FIRMA INVITADA

¿AMOR Y/O SUMISIÓN?: MARÍA LEJARRAGA y/o MARÍA MARTINEZ SIERRA

María de la O Lejárraga (Foto: Archivo).
María Pérez Herrero | Martes 31 de marzo de 2020

María Lejárraga nació en San Millán de la Cogolla (La Rioja, España) en 1874 y murió en el exilio, Buenos Aires, en 1974. Escritora, firmando como María Martínez Sierra el apellido de su marido Gregorio y diputada por partido socialista en Granada en 1933.



¿Amor y/o sumisión? Viene esta pequeña reflexión al hilo de mi estudio que para mi libro “Ni locas ni tontas” he realizado sobre la escritora María de la O Lejárraga, conocida por María Martínez Sierra seudónimo con el apellido de su marido Gregorio Martínez Sierra quién firmó como suyas todas las obras teatrales y conferencias que María escribió.

María Lejárraga fue una mujer con decisión: aprobó sus oposiciones en la Escuela Normal de Maestras y con 26 años, año en que se casó con Gregorio de tan sólo 20, tenía ya su plaza en Madrid. Cumplió su vocación. María trabajaba y a la vez escribía, y no mal, pero su decepción con su primer libro, al no tener el reconocimiento que esperaba hizo que sentenciara: “No volveréis jamás a ver mi nombre impreso en la portada de un libro,[1]. Decisión que aprovechó su marido Gregorio para firmar con su nombre, desde entonces, todas las obras teatrales que ella escribía, y decisión favorable económicamente para ambos ya que llevando el nombre de un “hombre”, su marido, los trabajos literarios tendrían una mejor acogida. Así fue. Ella que era una infatigable trabajadora y que postulaba “Hay que empezar convenciendo a las mujeres que el trabajo siempre dignifica[2], que era además una feminista convencida, como bien se ve en las conferencias que escribía y que daba su marido: “el feminismo quiere sencillamente que las mujeres alcancen la plenitud de su vida, es decir, que tengan los mismos derechos y los mismos deberes que los hombres, que gobiernen el mundo a medias con ellos ya que a medias lo pueblan[3], ella que abogaba por la independencia y trabajo para la mujer quedó, inexplicablemente, atada a su marido con un hilo invisible que le dominaba y que no supo cortar. Ella lo llamaba amor.

Este es un hilo firme que el hábil Gregorio tejió con adulaciones, alabanzas, cartas cariñosas, y frases contundentes: “Son nuestros hijos literarios”, decía refiriéndose a las obras que María escribía y que él –ya separado de ella- urgentemente solicitaba para firmar y montar en el escenario.

María Lejárraga no supo cortar o soltar esa cadena, aún incluso cuando su marido, que se convirtió gracias a ella en exitoso empresario teatral, la abandonó y tuvo con la actriz Catalina Bárcena una relación perenne y una hija. El siguió agarrándola fuerte, más aún si cabe, y ella cedía: … me escribe cartas, alabándome… felicitándome… no puedo negarle mi creación literaria… dice que son nuestros hijos literarios… Incluso pudiendo nunca se divorció. Y así en esa mezcla de amor y sumisión ella le enviaba los capítulos o los actos de la obra teatral, incluso al mismo teatro donde los actores aguardaban para su ensayo. Todo ello está documentado en su libro de memorias que escribió, dedicó y tituló, ya muerto su marido, “Gregorio y yo”.

¿Dónde está esa línea invisible que separa el amor de la sumisión?

¿Acaso no es amor ese último y vano canto de cisne, que quedó plasmado en esta última dedicatoria a su marido ya muerto?: A la sombra que acaso habrá venido –como tantas veces cuando tenía cuerpo y ojos con que mirar- a inclinarse sobre mi hombro para leer lo que yo iba escribiendo”[4] .

María Lejarraga, mujer excepcional de principios de siglo XX, que fue elegida diputada socialista en las primeras elecciones de 1933, conocía las carencias y las dificultades de las mujeres en aquella época y desde su sillón parlamentario luchó por ellas. Fue reconocida por escritores de la época, por músicos para los que escribió libretos, por intelectuales y por amigos que conociendo el fraude obligaron a su marido a firmar el documento de reconocimiento de la obra escrita por ella.

Pero ella misma al final de su vida se sincera y escribe: ¿Qué mujer ha comprendido del todo a un hombre, ni siquiera al que forma con ella la pareja entrañable?”[5] tal vez entendemos con esta velada disculpa que estaba a medio camino entre el amor y la sumisión.

“¿Qué sabemos? hasta cuando intentamos favorecerle, hasta si neciamente nos sacrificamos por el…” Hasta si neciamente nos sacrificamos por él, escribe. Aquí está la clave. Reflexión de hondo calado que obliga a un examen más minucioso pues ¿bajo qué parámetros aparece este “sacrificio necio” consentido?, ¿qué cadena invisible domina al sometido?

María Lejárraga vivió su vida entre amor y sumisión, ¿sabía que el Amor pleno con mayúsculas da sin recibir, libremente, y que en cambio la sumisión da sin recibir pero, lamentablemente, además encadena? Una férrea cuerda, que domina y obliga a cerrar los ojos. Anula la voluntad. Esa es la diferencia. Pero, ¿lo sabemos?

María Pérez Herrero, 2020.

@nilocasnitontas

NOTAS

[1] María Martínez Sierra, Gregorio y yo

[2] Gregorio y yo. M. S.

[3] 2 febrero 1917 M. Lejarraga en su conferencia firmada por su marido “De Feminismo”.

[4] María Martínez Sierra, Gregorio y yo

[5] Gregorio y yo. M. S.

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