Hace poco más de un siglo, el periodismo era totalmente diferente. En esa época, el periodismo y la literatura iban de la mano, estaban muy unidos. Y es, precisamente, en esa época en la que Miguel Ángel del Arco se fija para escribir su interesantísimo libro “Cronistas bohemios”, ningún periodista o amante del periodismo y de la literatura debería de dejar de leerlo. Merece la pena.
Miguel Ángel del Arco es un reputado periodista con treinta años de profesión a sus espaldas, ha pertenecido a las plantillas de las revistas “Tiempo” y “La Clave”, entre otras. Actualmente es profesor de Periodismo Interpretativo en la Universidad Carlos III. Nos reunimos con él en una cafetería de la calle Princesa de Madrid, en una zona donde solíamos reunirnos a la salida de la universidad hace ya varias décadas. Allí, recordamos un tipo de periodismo que ya ha muerto, para desgracia nuestra.
“Siempre me han interesado los periodistas perdidos, los raros, los que se han quedamos por el camino”, dice Miguel Ángel del Arco nada más comenzar la entrevista. Su libro trata sobre cinco de esos periodistas que podríamos definir como raros o como bohemios. Son Antonio Palomero, Alejandro Sawa, Pedro Barrantes, Joaquín Dicenta y Luis Bonafoux. A muchos, no les sonará ninguno; a otros, les sonará alguien de pasada. En estas páginas hemos tratado a Alejandro Sawa, sí aquel periodista en el que se inspiró Ramón María del Valle Inclán para crear a su Max Estrella. El resto, quizá no tan conocidos en la actualidad, fueron unos auténticos fuera de serie de su tiempo. Unos cronistas bohemios de armas tomar.
El propio Miguel Ángel del Arco reconoce que “cuando se habla de bohemios se hace con malas artes, se les desprecia, se les denomina poetahambres. Pero eran personas increíbles, vivían de noche, dormían en las redacciones de los periódicos y escribían de maravilla”. En su opinión, el estilo que practicaban puede ser ahora la salvación de periodismo. “Como dice Álex Grijelmo, la salvación está en la crónica y en la interpretación”, subraya con pasión.
El autor estuvo, recientemente, tres meses en la Fundación García Márquez en Cartagena de Indias para imbuirse en el nuevo periodismo. “Estos cronistas bohemios hacían nuevo periodismo. Las crónicas y los grandes reportajes ya los hacían estos periodistas a comienzos del siglo XX, los americanos no nos han enseñado nada”, señala con toda la razón el autor de "Cronistas bohemios". En aquella época, apenas se firmaban los artículos, “el que los firmaba era una auténtica estrella”, y añade “demostraron que fueron unas auténticos periodistas que escribían con las armas de la literatura”.
El libro está dividido en tres partes. En la primera hace un estudio preliminar de la época y de la profesión y en la segunda y tercera trata uno a uno a los cinco periodistas, donde incluye artículos destacados de estos periodistas, lo cual es muy interesante para conocer su estilo y su obra. Algunos, como Palomero, escribían diariamente hasta siete artículos en siete periódicos dferentes. Algo inusual e impensable en nuestro tiempo. “Estos periodistas estaban totalmente comprometidos con el periodismo, no con las cabeceras en las que escribían”, puntualiza el escritor.
En la actualidad, el periodismo está bastante desprestigiado como indican las encustas sociológicas. “Todos tenemos la culpa. Por esa razón estos periodistas de mi libro están olvidados. De ahí que los haya escogido, por una especie de reto personal. Son los canónicos de la época. Me podrán decir que no están todos, cierto, pero están los imprescindibles”, dice Miguel Ángel del Arco durante la entrevista.
Por ejemplo, Luis Bonafoux tenía una reputación similar a la de Larra o Quevedo en su tiempo. “Llegó a retar a Clarín”, apunta. Desde luego que eran otros tiempos. En Francia llegó a conocer a Victor Hugo y a Verlaine. Una de la constante, precisamente, de estos cinco bohemios es que pasaron por Paris en algún momento de su carrera periodística. También tuvieron una conciencia muy crítica con la Regencia de María Cristina y la monarquía. Estuvieron abiertos a los aires renovadores que venían del extranjero. Esa conciencia crítica les hizo que firmasen el manifiesto contra la otorgación del premio Nobel a José Echegaray. “No estamos de acuerdo ni con la ética ni con la estética de Echegaray”, escribieron.
Todos llevaron una forma de vida muy arrastrada. “Desde luego, cumplieron arrajatabla el catecismo bohemio”, expone el autor. Algunos llegaron a estar en la cárcel como cabezas de turco de su periódico, otros como Sawa hicieron de negros, las crónicas de Ruben Darío para La Nación las escribía el periodista sevillano, afincado en el mundo. Todos pasaron hambre, fueron maltratados pero vivieron la vida que quisieron vivir.
A comienzos del siglo XX, había 24 cabeceras en Madrid, ahora ya saben las que nos quedan. La Asociación de la Prensa estaba recién fundada, ahora es un cementerio de elefantes. Habiendo un 50% de analfabetismo, se leían y vendían más periódicos que en la actualidad. El paisaje es desolador, sin embargo, Miguel Ángel del Arco quiere ser positivo respecto al futuro. Cree que recuperar periodistas como los que trata en su libro puede ayudar a dar nuevos bríos a los periodistas jóvenes. “Yo me lo he pasado muy bien documentándome sobre el libro y escribiéndolo. En este tiempo había mucha inteligencia y estaban los precursores de ese nuevo periodismo”, concluye.
Los periodista de comienzos del siglo pasado eran muy rigurosos y originales, y como escritores, también. Baste ver la documentación que manejó Benito Pérez Galdós para escribir sus Episodios Nacionales o Blasco Ibáñez, entre otros que también ejercieron de periodistas. No se quiere despedir sin contar lo que hoy sería un hecho insólito y, ciertamente, extravagante. “Cuando Pérez Galdós estrenó Electra en el Teatro Español, los aplausos se alargaron durante media hora o más, al salir, el autor fue llevado a hombros hasta su casa como si de un torero se tratase”, recuerda. Hoy sería impensabe que a un autor le llevasen a hombros los espectadores o amigos. Eran otros tiempos que no deberíamos olvidar y que, en el fondo, nos han formado.
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