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reseña de teatro

08/02/2024@16:16:00

Conocí a Pepe Viyuela allá por el año 1990, (aunque él no se acuerda, lógicamente), cuando se crearon las televisiones privadas y yo hice una pequeñas intervenciones en el programa de Emilio Aragón, Vip Noche (mi participación era de unos 45 segundos, nada menos). Él ya se las venteaba como gran cómico, como excelente payaso y, posteriormente, nos ha demostrado que también es un gran intérprete de lo cómico y lo dramático, que es capaz de afrontar cualquier personaje y cualquier texto, y en cualquier medio, teatro, cine, televisión, actor de doblaje, y hasta en docudrama y también como escritor y poeta.

Como una alegoría de la sociedad, la enseñanza es un compendio de frustraciones, de muchachos que se están abriendo a la vida, pero también de profesores que se acomodan al sistema o, por el contrario, que buscan nuevos métodos y alicientes para hacerle frente a la realidad, o quizás a los sueños, siempre a los corazones.

"Esto no es Troya, pero podría serlo". Por las guerras que siguen asolando las ciudades y las tierras de cultivo, las montañas y los mares, los territorios que pretenden invadir, la desolación de los desvalidos.

Fue un tiempo de cuchillos, de pistolas, de bombas, de encarcelamientos, de secuestros, de tiros en la nuca, de bombas indiscriminadas que cogían a quien por allí pasaba, de víctimas y de verdugos, de lágrimas, de odio, de no escucharse.

Elizabeth Siddal no estaba segura de nada. Ni siquiera de que abril fuera el mes de las lluvias. Fue arrinconando silencios y miradas para los retratos que le hicieran.

El señor Scrooge es un renegón y, posiblemente, tenga úlcera de estómago. Y se despierta después de haber dormido mal porque no le gusta dormir bien, sería una traición a su espíritu despotricador. Tiene una tienda y un único empleado, demasiado bueno y demasiado pobre, el pobre.

Ser activista a carta cabal. Pero cometer errores. Denunciar, pelear, ofrecer lo mejor de sí mismo y conseguir la gloria, mas no los objetivos previstos. Intentar recoger el amor y sembrar también llanto.

La campanilla suena. El ritual comienza, en un oscuro negro de escenario y vestuario. 13 Tongues saldrán a escena. 13 Lenguas, 13 cuerpos, 13 lunas.

Como si el tiempo no pasara o se hubiera detenido. Como si el cerebro tuviera regresiones y la conciencia no nos dejara en paz, extenuados ante tanta política, ante tanto desmán, ante tanta inmundicia social.

El tiempo y la posibilidad de rememorar el presente a través del pasado. Ese presente pluscuamperfecto que, al atraerlo hacia nosotros mucho tiempo después, se nos muestra más benigno y menos belicoso. ¡Ay, los recuerdos y su matiz caprichoso! ¿Para qué amargarnos con lo que fuimos si no hemos sido capaces de llegar a ser todo lo que deseamos? La distancia entre pensamiento y realidad siempre es trágica, por imperfecta e inabarcable. Sin embargo, en manos de Chéjov es tragicómica.

Guardamos en el olvido aquello que nos resulta escabroso, violento, roto, punzante, doloroso, amarillento. Esas acciones con las que cada día nos ilustran los telediarios sobre asesinatos, violaciones, secuestros,… y más cuando son perpetrados por menores de edad, por púberes, aparentemente, sin conciencia, por madres que rechazan a sus hijos, por padres que fuerzan a sus hijas. Terrible.

Vida y senectud. Cada vez nos vamos acercando más a ella, a no ser que algún accidente o enfermedad dé al traste con nuestros planes de envejecer. Bueno, planes no, porque a nadie le gusta llegar a la eufemística tercera edad, (¿por qué tercera, si en realidad, es la primera por orden de intervención?), y que te cedan el asiento en el metro o una voz de soslayo te diga, “déjame a mí, que tú ya no estás para estos trotes”.

Gestos. Estoy paralizado, pero no tengo sensación de paz. Es inquietud. Es el silencio que se repite después de las palabras. Son los gestos que no acompañan, necesariamente, al texto, a lo aprendido, a lo asimilado, al ritmo del corazón.

Las relaciones entre artista y musa siempre han dado mucho que hablar, pero si nos atenemos sólo a esta premisa no habremos entendido la sentida actuación de María Giménez de Cala en el papel de Elizabeth Siddall, la mujer que aparece sumergida en el famoso cuadro prerrafaelista de Millais, Ophelia, y que dijo: «El amor de una mujer nunca es breve».

La mirada de la máscara. Que parece impersonal y sin vida, pero es todo lo contrario.