Fedón o de la inmortalidad del alma, como casi todos los diálogos platónicos, es un abanico de varia y abigarrada materia; acaso no incordie una sumaria enumeración: la prueba de la inmortalidad, que ya se anuncia desde el título, sustentada en un minucioso desarrollo argumentativo de Sócrates; el ejercicio de la filosofía como una severa (y ascética) preparación para la muerte; la templanza como virtud cardinal del sabio; la clara alusión a la teoría pitagórica de la metempsicosis; el camino de las almas en dirección al Hades; la hipótesis de que el conocimiento es, por sobre todas las cosas, reminiscencia (“aprender no es más que recordar”, se subraya y reitera); el célebre y último recordatorio de Sócrates: “Critón, debemos un gallo a Asclepio” (no y de ninguna manera a Esculapio, versión romana y, obviamente, posterior de Asclepio; difícilmente Sócrates y sus discípulos pudiesen adivinar, a tantas décadas vista, cuáles serían las correspondencias entre los dioses griegos y los romanos).