El tiempo transcurrido desde la aparición del primer volumen de la trilogía, El último de Cuba, algo más de tres años, me ha enseñado que hay mucho de cierto en aquel adagio que reza ‹‹no dudes en cantar tus propias alabanzas, al fin y al cabo eres el único que conoce la tonada››. La superproducción de títulos, la precariedad laboral del sector cultural, las dificultades de difusión de las obras llamadas independientes y la funesta manía de no leer, hacen casi imposible gozar de la casualidad (o causalidad) de una reseña, mucho menos de una crítica profunda. Todo ello con honrosas excepciones, como este medio. No es una queja, sino la mera constatación de un hecho.