FIRMA INVITADA

Literatura y Espionaje. Espías del medio siglo

José Joaquín Bermúdez Olivares (Foto: Javier Velasco Oliaga).
José Joaquín Bermúdez Olivares | Lunes 28 de enero de 2019

La preparación de estas interesantes jornadas coincide con la última (en su doble acepción de más reciente y de postrera, según su autor) novela de Frederick Forsyth, el autor de Chacal. Los autores anglosajones han sido, tradicionalmente, los más asiduos practicantes del género de espionaje; cuando no espías ellos mismos, desde Defoe hasta el propio Forsyth. En España hemos ido a la zaga, bien porque (en magistral expresión de Fernando Martínez Laínez) ‹‹ algunos creen que en España…lo único digno de espiar es la tortilla de patata›› (1), o porque los resabios de la dictadura y el difícil acceso a los secretos oficiales han dificultado la práctica del mismo.



Si el Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) es la respuesta en zona sublevada al SIM republicano, parece claro que su evolución posterior (SECED, CESID, CNI) dependió de los equilibrios —inestables— de poder entre los sectores militares, particularmente el largo enfrentamiento entre Carrero Blanco y Muñoz Grandes. Este es un rasgo que se trata, de forma estilizada, en la novela El hombre de negro (2), volumen central de la llamada Trilogía del medio siglo, junto al inicial El último de Cuba y el tercero (en prensa) Los cuatro santos. Una mezcla de chapucería, escasez de medios, confusión metodológica y personalismo, no impediría que, en general, Franco dispusiese (sobre todo desde su acercamiento a Estados Unidos) de buena información sobre sus auténticos intereses: la actividad del maquis con base en Francia, los diversos intentos de don Juan de Borbón para intervenir en la política española y la alineación en un frente anticomunista que le mantuviera indefinidamente, como así fue, en el poder.

Si es obvio que los asuntos de espionaje dan juego a la literatura, creemos que un acercamiento interesante es el inverso: ¿podemos imaginar una suerte de ‹‹espionaje literario››, esto es, que sea precisamente en los asuntos culturales donde se emplee el potencial de los servicios de inteligencia? Ese es el marco elegido, un tanto caprichosamente, en la citada trilogía; Rafael Sánchez, el personaje conductor de los tres títulos, será una suerte de ‹‹espía por obligación›› (3) o de ‹‹reticente espía con pujos literarios›› (4) que nos lleva desde Cuba hasta Ginebra y desde Inglaterra hasta Cartagena para lidiar con asuntos en apariencia tan abstrusos como las cartas de José Martí, las esculturas de Jorge Oteiza o el legado Rubén Darío de su viuda Paca Sánchez.

Para ello debemos tener en cuenta el carácter fundamentalmente administrativo de los servicios de información: recuerdo la notable película Los tres días del cóndor (1975) donde Robert Redford se ve obligado a convertirse en hombre de acción por una matanza en su puesto habitual de oficinista buscador de claves en periódicos y literatura general, labor sumamente aburrida. Nuestro Sánchez es un intelectual que por azar de su vida pasada, se ve lanzado a un mundo de espionaje internacional ajeno a su vocación y a sus posibilidades (es cojo, por oposición a esos agentes tipo 007).

Una buena introducción al panorama de los servicios secretos españoles es el libro de los periodistas Bardavío, Cernuda y Jaúregui (5) donde queda claro el carácter totalitario de los intereses ‹‹secretos››, con secciones que abarcaban desde el sociolaboral (las huelgas mineras), el educativo (las protestas estudiantiles), los exiliados y refugiados (Cuba, Hungría…) para evitar la entrada de infiltrados, y por supuesto el control de los movimientos (desde los monárquicos hasta los comunistas) que operaban dentro y fuera de España. Ese mismo carácter es sumamente útil para el autor que desee sumergirse en dicho mundo pues ‹‹nada humano le era ajeno›› y puede usar el espionaje como espejo de la España del momento. Así se pueden mezclar personajes eclesiásticos, poetas, cocineros, animadores socioculturales o embajadores; y situar la peripecia en una Bienal de escultura o en una residencia de señoritas. Todo le interesa al espía y nada queda libre de ser usado como dato que, cual tesela en un mosaico infinito, configura un retrato del estado de cosas en el país espiador y en el espiado.

Estamos ante un momento crucial para el género, con la reciente desclasificación de secretos anteriores a 1968 (y por tanto a la retroactividad de la Ley de Secretos Oficiales), habrá un enorme caudal de documentos dispuestos para ser analizados, por los historiadores, sí, pero también para ser usados por el novelista que entienda esa ‹‹realidad›› cual trampolín para el vuelo de la imaginación. Es lo que se ha pretendido en esta Trilogía del medio siglo, donde nos preguntamos cosas tan peregrinas como: ¿qué hubiera pasado en 1898 de haberse divulgado que Martí era contrario a la intervención de EE UU en Cuba? O ¿fue la talidomida un último invento de los supervivientes nazis?, ¿se puede usar la escultura como código para la transmisión de datos confidenciales a nivel internacional?, ¿y la alta cocina? ¿Se imaginan que las obras de Rubén Darío fuesen en realidad de un ignoto poeta chileno fallecido en su primera juventud? ¿Y que todo eso responda en realidad a un oscuro designio de los servicios secretos para mejorar la imagen del régimen franquista en el exterior?

A veces importa menos (al escritor) que Serrano Súñer y Pedro Saínz Rodríguez fuesen espiados para desvelar su dudosa moralidad (para la dictadura) o que Martín Artajo fuese monárquico y Castiella tecnócrata o al revés, que los acuerdos Eisenhower/ Franco no incluyesen la eventualidad de la guerra de Ifni o que la postura ante la División Azul separasen dos bandos a los mandos militares…aunque todo eso se pueda usar en las novelas. Puede que lo más importante sea situar a un hombre cualquiera, paseando con su bastón por un barrio de una ciudad portuaria, cansado de ser instrumento de los juegos de poder, entre falsificaciones (fake news diríamos ahora) y máscaras, buscando un legajo perdido o el retrato de un amor que no pudo ser. ¡Pero ay del que olvide que sus personajes y sus tramas están en el mundo, y que en este mundo todo es susceptible de ser utilizado en su contra! Desde el SIM (Servicio de Información Militar) en 1938 hasta las tarjetas SIM en 2018, los tiempos y las técnicas cambian, pero la avidez por controlar al otro y la necesidad de contrarrestar ese control perduran. Sean bienvenidas, pues, estas jornadas y esfuerzos como el Club 004 para continuar profundizando en la comprensión de un fenómeno y un género ‹‹esencial para la comprensión de nuestra época›› (1)

Bibliografía.

  • Máximo Secreto. PyV ed. 2014. Prólogo de Fernando Martínez Laínez
  • El hombre de negro. La Huerta Grande ed. 2017
  • El último de Cuba. La Huerta Grande ed. 2016. Prólogo
  • Raros como yo. ABC Cultural, 10/6/17. Juan Manuel de Prada
  • Servicios secretos. P&J eds. 2000. Bardavío, J., Cernuda

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