Buscar el éxito sin encontrar recompensa alguna es como encaminarse al abismo con los ojos vendados. Una apuesta difícil de entender para el que la pierde, y a la que no le sirve de nada que te des cuenta de tu falsa verdad cuando ya estás muerto o acabado. Ambos, estados inútiles para su propósito. El éxito y su tiranía precisa de esclavos, tan ciegos como autoritarios, pues siempre necesitarán de esa inconfesable e inquebrantable cerrazón que le hace ver —a quien la sufre— su propio jardín siempre verde y lleno de flores por más que el resto le digan que es un secarral que, por no tener, no tiene ni semillas sembradas con las que poder invocar el milagro de la esperanza. No hay vida sin esperanza, ni falso éxito sin su mentira, porque como se nos recuerda en un momento de la obra: «Hay que romperse el cuello para ver las estrellas». Inútil esfuerzo el de aquel que no sabe dónde se encuentra el cielo ni la posibilidad de iluminar un camino que no tiene salida, y sobre el que solo da vueltas y vueltas hasta desgastar del todo las suelas de sus zapatos.