Todo recuerdo es, o puede ser, una celebración. Si lo es de un escritor, mejor todavía, puesto que ello demuestra que su bien –el bien de su decir y pensar, de su escritura- ha granado. Y la ocasión es propicia ahora para recordar el centenario del nacimiento de este prolífico, equívoco por lo variado de su temática, exquisito en el planteamiento expositivo y fecundo por su sonrisa y su didáctica de la soledad que es Dahl.