Esta actuación, que hacía del emperador el portador del ius reformandi, le era necesaria para mantener la unidad territorial del Imperio entre Alemania e Italia, pero no podía abrirse camino desde la inamovible posición de la curia romana. Al fracasar en este plan, se consolidó el imperio nacional alemán al margen del sistema urbano italiano. La consecuencia fue la novedad fundamental de un imperio alemán con dos iglesias, sabiamente dirigido por su hermano Fernando I. Este elemento fundamental obligó a una dualidad política de la Casa de Austria, que perdió la unidad directiva que había gozado con anterioridad. Ese fue el doble fracaso de Carlos V.
Sin embargo, la política de continuidad de Felipe II no midió hasta qué punto la unidad de la monarquía hispánica y la dirección imperial eran la base fundamental de su política de gran potencia. Sin esa unidad, iba a ser muy difícil mantener la integridad de los Países Bajos patrimoniales y, sin ellos, la hostilidad de Inglaterra sería inevitable. Al continuar la política carolina sin las bases adecuadas, al carecer de una corrección reflexiva de su actuación, Felipe II se vio condenado a un proceso que pronto llevaría a una crisis inmanejable, que afectaría a la integridad del destino histórico español. Si Carlos V fue derrotado por la Reforma luterana, Felipe lo sería por las consecuencias de La revolución práctica de Calvino. Estudiar esa revolución será el objetivo del tercer y último volumen de esta obra.
«Como dice el propio título del volumen, la consecuencia fundamental de la Reforma fue la derrota del proyecto carolino. Esa derrota implicó el final de la edad media, la ruptura de su régimen de división de poderes, la disolución del imaginario en el que la iglesia católica, dirigida por el papado, y el sacro imperio germánico, finalmente en manos de la Casa de Austria, ofrecían el suelo institucional de estabilidad que, en el largo plazo de la historia universal, debían acompañar a la humanidad hasta la segunda venida de Cristo. Ningún fenómeno señaló mejor el final de este imaginario medieval que ese momento en el que el imperio germánico, bajo la dirección del emperador Fernando I, hermano y sucesor de Carlos V, se constituyó como un gran espacio político dividido en dos iglesias, la católica y la luterana. Este hecho es el verdaderamente significativo, porque hasta el fracaso de la Armada Invencible, nadie consideró irreversible la separación de Inglaterra de la iglesia católica ni se podía distinguir doctrinalmente la diferencia entre la iglesia anglicana y la romana».
José Luis Villacañas (Úbeda, 1955) es catedrático de Historia de la Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y director de la Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico. Su investigación sobre la historia de Europa –siempre pensada en su estrecha relación con las ideas políticas hispánicas– se guía por principios metodológicos claros, sustentados en el recurso a fuentes de muy diversa índole, de modo que huye por igual tanto del positivismo como del idealismo, del culto a los hechos como de la veneración por ciegas abstracciones teóricas. Buena muestra de ello es esta obra en tres volúmenes, Imperio, Reforma y Modernidad, en la que Villacañas estudia el nuevo dispositivo moderno de la división de poderes surgido de la Reforma –en sus distintas variantes– y del mundo de Trento. Asimismo, en la actualidad trabaja en la serie La inteligencia hispana. Ideas en el tiempo, una historia de España en 21 volúmenes, cuyos cuatro primeros tomos ya puede consultar el lector interesado.
Autor de más de treinta libros y de más de doscientos artículos y trabajos científicos, de entre sus publicaciones más recientes cabe destacar Los latidos de la polis (Biblioteca Nueva, 2012), Historia del poder político en España (RBA, 2014), Populismo (La Huerta Grande, 2015), Teología política imperial y comunidad de salvación cristiana (Trotta, 2016).
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