Coimbra fue capital del Reino de Portugal entre los años 1139 y 1255. El primer rey de Portugal, Afonso I, nació muy cerca de Coimbra, en el castillo de Guimarães, y murió en la capital del reino. Tanto él como su hijo Sancho I se encuentran enterrados, frente por frente, en el ábside del Monasterio de la Santa Cruz, en pleno centro de la ciudad y a unos centenares de metros del rio Mondego que divide en dos la ciudad.
Pero los orígenes de Coimbra vienen de siglos atrás, de la época romana, todavía se conserva su acueducto, cerca de uno de los lugares más recoletos de la ciudad, el Jardín Botánico, que el paso del tiempo ha dejado bastante deteriorado. Baste pasear por sus intrincados paseos para darse cuenta que el tiempo ha hecho mella en ellos y en sus instalaciones. La conocida Estufa Fría se ha quedado tan helada que ha cerrado sus puertas y las capillas que se encuentran en sus terrenos están en un estado casi ruinoso, como la de San Benito. Lo más interesante de este jardín son el paseo de las cañas, estremecedor pasear por él cuando anochece y la Estufa Caliente. La sorpresa que nos dio el paseo en su finalización fue encontrarnos con el último tranvía que circuló por las angostas calles de la ciudad. Las cocheras del servicio de transportes están justo en la linde este del Jardín.
A escasos centenares de metros se encuentra, en la parte alta de la ciudad, la reputada Universidad de Coimbra con su gran Patio de las Escuelas. La Biblioteca Joanina, la Capilla de San Miguel y el Palacio Real son lugares de imprescindible visita. Además, se puede conseguir una entrada conjunta para visitarlos que también incluye el Museo de la Ciencia, conocido como el Laboratorio Químico. La gran reforma que hizo el estadista más reconocido de Portugal, el Marqués de Pombal, se deja sentir en el neoclasicismo de sus estructuras. Presidiendo todas esas edificaciones se encuentra la Torre, donde su campana, denominada la Cabra, marca el ritmo de las actividades de la universidad. No es la única torre famosa de Coimbra, también destaca la Torre de Almedina, en el centro histórico de la capital, uno de los vestigios más importantes de la dominación musulmana.
En esa parte de la ciudad se encuentra la Sé Velha, anteriormente habíamos visitado la Catedral Nueva, de impecable factura que no tiene el interés histórico de su predecesora. La antigua Seo comenzó a construirse en 1130 por orden del primer Rey de Portugal Afonso Enriquez, sus cimientos descansan sobre una antigua edificación visigótica, basílica del siglo IX que fue destruida en 1117 y de la que sólo queda una piedra votiva fundacional que se puede admirar dentro del templo. Un paseo por su claustro es de obligada observación, de estilo gótico se comenzó a edificar casi un siglo después que el comienzo de la Seo, por orden del Rey Afonso II que la costeó personalmente. Los rosetones y los capiteles de las columnas merecen un atento visionado por la multitud de detalles que atesoran. Esta visita al claustro es como adentrarse en la vida de siglos pasados. La quietud, el silencio y su magnanimidad arquitectónica nos han apaciguado el ánimo y paseamos por sus galerías a ritmo de fado y con voz queda. Nos cuesta salir de ese remanso de paz y solemnidad para volver a enfrentarnos con el triste presente post-pandémico. Menos mal que el color de las recoletas calles de la ciudad nos elevan el ánimo mientras paseamos escuchando la música que sale de los bares y restaurantes, en uno de ellos distinguimos la canción Paixão del grupo rock de los ochenta Heróis do Mar. Al igual que el Fado, declarado patrimonio inmaterial por la UNESCO, la ciudad consiguió dicha denominación por tan alta institución internacional.
La casa donde residió el fadista José Afonso se encuentra enfrete de la Sé Velha
Al salir de la Sé Velha nos topamos de frente con un lugar de culto al que queríamos llegar: la casa del icónico fadista José Afonso, más conocido como Zeca Afonso. Nacido en la vecina Aveiro, la llamada Venecia de Portugal, se asentó en la ciudad en 1940 siendo adolescente para estudiar la educación primaria, posteriormente siguió su estudios universitarios de Letras hasta conseguir plaza de profesor en 1957. Fue en 1964 cuando conseguiría una plaza de profesor en Mozambique y a su regreso a Portugal se establecería definifivamente en Setúbal . Su primer disco lo tituló “Baladas de Coimbra”, y se publicó en dos versiones diferentes en 1962 y 1963. Sus años como miembro del Orfeón Académico y de la Tuna Universitaria los llevaría siempre en el corazón y años después, casi finalizando su carrera, en 1981, titularía un nuevo disco como “Fados de Coimbra e Outras Canções”. Su mítica canción “Grândola, Vila Morena” fue la escogida en la Revolución de los Claveles como la segunda señal, a las puertas de la Biblioteca Joanina pudimos oírla y no sería la última vez.
Tras una jornada tan cultural, ¡qué mejor que acabar cenando oyendo fados”. Coimbra es la ciudad del fado y hay muchos establecimientos donde se pueden escucharo. A unos pasos de la casa donde habitó Zeca se encuentra el Café Santa Cruz, restaurante de estilo gótico donde se puede comer, cenar o tomar una copa escuchando fados en directo. Como se había echado la hora de reponer fuerzas decidimos tomar una cena frugal en dicho café mientras escuchábamos fados. La saudade estaba servida, y la acompañamos de las cervezas que patrocinaban a los dos equipos finalista de la Copa de Portugal que se había jugado en la ciudad la noche anterior. El Bacalao a Bras es el mejor plato que hay para escuchar esos fados melancólicos y cadenciosos que no transportan a un estado emocional que sólo puede definirse con el término portugués saudade.
Si acabamos la noche cerca de la Plaza del 8 de mayo, ¡qué mejor que comenzar la siguiente mañana en el mismo lugar! Justo donde se encuentra el Monasterio de la Santa Cruz, uno de los lugares más bellos e históricos de la ciudad, aunque se empezó a construir en 1131, casi al mismo tiempo que la catedral, no quedan apenas vestigios de su portada románica, sustituida por una soberbia entrada de estilo gótico al que posteriormente se le añadiría un arco triunfal en el siglo XIX de estilo barroquizante. Su claustro es casi tan magnífico como el de la catedral, pero el mayor valor del monasterio es su historia.
Allí estuvo varios años Fernando de Bulhões, más conocido como San Antonio de Padua, que no era de Padua, aunque sí murió en la ciudad italiana, sino lisboeta. En 1210 recaló en Coimbra para continuar sus estudios eclesiásticos para después trasladarse a Italia para continuar su formación. Fue allí, donde conocería a San Francisco de Asís, el fundador de los franciscanos. Cuenta la leyenda que quiso conocer Coimbra, a su paso por España y se entretuvo en Las Hurdes, cerca del pueblo de Ovejuela quedó maravillado por la cascada de los Ángeles y por la abruptas tierras extremeñas. De ahí que mandó construir el Convento de los Ángeles cerca de esa cascada para que los monjes palpasen el sosiego de aquellas tierras. Lamentablemente, del convento apenas quedan unos restos.
El monasterio de la Santa Cruz guarda diversas reliquias de ambos santos, Antonio de Padua y Francisco de Asís, que éste sí era de Asís. Pero el plato fuerte lo dejamos para el final: las tumbas de los dos primeros reyes de Portugal Don Afonso I y su hijo Sancho I. Ambas tumbas ocupan los dos lados del presbiterio, frente por frente, con el altar casi en medio. El reino de Portugal se fundó por una mal decisión del rey leonés Alfonso VI que en su afán de repartir el reino entre sus hijos y familiares otorgó a Raimundo de Borgoña, marido de nuestra gran reina Urraca I, los territorios de Galicia y Portugal, posteriormente, en 1096 desgajaría Portugal para otorgárselo a Enrique de Borgoña, marido de su hija Teresa, hermanastra de la primer reina europea Urraca I.
Cerca del monasterio se encuentra el Café Livraria Almedina, un local con un sabor literario indudable. Allí, uno de sus responsables, nos cuenta cómo era la vida literaria de Coimbra. “Su edad de oro fue en la segunda mitad del siglo XIX, el llamado grupo Questão Coimbrãm, llevado a cabo por la Generación del 70, fue un grupo de intelectuales que en ese momento estudiaban en la Universidad de Coimbra e importaron el realismo y naturalismo europeo, sólo que tuvo un marcado acento romántico”, nos cuenta tan cadenciosamente como si estuviese cantando un fado en voz baja.
Saliendo de la librería nos dirigimos hacia el Largo de Portagem, para homenajear a uno de nuestros escritores más queridos: Miguel Torga. El poeta y médico portugués era de la zona fronteriza de Trás-os-Montes, de la que tomaría el apellido de su seudónimo, con el nombre haría lo mismo y su seudónimo es una deferencia a escritores como Miguel de Cervantes y Miguel de Unamuno, ambos muy queridos po él. Adolfo Correia da Rocha que ese era su verdadero nombre, vivió varios años en Brasil, pero al regresar a Portugal decidió establecerse en Coimbra, donde moriría.
Tanto su poesía como su narrativa son de una brillantez y pulcritud excelsa. Sus “Poemas ibéricos” son sencillamente geniales. Él siempre abogó por una Iberia unida, lástima que no se le hiciese caso; otro de sus poemarios “La paz posible es no tener ninguna” es una obra maestra que su lectura te llena todos los rincones del alma. Durante toda su vida publico diversos poemarios, pero se adentró en la narrativa escribiendo sus Diarios, donde contaba muchas de las experiencias de su vida, tanto profesional como personal. Su libro de relatos “Cuentos de la montaña” tuvo mucho éxito en España cuando lo publicó en 1987 la editorial Alfaguara. Después le seguirían “Rúa”, “El señor Ventura” y “La creación del mundo”, casi toda su obra narrativa la podemos encontrar en editoriales como Alfaguara y Alianza, la poética en Visor. La lectura de sus libros nos dan una visión sobre Coimbra como no nos la puede dar nadie, salvo quizá Manuel Rui cuando escribió: “Coimbra tiene más encanto a la hora de la despedida”. Para muchos es cierto, siempre y cuando puedan volver.