PLAZA DE GUIPUZCOA
Si eres una masoca obsesiva como yo, tienes mil maneras de amargarte la vida. Hace unos días en la estación de Sants de Barcelona, entro distraída y a mi bola a comprarme un detox de espinaca y jengibre mientras hojeo las portadas del cuore y los últimos best sellers. Y de repente, ostras, tío, me la encuentro otra vez. Marie Kondo esa japonesita pija que hace ¡doce años! en cuatro tardes ociosas escribió un manual para ordenar armarios, enrollar calcetines, doblar tangas y colocar jerséis.
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Aunque me pedía el cuerpo meter caña (no hay que darle al cuerpo todo lo que te pide) he esperado que pasen los efectos terroríficos de la noche de Jalogüin, para decir lo que pienso de esta “celebración” cutre y absurda.
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El mal gusto y la zafiedad atacan de nuevo. Primero fueron los talleres de genitalidad femenina “Píntate el Toto” organizados por la Concejalía de Igualdad y Perspectiva de Género del Ayuntamiento de Soria. El objetivo era compartir experiencias y conocer la relación de las mujeres con su sexo. 300 pavos el cursillo y recibieron más de mil peticiones de toda España.
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La mejor estrategia para seguir pareciendo joven es no cambiar de peinado. En mi caso he llevado esta premisa al paroxismo. Dice mi madre (un beso amá) que nací con un flequillo indomable, negro e hirsuto. Y sigo así de áspera y rasposa. Bueno, tampoco me lo tomes al pie de la letra.
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Si eres Marta Ortega, la hija del hombre más rico de España, puedes pensar que todo el monte es orégano. Y más si el “Hola” y tus vasallos de Zara te dicen que creas tendencia y vas divina de la muerte con esos horribles “oufits” que te pones. No les hagas caso, es puta bola.
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Otra vez Diana de Gales, por los clavos de Cristo. Les vale todo con tal de no hablar de lo que tienen que hablar. Veinticinco años de su muerte, y luego cincuenta y luego cien. Si la humanidad está involucionando, imagínate cómo estará dentro de cien años. El día de la marmota sin fin.
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Como diría Jack el destripador “vayamos por partes”. 1) Es verdad que Letizia da juego, pero no quiero erigirme en su comentarista oficial, mis aspiraciones intelectuales van más lejos. 2) Es verdad que le queda bien la minifalda. Sus piernas han pasado de un 5 raspado a un 7,5 gracias a su férrea disciplina y al curro de su entrenador personal (sus musculosos brazos molan menos) 3) ¿Cuál será la siguiente transgresión? No hay más preguntas, señoría.
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No sé si hemos entrado en un bucle o en un agujero negro, pero la metáfora del día de la marmota no nos sirve. Está amortizada, tío.
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Los Medios de este país dejan mucho que desear. Nos machacan con revanchas y venganzas, pero no sabemos si Rociito Carrasco fue a Moncloa a desayunar. Lo cierto es que el presidente la llamó y ella cogió el teléfono. A su hija no se lo coge, pero a Moncloa, perdiendo el culo, tío.
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Con todos los melones que tienen abiertos los iluminados de la Unión Europea, pensé que se olvidarían del cambio de hora. Pero ni de coña. Será la edad, pero esta vez siento más el desajuste horario: empanamiento general, modorra, sopor y mala leche al levantarme. O sea, hecha unos zorros, tío. Un “jet lag” a lo bestia.
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Yo de pequeña quería ser muchas cosas, eso sí, todas de ringorrango y oropel: princesita, bailarina o artista. Me paseaba por casa con trapos en la cabeza hablando a un público imaginario (y sigo igual) para befa y mofa de propios y extraños.
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Sería largo de explicar, pero sé que mi ordenador tiene sentimientos. Y no solo eso, además es sensible y tiquismiquis. Como le des un meneo un poco brusco, se mosquea, se bloquea y a tomar por saco, ya has hecho el día.
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Antes, y cuando digo “antes”, quiero decir antes del covid, antes de que supiéramos que una señora como Irene Montero podía ser ministra, o que el hombre de la camiseta verde se llamaba Zelenski. Incluso antes de que se jodiera el Perú (y Europa). Antes, o sea, cuando eramos felices, para mostrar asombro o desconcierto, decíamos “me rompe los esquemas”.
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En las pelis clásicas hay un recurso cinematográfico que da mucho juego. Una pareja llega a la habitación de un hotel. Ella susurra maliciosa “one momento please, voy al baño”. Él espera ansioso junto a la ventana. La chica vuelve cubierta con un albornoz blanco. Secuencia de tensa y exaltada sensualidad. Se miran, saben que algo va a ocurrir. Y ocurre. Ella deja caer lánguidamente el albornoz. Está desnuda. Él la mira alucinado. La tía debe tener unas tetas increíbles, pero no te las enseñan. Siguiente escena, beso, revolcón apasionado, etc. Hasta aquí todo okey.
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Me he tomado mi tiempo antes de valorar las amargas lágrimas de Sanna Marin, la sufrida primera ministra finlandesa sometida a la maledicencia de esta sociedad heteropatriarcal de mierda. Van a por ella, tío.
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Confesar públicamente en San Sebastián un lunes de Semana Grande que aborrezco las fiestas, no es una venganza, es una temeridad. Me da igual. Sanfermines y otras celebraciones espeluznantes como la tomatina de Buñol, chirigotas, bronca, música en la calle, parkings petaos, me parecen una cutrez, tío.
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Seguro que te ha pasado alguna vez. Vas a fregar los platos y previamente quitas los residuos. Es fascinante observar la atracción fatal que el desagüe del fregadero ejerce sobre ese trocito de cebolla kamikaze. La persigues desesperadamente para impedir que se cuele a través del filtro, pero es inútil.
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Vaticiné un 2020 apestoso y catastrófico, bisiesto y capicúa al revés. No me extraña que la pandemia se oficializara con los Idus de Marzo. Todo lo que tenga que ver con los números me da yuyu, tío. La aritmética es la ciencia sagrada y Pitágoras su profeta. Con estas cosas del esoterismo soy muy cuidadosa y selectiva. No te vas a creer a cualquier chamán, iluminado, gurú, epidemiólogo o “experto” que te quiera vender la moto.
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