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Cuando le concedieron la Medalla Fields, el Nobel de los Matemáticos, su única credencial era un pasaporte Nansen. Dos años después lideraba a los “enragés” del Mayo del ’68. Luego vinieron sus ensayos místicos, la ruptura con todo, el retiro a un paraje perdido del Pirineo francés donde vivió en soledad total durante 23 años. Para entonces Alexandre Grothendieck ya era considerado el último genio de nuestro siglo pasado. Una mente maravillosa comprable a la de John Nash, un soñador de espacios infinitesimales en los que Euclides se hubiera perdido. A su muerte, en 2014, dejaba cuarenta cajas repletas de manuscritos inextricables donde podría cifrarse la ecuación del fin del mundo.