J. J. Fernández ha ubicado la acción de su novela en una localidad cercana a Londres. El escenario de la obra lo conoce muy bien el autor porque lleva viviendo varios años en la capital británica como profesor de lenguas en un instituto de secundaria. También ha escogido con tino el encuadre temporal, una semana de enero de 2006, posterior al fatídico atentando terrorista que asoló el metro londinense en julio del 2005. Muy a propósito porque uno de los protagonistas estaba casado con una de las numerosas víctimas que perecieron en el atentado.
La novela está narrada en primera persona por Megan, de ahí que el autor nos lleve por donde estima oportuno para mantener la tensión de la narración. Si bien es verdad que nos oculta información, la propia narradora también la ha olvidada. Un traumático acontecimiento en su infancia hace que olvide todo lo relacionado con su tío Paddy, antiguo sacristán católico de una iglesia cercana a su domicilio. Decir Iglesia Católica en Inglaterra es decir pederastia, muchos han sido los casos denunciados en las islas británicas, pero… pocos los esclarecidos.
No vamos a desvelar los condicionamientos que llevará a la protagonista a la ¿posible? resolución del caso. Megan en una mujer frisando la cuarentena que comienza una menopausia precoz. El fallecimiento del tío Paddy trastoca su vida y la influencia negativamente. Desde el momento en que la policía la comunica la muerte de su tío, ve cosas raras que no la cuadran. Es extraño que su tío saliese por la noche conduciendo su viejo coche. Posteriormente, la policía de su localidad la comunica que el sacristán Paddy ha muerto de un ataque de asma, algo que no le chirría profundamente.
La trama transcurre vertiginosamente en ocho días. Desde el primer momento, Megan emprende una alocada investigación para conocer la verdadera razón de la muerte de su tío. En dicha investigación, nos encontramos con una persona llena de traumas, inestable y que, en ocasiones, da la sensación de estar desequilibrada. Inmersa en un proceso de separación con su marido a causa de unos celos, que no sabemos si son infundados o no, Megan se muestra caprichosa, pero sagaz en dicho proceso de investigación.
La policía no da crédito a sus sospechas por lo que intenta encontrar un sentido a esa muerte. Alguna prueba circunstancial, la cinta que encuentra en una caja de su padre, enfermo de Alzheimer en una residencia de ancianos, hace que se la abran nuevos caminos en dicha investigación. Deja a un lado su vida para dedicarse a correr y resolver el enigma que rodea a su tío.
En la novela, el diálogo interior de Megan juega un papel fundamental en el desarrollo de la novela. Sabremos de primera mano sus inquietudes, pero también sus miedos e inseguridades. Aun así se muestra, en ocasiones, lúcida y arriesgada en su decisiones. Megan nos va llevando por una trama donde aparecen varias analepsis o flash-back de la vida de sus padres, tío y hermana, que nos darán más información sobre lo ocurrido a Paddy.
Con un lenguaje moderno y muy británico, que puede chocar a algún lector, J. J. Fernández narra una historia singular con un final desequilibrante, pero muy original. En la novela no queda ningún cabo suelto, el lector podrá saber lo que ha sucedido pasando por encima de la información que Megan nos ha ido proporcionando desde su cabeza fragmentaria, donde las emociones juegan con lo racional. De marcado rasgo psicológico, el escritor valenciano ha sabido jugar con dos elementos: lo real y lo que creemos real que muchas veces no tienen nada que ver. Un buen debut de un escritor que se ha autopublicado su novela desde la brumosa capital británica.
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