Nacer, crecer y morirse (o no). Crecen las manos, crecen las piernas, crece el cuerpo, crece la ansiedad, crecen los problemas, crecen las ilusiones.
A veces creo que no nos estamos dando cuenta de cómo va cambiando la sociedad, las relaciones entre personas, los contratos laborales, la forma de enfrentarse al mundo.
Obsesión, el espejo es traicionero, en esa foto no soy yo, me controlo cuando quiero, y si como porque como y si no como, es cosa mía, ¡maldita báscula!, que me engaña, soy ligera como el viento, este es solo un peso que me pesa, pero solo por dentro.
Una boda es uno de los acontecimientos sociales más incoherente. Aunque se le quiera dar una aparente normalidad, en realidad todo se sale de quicio. De entrada, la gente se disfraza de pretendida elegancia y se observa y se critica cómo van los demás. También se bebe y se come más de la cuenta con las consecuencias que eso acarrea de forma inmediata en algunos casos y, posteriormente, en otros. Algunos bailan desenfrenadamente como si no hubiera un mañana. Otros pierden el sentido del pudor, sacan sus armas seductoras, desenfundan su lengua viperina para criticar a quien no conocen o aburren solemnemente pretendiendo ser graciosos.
En la ópera de La Bohème podemos apreciar, ver, sentir varias historias. En La Bohème está la luna, están las buhardillas de París, las calles hirviendo de vendedores, niños, jugueteros, soldados,… Están los cafés melancólicos, los paseos sin destino, la contemplación de los dulces tras los escaparates. Están esos jóvenes artistas e intelectuales, apodados bohemios, porque subsisten como pueden en condiciones precarias, pero siempre generosos, siempre alegres, siempre excesivos.
Después de todo, por muy prudente que seas, la muerte llegará a visitarte.
Cuando éramos pequeños en clase de religión, entonces se enseñaban esas cosas, nos decían los curas con sotanas hasta los tobillos, que cuando uno fallecía, si había sido bueno iría al cielo y si fue malo al infierno; pero si fuiste ni fu ni fa al limbo. Aquello debía ser como una nebulosa blanca donde vagaríamos los humanos a la espera de poder entrar en el reino de los cielos.
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Fechas, hablamos de fechas. Desde 1975 en Nueva York, en un salto hacia atrás, a París, en 1941 y los años previos a la II Guerra Mundial.
Hay unos cuadrados blancos en el escenario. Dispuestos para que se desarrolle una supuesta acción, aparezcan unos personajes y ocurran unos hechos determinados. Se supone que eso es el teatro.
No me dio tiempo a disfrutar de mi marido, no tenía trabajo, no tenía medios, tenía miedos, al final tuve que convertirme yo misma en él, en mi marido.
Los que peinamos canas aún guardamos en la memoria las enseñanzas, consejos, lecciones, amenazas, advertencias, de la enseñanza nacional católica de los años 60.
Que en épocas pretéritas, y me refiero a las de Franco, hubiera leyes como las de La Ley de Vagos y Maleantes que se aprobó en 1933, que se modificó en 1954 para penalizar la homosexualidad, y estuvo en vigor hasta 1970, año en que fue sustituida por la Ley de Peligrosidad Social, no es de extrañar, aunque sí de echarse las manos a la cabeza.
Me pregunto qué estaba haciendo yo en aquel entonces. Me pregunto, después de ver este montaje, si era consciente de lo que sucedía.
Las historias de piratas siempre han interesado. Desde los tiempos románticos (e incluso antes), los vikingos, la piratería en la Edad Media, los Pueblos del Mar en Egipto, los Argonautas, Roger de Flor, los Corsarios, los berberiscos, los piratas del Caribe y del Pacífico, sin nombrar a los de China o los de África o Filipinas.
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