En España, a finales del siglo XVIII, Carlos IV experimenta un verdadero temor de que se desate una revolución similar a la francesa que lo destituya del poder. Los ilustrados se enfrentan a la resistencia de su monarquía y al control que aún ejerce la Inquisición.
Teresa de Vallabriga regresó a su Zaragoza natal para reconstruir su vida. En el pasado, el rey Carlos III despreciaba y temía a Teresa, por lo que la envió al exilio junto a su esposo, el infante Luis de Borbón. Después de enviudar, decide volver a la ciudad donde nació. Allí, junto con otras mujeres encargadas de preservar los conocimientos sagrados de la masonería, funda Los Lirios del Sol con el objetivo de lograr la educación femenina ilustrada. Juntas descubren la ciencia oculta en el lenguaje del Tarot y el legado esotérico que guarda la ciudad. Sin embargo, su escuela es tan incomprendida como lo fue Teresa misma en la corte real.
LA PROTAGONISTA
Un estudio en profundidad es necesario para restaurar la dimensión completa de María Teresa de Vallabriga, quien desempeñó un papel relevante en el entramado dinástico de la familia de Carlos III. A lo largo de estos dos siglos transcurridos desde su regreso a Zaragoza, después de enviudar y finalizar la guerra de la Independencia, esta mujer ha sido maltratada por la corte y la familia real y no ha sido reconocida adecuadamente.
María Teresa de Vallabriga y Rozas compartió su tiempo con Francisco de Goya y Martín Zapater, así como con la ilustrada zaragozana Josefa de Amar y Borbón, la pintora Mariana de Urries y Pignatelli, los hermanos Bayeu (cuñados de Goya) y la pintora María Tomasa de Palafox, marquesa de Villafranca, entre otros destacados miembros de la aristocracia cultural de aquel periodo.
Conoció a los gestores de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis, instituida en 1792 como consecución de la Escuela de Dibujo de Zaragoza, embrión de célebres artistas y símbolo de los conceptos más avanzados de educación para el desarrollo de Aragón. Además, estableció relaciones con los miembros principales de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Teresa vivió grandes sinsabores en la corte española y, finalmente, obtuvo el permiso real para ser libre. En ese momento, se le ofreció la opción de elegir cualquier ciudad para residir. Sin embargo, ella decidió regresar a su ciudad natal, Zaragoza, que nunca había olvidado desde que tuvo que abandonarla a los catorce años. Al regresar, la infanta llevaba consigo su colección privada de arte, su servidumbre, sus joyas más preciadas, sus muebles favoritos, sus libros y su lujoso vestuario, lo cual era muy importante para la época. El pueblo zaragozano mostró su agradecimiento por el hecho de que la infanta decidiera establecerse en su ciudad con todo su rico patrimonio personal. Esto es algo que podemos entender si pensamos en otros ejemplos actuales donde la sociedad valora que una herencia o una colección de arte no abandone su tierra debido a la decisión personal de sus herederos.
En un momento social en el que la Ilustración buscaba construir un mundo mejor, Teresa de Vallabriga no ocultó sus ideas liberales y su gusto por la elevación cultural. Además, logró reunir a un círculo de amigos artistas e intelectuales a su alrededor. Sin embargo, estas ideas constitucionalistas se enfrentaron a otras tendencias que querían mantener a la sociedad en la oscuridad.
A lo largo de estos siglos, la herencia y las propiedades de Teresa se han dispersado, llegando finalmente a su única nieta, Carlota Luisa Godoy y Borbón. Durante el período de la guerra de la Independencia, Teresa tuvo que dejar muchas de estas cosas a expensas de lo que ocurriera en esta ciudad. Sin duda, parte de las propiedades de mobiliario y joyas de Teresa se perdieron en los cinco años que se alejó nuevamente de Zaragoza para huir de la guerra.
Los planes del futuro brillante que Zaragoza albergaba fueron truncados por la invasión francesa y la guerra de la Independencia. Hasta que pudo regresar de nuevo en 1814, Teresa dejó la ciudad, cuando ya había pasado la contienda y se habían marchado los franceses. Es imaginable el dolor que sentiría al presenciar su ciudad destrozada por esa horrible experiencia. Teresa de Vallabriga personificó el nuevo sueño de esplendor que trajo la Ilustración para Zaragoza, en cuyos principios tanto ella como sus hijos creyeron firmemente, incluso teniendo que asumir los hermanos el exilio en París, sin poder volver a España más que para el funeral de su madre, en 1820.
Entendemos, al poner nuestra atención en la situación existencial de Teresa de Vallabriga desde una perspectiva contemporánea, que ella era una esposa muy joven de un hombre que le llevaba treinta y dos años de edad. Este hombre estaba envuelto en numerosas aventuras amorosas y se encontraba sometido a las órdenes de su hermano el rey, a cambio de disfrutar de una vida privilegiada sin responsabilidades. Teresa, por su parte, era una mujer proscrita y excluida de la relación familiar de su esposo. Debía aceptar legalmente la misma sumisión impuesta a él por el rey, pero además tenía que soportar constantemente la humillación de ser recordada su condición inferior por aquellos que pretendían negar su existencia. Además, debía enfrentar el hecho de que su matrimonio se había llevado a cabo para satisfacer los deseos del hermano mujeriego del rey, con el riesgo adicional de tener descendencia cuando no estaba previsto, ya que el infante don Luis estaba destinado a seguir una carrera eclesiástica.
La idea de inculcar a su primogénito, Luis María, la idea de competir por el trono con el hijo primogénito de Carlos III, interpretando en su favor la ley de sucesión española al trono de aquel momento, no se sabe qué hubiera podido ocurrir si se hubiera albergado en la mente de Teresa de Vallabriga. En el devenir de las sucesiones a los tronos se conocen casos menos justificados. Quizá la cruel orden de Carlos III de separar a Teresa de Vallabriga de sus hijos y entregarlos a la tutela del arzobispo Lorenzana se deba ver en ese miedo latente a la influencia materna en un príncipe. El infante Luis María será educado directamente por el arzobispo en el palacio Arzobispal de Toledo, mientras que las niñas serán ingresadas en el convento de San Clemente para recibir formación conventual femenina.
A pesar de aceptar el sometimiento a las órdenes reales, ya sea de Carlos III o de Carlos IV, Teresa de Vallabriga tuvo que rogar por sus derechos como si no fueran merecimiento. Como resultado, fue prácticamente olvidada por la historia, excepto por el Patio de la Infanta, un lugar que ha perpetuado su memoria como una semilla esperando el momento de brotar.
Nacida en Zaragoza, Magdalena Lasala se destaca como autora de una amplia producción literaria que abarca todos los géneros. Su trabajo ha sido altamente reconocido tanto por los lectores como por la crítica. Su formación multidisciplinaria es amplia y su principal objetivo es la escritura. Con más de cincuenta obras publicadas, muchas de ellas han sido reeditadas varias veces y traducidas a diferentes idiomas.
En 2014, fue galardonado con el Premio de las Letras Aragonesas, otorgado por unanimidad del jurado, entre otras distinciones. Además, es miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis y de la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País.
Investigadora esencial y divulgadora de legados femeninos, ha consolidado una carrera con repercusión internacional sin abandonar su producción lírica, que cuenta con un lugar destacado en la poesía contemporánea. Además de novelista indispensable en el panorama español de narrativa histórica, ha publicado artículos periodísticos, teatro, relatos, fábulas y textos ensayísticos. Su interés por la recuperación de la memoria histórica de las mujeres la convierte en una investigadora esencial y divulgadora de legados femeninos.
La cortesana de Taifas, El beso que no te di, Los colores de la luz —junto a Isabel Guerra— y La emperatriz goda han sido publicados con gran éxito en La Esfera de los Libros.
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