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Los imprescindibles

29/07/2023@11:11:00
Mi trayectoria existencial podría resumirse en el paso de una primavera a otra” -declaraba Alain Finkielkraut el día de la muerte de Milan Kundera-: “de la primavera lírica a la primavera escéptica”. Dos primaveras en el mismo año, 1968, la de París y la de Praga. O lo que viene a ser lo mismo, del lirismo al desencanto. En París los jóvenes de la izquierda revolucionaria gritaban “Élections, pièges à cons” -Elecciones, trampas para idiotas-. En una generación llegaron al poder y todo cambió. Ellos entrañaron los valores del sistema y el sistema, muy progresivamente, fue derivando hacia el imperio del kitsch y la oligarquía del “infoentertainment”.

En 2005 dos adolescentes de origen argelino, Zyed Benna y Bouna Traoré, se ven sorprendidos por la policía en un intento de robo. Huyen, se esconden dentro de un transformador. Mueren electrocutados. Los tumultos incendian Francia. Villepin decreta el estado de excepción, Chirac habla de una crisis de modelo social: “Quiero decir a los jóvenes de los distritos difíciles, cualquiera que sea su origen, que todos son hijos de la République”.

Lo confieso, yo también he coqueteado con la muerte. Tenía un atenuante: la inconsciencia de la juventud, esa edad en la que te crees inmortal. Cada verano juntaba mi precario capital y embarcaba hacia los destinos más excitantes que pudiera imaginar. La selva centroafricana no fue el menor, pero allá, antes de adentrarme en los Virungas, donde paraban Dian Fossey y sus gorilas de espalda plateada, firmé un contrato muy parecido al suscrito por los tripulantes del Titán.

En tres días, tres millones de hectáreas de bosque calcinadas en Canadá. Al cuarto, una inmensa nube naranja preñada de cenizas cubre Nueva York, el aire se vuelve irrespirable. Aunque su paradero se oculte lejos de allá, en las Montañas Blancas de California, el viejo Matusalén tiene razones para esconderse. En 1964 la torpeza de un científico acabó con la vida de su hermano Prometheus. Sólo pretendía insertar su descorazonador, acabó cortándolo. Cuando se aplicó a examinar sus anillos, el vértigo. Aquel pino de la especie bristlecone -pinus longeva- remontaba cinco mil años. Entonces, el árbol más antiguo jamás registrado.

Fueron tres milagros simultáneos. Encontrar una mesa libre en el lungomare de Reggio, descubrir sobre ella un libro olvidado, 'L'utilitá dell'inutile' -La utilidad de lo inútil- y conocer de esa manera a su autor, Nuccio Ordine. Ya entonces una celebridad en Italia, hoy distinguido con el premio Princesa de Asturias de Humanidades a cuenta de una tarea heroica. ¿Cuál? Recordarnos que los resortes esenciales de la vida no se cifran en el culto al éxito ni en el utilitarismo a ultranza, sino en el arte de aprender a vivir. ¿De qué manera? Muchas veces abriendo espacio a ocupaciones hoy consideradas inútiles, como detenerse a contemplar un paisaje, quedarse a solas con uno mismo. O releer a los clásicos.

Sucedió hace cuatro mil años, pero en todo lo que afecta a los cambios climáticos y por más que el mundo se convierta en un desierto, seguimos teniendo memoria de pez. Entonces, hace cuatro mil años, una sequía devastadora provocó la extinción del imperio acadio y asoló el egipcio. Según los paleoclimatólogos, cruzó el Mediterráneo y alcanzó la Península Ibérica. Para la que viene acentuándose en este milenio no hace falta ir tan lejos, ni leer 'Las uvas de la Ira'.

Punto uno: Donostia a dos velocidades. Tras presentarlo como si nos cayera de los cielos de IBM, nos anuncian para 2024 la llegada del superordenador System One, con el que nuestra ciudad se situará a la cabeza del mapa global de la cuántica. Esperemos que no lo haga a la velocidad del AVE que nos prometieron, ¿para cuándo? Punto dos: mentes cibernéticas y humanas, también a dos velocidades.

"Obviamente, doctor, usted no ha sido nunca una chica de trece años”. Habla Cecilia, la menor de las cinco hermanas Lisbon, protagonistas de la novela ‘Las vírgenes suicidas’. Jeffrey Eugenides reconstruye el suicidio secuencial de las cinco en el próspero Michigan de los ’70. Aparentemente, sin otra causa que los trastornos de la pubertad. Sucede otro tanto con la pandemia silenciosa que no deja de expandirse en nuestro país. Dos mil fallecimientos por autolisis en 2004, cuatro mil en 2022. Un crecimiento exponencial.

Si estamos de acuerdo en que casi todos los deportes son más que deportes, todavía lo estaremos más en una evidencia paralela: en el Tour de Francia siempre hay dos ganadores incontestables: el Tour y la misma Francia. Culto a lo propio, pero también apertura a lo mejor de lo ajeno. Tal vez por aquello de que siempre gana el Tour, casi parece secundario quién entra en París con el maillot amarillo.

Un ser humano adulto puede sobrevivir hasta tres minutos sin oxígeno, tres días sin agua, tres semanas sin alimento. Eran cuatro niños, con edades comprendidas entre los trece años y los once meses. La avioneta en la que viajaban con su madre y dos personas más colapsó cuando sobrevolaban el Caquetá. Los tres muertos. Los cuatro hermanos sobrevivieron cuarenta días perdidos en lo profundo de la selva colombiana “entre jaguares, serpientes y plantas venenosas”, subrayaban los teletipos, para acentuar el drama. Imaginemos ahora un giro de cámara. Otras junglas, otras evidencias ante las que la mirada occidental apenas parpadea.

En ocasiones, ese jardín borgiano donde los senderos se bifurcan puede invertirse en el de los destinos que se entrecruzan. En los '80 Iñaki Ezkerra ganaba un premio Euskadi de novela y yo lo ganaba al año siguiente. No sabía entonces que venía de licenciarse en la Autónoma de Barcelona donde, a buen seguro, nos cruzamos más de una vez en los trenes magrebíes que subían hasta Bellaterra. Hoy, el laberinto de las encrucijadas nos ha llevado a encontrarnos a un paso de ingresar como socios de número en la Delegación en Corte de la Bascongada, en Madrid, siempre con libros bajo el brazo.

Una vez más, incluso TVE, el ente que ha hecho de la memoria histórica republicana un dogma de fe, se ha sumado a la pandemia por glorificar la monarquía británica con motivo de la coronación de Carlos III. Periodistas presuntamente progresistas ensalzado un episodio políticamente banal, históricamente anacrónico, a la manera de un cuento de hadas.

De todas las imputaciones con que Boadella sancionó el papanatismo posmoderno en su obra 'El Pintor', una es perfectamente consonante con el Cincuentenario Picasso. Tras calificarlo como 'El Atila de las artes" -por donde pasó no volvió a crecer la pintura- a su juicio, el padre del cubismo convirtió la pintura en una industria de producción intensiva. Resultado: de ahí en adelante, el Reina Sofía, el Moma o el Guggenheim no son otra cosa que tanatorios del arte. "Una burbuja financiera saturada de cadáveres exquisitos".

Cien años atrás los Sanfermines eran una fiesta local que no congregaba más de veinte mil personas. En 1959 Hemingway se quejaba de las cien mil que invadían Pamplona por esas fechas. Hoy superan el millón. Datos que documentan la explosión del turismo global. En los años de Hemingway movía a veinticinco millones de almas errantes alrededor del planeta. En 2019, mil quinientos millones. Eleve su mirada al cielo: sobre su cabeza y cada instante, medio millón de aeronautas low cost vuelan en busca del santo grial de un todo incluido en el Caribe, una escapada mística a la India, o un ápice de playa bajo la jungla de sombrillas de Benidorm.

Eugene Cerman, Ronald Evans, Harrison Smith. ¿Les suenan estos nombres? Se trata de los tres tripulantes de la misión Apolo 17. La última en que los humanos caminaron sobre la Luna. Tan pronto como su cápsula amerizó en el Pacífico, un 19 de diciembre de 1972, cayó igualmente en el olvido. No fue el caso de la grabación iniciada ese día en el mítico estudio Abbey Road, con la misma hoja de ruta. Cuatro psiconautas del rock progresivo, Roger Waters, David Gilmour, Nick Mason y Richard Writgh, grabarían indeleblemente sus nombres en la cara oculta de nuestro inconsciente colectivo.