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reseña de teatro

19/04/2024@11:31:37

Somos un simple garbanzo en medio de un cocido. Y, a pesar de ello, no nos amilanamos. Ponemos nuestra entidad, nuestra idiosincrasia, clara y limpia, al servicio de la comunidad.

La historia de una tragedia. Dicen que padres e hijos nunca podrán separarse, aunque estén distanciados. Aunque haya miradas mudas y palabras altisonantes, fuera de tono, de las que luego hay arrepentimiento.

Ser homosexual es realizar una travesía con dificultades, en una huida hacia el desierto de la soledad, en muchas ocasiones. Incluso en nuestros días. ¡Qué sería en épocas pretéritas no tan lejanas!

No sé qué decirte, no sé qué pensar. No puedo dormir, el personaje, los personajes, no pueden dormir en el camarote de un barco. Puede ser un camionero, puede ser Goethe, quizás sea Noé en su arca, o un simple viajero.

El tiempo no todo lo cura. Lo disimula, lo oculta, lo guarda, lo ensombrece. Pero, de vez en cuando, sale a la luz aquello que nos hirió en su día, aquellos monstruos que nos visitaron, aquellos sorbos de agua de sal que nos tragamos.

La frase “Mom, I am a rich man” hace referencia a las palabras de Cher durante una entrevista en donde le hablan sobre casarse con un nombre rico y ella le responde a su madre “mamá, yo soy un hombre rico”. Mom, I am a rich man es una obra de danza contemporánea coreografiada e interpretada por Elena Puchol Sola.

Estoy en el teatro para asistir a un combate. Puede ser de boxeo, o no, como dice Jesús Torres en la edición de su obra Puños de harina, (Premio Teatro Autor Exprés 2019 de la Fundación SGAE) en una nota introductoria a la edición de su obra.

Parásitos, caricatos, peleles, que intentan sobrevivir en un mundo de oscuridad y que cercena el pensamiento. Y no digamos, la creatividad, el arte, todo aquello que, a ojos de otros, no sea productivo, no genere beneficios tangibles, contantes y sonantes.

¿De qué estamos hechos? De cenizas y recuerdos. De un cuerpo material que muere, y un alma inmaterial que vaga por el universo. Del eco de nuestra voz que el viento transporta a lo largo del tiempo. Sin olvidarnos del agua y la tierra como soportes del ser humano. Un ser humano que vive, siente, sufre y añora. De ahí surgen la nostalgia, la búsqueda y los recuerdos que en Deje que el viento hable se transforman en relojes que nos recuerdan la importancia del paso del tiempo, o el reconocimiento del sacrificio de una madre que posibilita al hijo hacer todo aquello a lo que ella renunció por él.

Vienes a este museo a transgredir, a cuestionar unas obras de arte que para ti no son del todo de tu agrado, y pretendes hacer brotar un manantial de opiniones en Una cuestión de formas desangelándolas de su esencia.

Un encuentro que no se dio. Una vuelta al pasado para una súplica, para un perdón, para esclarecer las cosas.

Un enfrentamiento dialéctico del más alto nivel, un choque de gigantes que pelean por un trono, un aguacero de tormentas desatadas, falsedad y buenas maneras, pero besos ensangrentados de odio y fuego.

Es verdad que en muchas ocasiones se recuerdan aquellos tiempos, los de la posguerra y años posteriores, con cierta nostalgia por sus anuncios, las canciones pegadizas, las costumbres que hoy nos producen sonrisa pero, en realidad, es una época de niebla que nos cubría los ojos, entre otras cosas, porque éramos muy niños o jóvenes.

De forma cotidiana Ana Mayo nos cuenta la historia de su abuela, que no se llama Carmen, pero eso no importa.

Siempre la intriga palaciega de cuál es el papel que se le asigna a una reina consorte. A un personaje influyente y, en muchos casos, manipulador, al que no siempre le salen las cosas como tenía previstas. Y, aun así, no ceja en su empeño y se hace valer con todas las astucias y las armas que tiene de su mano: el poder, la capacidad de convicción, la seducción, la altanería, saber cómo se manejan los hilos, y saber esperar para cuando sea su turno.