PLAZA DE GUIPÚZCOA
Hay días que te levantas con una energía tan bestial que podrías dar la vuelta al mundo. Pero te conformas con dar la vuelta a la tortilla. A la tortilla de patatas, quiero decir, sin metáforas ni leches.
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Dicen que cuantas más veces cambies de casa, mejor sabrás gestionar tus problemas. Depende, tío. Es una gilipollez que acabo de leer y no sé quién la dice. Podría ser un borderline o un iluminado.
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Yo de pequeña quería ser muchas cosas, eso sí, todas de ringorrango y oropel: princesita, bailarina o artista. Me paseaba por casa con trapos en la cabeza hablando a un público imaginario (y sigo igual) para befa y mofa de propios y extraños.
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La mejor estrategia para seguir pareciendo joven es no cambiar de peinado. En mi caso he llevado esta premisa al paroxismo. Dice mi madre (un beso amá) que nací con un flequillo indomable, negro e hirsuto. Y sigo así de áspera y rasposa. Bueno, tampoco me lo tomes al pie de la letra.
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Si eres Marta Ortega, la hija del hombre más rico de España, puedes pensar que todo el monte es orégano. Y más si el “Hola” y tus vasallos de Zara te dicen que creas tendencia y vas divina de la muerte con esos horribles “oufits” que te pones. No les hagas caso, es puta bola.
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Otra vez Diana de Gales, por los clavos de Cristo. Les vale todo con tal de no hablar de lo que tienen que hablar. Veinticinco años de su muerte, y luego cincuenta y luego cien. Si la humanidad está involucionando, imagínate cómo estará dentro de cien años. El día de la marmota sin fin.
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Como diría Jack el destripador “vayamos por partes”. 1) Es verdad que Letizia da juego, pero no quiero erigirme en su comentarista oficial, mis aspiraciones intelectuales van más lejos. 2) Es verdad que le queda bien la minifalda. Sus piernas han pasado de un 5 raspado a un 7,5 gracias a su férrea disciplina y al curro de su entrenador personal (sus musculosos brazos molan menos) 3) ¿Cuál será la siguiente transgresión? No hay más preguntas, señoría.
PILDORAZO
Soy cañera y polémica y no cejo hasta darme el hostión. Discutir por discutir es una chorrada, ¡ojo! salvo que te paguen (matiz importante). Mira los profesionales grouchomarxistas de los medios, tienen sus principios, pero si a su jefe no le gustan, tienen otros. Ahora mismo, cualquier boticario te hace un informe a la carta y te da el coñazo impunemente.
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Mi madre, que era compasiva y naif (un beso amá) le confesó un día a su director espiritual que, ella a veces, sentía odio por algunas personas y esto le hacía sufrir. El cura, un tipo práctico y perspicaz, le alivió con una respuesta que en mi familia es un mantra: “No, Beatriz, no sufra, usted no siente odio, siente asco y el asco no es pecado”. Genial el cura. De un plumazo se cepilla el delito de odio.
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Con todos los melones que tienen abiertos los iluminados de la Unión Europea, pensé que se olvidarían del cambio de hora. Pero ni de coña. Será la edad, pero esta vez siento más el desajuste horario: empanamiento general, modorra, sopor y mala leche al levantarme. O sea, hecha unos zorros, tío. Un “jet lag” a lo bestia.
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Sería largo de explicar, pero sé que mi ordenador tiene sentimientos. Y no solo eso, además es sensible y tiquismiquis. Como le des un meneo un poco brusco, se mosquea, se bloquea y a tomar por saco, ya has hecho el día.
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No sé por qué me empeño en ser tan auténtica y sincera. Aquí cada cual va a su rollo y nadie hace ni puto caso de nada. Te cansas de dar buenos consejos para que al final te hagan un corte de mangas. Y no creas que me refiero a Tamara Falcó. Estaba cantado que el pijo de su novio era un bala perdida.
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En las pelis clásicas hay un recurso cinematográfico que da mucho juego. Una pareja llega a la habitación de un hotel. Ella susurra maliciosa “one momento please, voy al baño”. Él espera ansioso junto a la ventana. La chica vuelve cubierta con un albornoz blanco. Secuencia de tensa y exaltada sensualidad. Se miran, saben que algo va a ocurrir. Y ocurre. Ella deja caer lánguidamente el albornoz. Está desnuda. Él la mira alucinado. La tía debe tener unas tetas increíbles, pero no te las enseñan. Siguiente escena, beso, revolcón apasionado, etc. Hasta aquí todo okey.
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Me he tomado mi tiempo antes de valorar las amargas lágrimas de Sanna Marin, la sufrida primera ministra finlandesa sometida a la maledicencia de esta sociedad heteropatriarcal de mierda. Van a por ella, tío.
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Confesar públicamente en San Sebastián un lunes de Semana Grande que aborrezco las fiestas, no es una venganza, es una temeridad. Me da igual. Sanfermines y otras celebraciones espeluznantes como la tomatina de Buñol, chirigotas, bronca, música en la calle, parkings petaos, me parecen una cutrez, tío.
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