbol y aprender a amar las preguntas, antes de estar en disposición de contestarlas.
Conformarse con «la mitad del conocimiento». Sólo quien lo hace, y no busca una explicación inmediata a lo que le sucede, puede sentarse a tomar el té con el Sombrerero y la Liebre de Marzo sin que le importe en exceso no entender gran cosa de lo que oye. Leer es descubrir, como se dice en El gran Gatsby, que «la roca del mundo está sólidamente asentada sobre las alas de un hada». Eso son los libros, algo parecido a las moradas de la mística, a los castillos flotantes de las novelas de caballerías o a los bosques en que se refugian los amantes en las leyendas medievales. Un puente entre el mundo del sueño y las cosas reales. El árbol de cuyos frutos se atrevieron a comer nuestros primeros padres, era un árbol de palabras. Y el lector no es sino ese «barón rampante» que, viviendo entre sus hojas, se alimenta de sus frutos intangibles.
«¿En qué libro te gustaría vivir?», tal es la pregunta que hace años un conocido periódico hizo a un grupo de escritores durante la Feria de Libro de Madrid. Es una pregunta compleja, pues suele ocurrir que los libros que más nos gustan no sean demasiado aconsejables para vivir en ellos. Los dolorosos cuentos de Katherine Mansfield, las inquietantes parábolas de Franz Kafka, las oscuras historias de William Faulkner, son algunos de los textos indiscutibles de la literatura reciente y, sin embargo, ¿por qué habríamos de elegirlos para vivir en sus páginas si en ellos sólo hay tristeza, angustia y dolor?», reflexiona Gustavo Martín Garzo en su libro.
Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) ha publicado más de quince libros entre novela, ensayo y libros para jóvenes. Muchas de sus obras han merecido premios como El lenguaje de las fuentes (1993, Premio Nacional de Narrativa), Marea oculta (1993, Premio Miguel Delibes), Las historias de Marta y Fernando (1999, Premio Nadal), Tres cuentos de hadas (2004, Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil), El jardín dorado (2008, Premio de las Letras de Castilla y León), Tan cerca del aire (2010, Premio Torrevieja de Novela). Obtuvo también el Premio Vargas Llosa de relatos. Sus novelas más recientes son Dónde no estás (2015), No hay amor en la muerte (2017), La ofrenda (2018) y La rama que no existe (2019). Sus obras se han traducido al francés, griego, danés, italiano, portugués y alemán.
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