El fallecimiento, en la ciudad de Cochabamba (Bolivia), del renombrado escritor y crítico literario orureño, Adolfo Cáceres Romero, a la edad de 86 años, ha sumido en luto a la comunidad literaria boliviana. Sus libros han explorado diversas temáticas, dejando así indelebles surcos en el ámbito de las letras bolivianas. El viernes 8 de este mes, exactamente a las 23:39 de la noche, envié un mensaje a la escritora cochabambina Gaby Vallejo Canedo. Su respuesta inmediata fue la siguiente: “Llegas en un día infausto para la literatura boliviana. Ha muerto Adolfo Cáceres Romero”. Apenas leí la nota, un suspiro de tristeza se propagó hasta lo más profundo de mi corazón. Había leído algunos cuentos de este ilustre escritor, como por ejemplo «Los ángeles del espejo» publicado en la Enciclopedia Boliviana, los mejores cuentos bolivianos del siglo XX, por Ricardo Pastor Poppe. O su célebre cuento «La emboscada» Premio Nacional de Cuento de la Universidad Técnica de Oruro en 1967.
Han pasado dos años y medio desde que Jorge Larserna Vargas, nacido en 1948 en Oruro (Bolivia), dejó este mundo; pero su voz sigue viva en cada uno de sus versos. Laserna Vargas ha publicado tres poemarios a lo largo de su vida. Y me obsequió los tres libros con dedicatorias. Su poemario inicial se titula «Siguiendo huellas». La primera parte de este libro contiene poemas de Jorge Laserna Trullenque, su abuelo paterno. Y la segunda parte abarca poemas de Jorge Laserna Vargas. Analizando un poema de su primer libro encontramos la siguiente estrofa: [...] mis sueños son realidades inalcanzables/ portones sellados con cerraduras inimaginables/ oscuros callejones que terminan en amplias avenidas/ son ilusiones de ávida vida, son pesadillas de muerte placentera.
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Jussi Alder-Olsen regresa con su serie sobre el Departamento Q, la brigada que se ocupa de casos antiguos que en su día quedaron archivados, pero que por alguna razón vuelven a requerir una atención especial. Su nueva novela “Cloruro de sodio” trata temas sociales y políticos muy actuales, diseccionando por medio de esta novela negra cómo es la ética y la moralidad actual.
El inventor de la dinamita, el científico y químico sueco, Alfred Nobel, también llamado «el mercader de la muerte» fue un hombre admirado y al mismo tiempo repudiado. En 1894 compró la empresa, Bofors, dedicada a la industria armamentista. Nobel exportaba principalmente dinamitas a varios países de Europa y América. Y, por consiguiente, su fortuna creció de manera vertiginosa. Su invento fue una verdadera revolución en el campo de los explosivos. Se utilizaba en la minería, en la construcción de líneas ferroviarias, etcétera. Pero también ocasionaba muertes en las guerras. Y para lavar su imagen, y no ser recordado como el hombre causante de fallecimientos, creó el «Premio Nobel». Un premio que se otorga a escritores, investigadores y científicos cuyos trabajos representen un beneficio para la humanidad o, al menos, una contribución destacada en la sociedad.
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