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Los imprescindibles

26/10/2024@16:16:00

Corría 1909 cuando Marinetti publicó su célebre Manifiesto Futurista: “El esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad”. Su paradigma, esos Bugatti que consideraba más bellos que la Victoria de Samotracia. Un siglo adelante la belleza se plasma en una aceleración del mundo comparable a los ciclones que rotan sobre nosotros a todos los niveles. El poder destructivo del Milton no es nada comparado con lo que subyace en el vigente culto al vértigo. Una distopía simultáneamente cibernética y política. Un sólo ojo del huracán: la velocidad absoluta.

A los que seguimos sus partidos míticos desde que conquistó su primer Roland Garros, en 2005, con apenas diecinueve años. A los que presenciamos sus duelos homéricos con el mismo Federer, como aquella final de Wimbledon de 2008 -el mejor partido de la historia-, luego con Djokovic, desde Madrid a Australia. A los que le debemos postergarlo todo para apresar el mundo entre una raqueta y una red, mientras él jugaba cualquier final, la retirada de Nadal, por más previsible, sabemos que es inadmisible. Rafa se va, tanto más estará presente.

Desplazamientos de la mirada. Ya no es necesario adentrarse en Masái Mara para asistir a la espectacular migración de los ñus, esa en la que millón y medio de estos bóvidos cruzan su río en busca de pastos frescos. Basta con acercarse a cualquier aeropuerto, a cualquier autopista, a cualquier lugar de veraneo con encanto, incluidas nuestras costas por estas fechas. El nuevo espectáculo natural son las manadas de turistas que todo lo saturan y todo lo devoran en busca de nuevas experiencias, naturalmente plastificadas, aunque a la carta. Precisamente las que tanto invertimos en promocionar, para denostar inmediatamente la masificación que nos invade.

Conocemos la ‘compleja’ dialéctica mediática imperante en estos tiempos electorales: superhéroes -los nuestros- frente a archivillanos -todos los demás-. Lo veníamos testando en la campaña que precedió al primer debate por la campaña presidencial en EE.UU., hace un par de semanas. Aunque las viéramos con nuestros ojos, todas las imágenes en las que Joe Biden aparecía algo más que desubicado o catatónico total eran bulos. En el debate los convirtió en realidades. El viejo Sleepy Joe -Joe el dormido-, entró en escena superando a Michael Jackson y su mítico ‘Moonwalk’. Si parecía caminar sobre la luna, el tono inaudible y farfullante acabó haciendo temer una abducción alienígena.

La antigua Roma, siempre moderna, cuánto nos enseña. Aún más sus mujeres, sobre todo las que nacieron en la cuna del poder, las grandes familias, la casta o la “gens”, como se llamaba entonces. ¿Qué hubiera sido de Julio César sin su madre, la imbatible Aurelia? ¿O de Servio Tulio sin aquella que lo adoptó cuando no era más que un esclavo, la visionaria Tanaquil? ¿O del mismo Cicerón sin la dote que aportó a su boda la bella Terencia, cuatrocientos mil sestercios, el precio exacto de una plaza en el Senado?

Cuando el presidente del condado de Brooklyn declaró oficialmente el 27 de febrero como el Día de Paul Auster, casi se lo tomó a broma: “Me ha hecho sentirme como cuando el Espantapájaros sin cerebro de ‘El mago de Oz’ recibe un diploma que lo reconoce como Doctor en Pensamiento”. De los tres personajes que acompañan a Dorothy, resulta muy ilustrativo que Auster eligiera compararse con el Espantapájaros que sueña con tener un cerebro, y no con el Hombre de Hojalata, el que quiere tener un corazón. Pero aún más que su referente fuera este relato maravilloso, con una lectura iniciática, y otra hermética.

Tal día como anteayer, hace trescientos años, en una pequeña ciudad prusiana que hoy es rusa -de Königsberg a Kaliningrado-, nacía un filósofo de hábitos tan discretos como su peluca, llamado a generar una revolución a partir de un simple gesto. La verdad es que se tomó su tiempo: cincuenta y siete años meditando hasta que publicó ese primer libro que lo cambiaría todo, ‘Crítica de la razón pura’, al que seguiría otra crítica, la de la razón práctica, y una más, la de nuestra manera de juzgar.

22 de marzo, 20 horas. Seis mil personas asisten al concierto de un grupo de rock en el Crocus City Hall, a 20 kilómetros de Moscú. Irrumpen cuatro terroristas fuertemente armados. ¿Dónde estaban las fuerzas de seguridad del recinto? ¿Por qué no hicieron nada por detenerlos? En veinte minutos, los asaltantes se cobran un balance de ciento cuarenta muertos y más de doscientos heridos. Los terroristas huyen.

"Al buio tutto è nero”. En la oscuridad todo es negro, palabra de Pirandello. Valdría para definir el estado de la geopolítica global. Una larga noche de la diplomacia, y hasta del raciocinio, iluminada por los misiles que cruzan los cielos de Oriente sumados a los que vienen detonando sobre Gaza noche y día. ¿Estamos en puertas de una Guerra Total? La respuesta es simultáneamente desoladora y tranquilizadora. Esa Guerra Total se inició hace años sin que ninguno de los agentes implicados hiciera nada por evitarla, sino todo lo contrario. Por eso no tendrá fin.

Del autor de ‘La metamorfosis’ -ahora se dice ‘La transformación’- creíamos saberlo todo, hasta sus no menos kafkianas relaciones amorosas. De pronto irrumpe una novela llevada al cine, ‘La grandeza de la vida’. Narra el último año de la de Kafka junto a Dora Diamant, aquella bailarina judía a la que conoció en una playa frente al Báltico en 1923, a un año de su muerte, y sólo es el comienzo de todo lo demás.

Por qué las novelas para adolescentes son cada vez más violentas, más degradantes, más basura?”, se pregunta el último número de una relevante publicación digital francesa. Analiza el impacto entre los jóvenes de un nuevo género, el ‘Dark Romance’ -romance tenebroso-, donde se maridan agresiones sexuales, relaciones de dominación, tortura explícita y psicológica, presentados como los ingredientes esenciales de la nueva sentimentalidad romántica.

Sin el prescriptivo consenso de la Oposición parlamentaria, sin la anuencia de los países centrales de la UE, sin avanzar cuáles serían sus fronteras, ni las garantías de seguridad se establecerían, ¿qué margen de crédito puede recabar el reconocimiento de un Estado Palestino por parte de un presidente español que le niega ese derecho a un territorio todavía bajo su administración, como es el Sahara Occidental y su autoproclamada República Saharaui Democrática?

Sufro, luego soy. El shock de sus leales, la crisis de gobierno, todo el maremagno desatado por el arrebato entre peronista y absolutista de Pedro Sánchez –“Después de mí, el Diluvio”-, se resuelve en esa frase con la que Pascal Bruckner subtitula su último libro: ‘Portrait de la victime en héros’ -Retrato de la víctima como héroe-. Una pandemia de nuestro tiempo que el filósofo francés disecciona con la misma prosa incisiva con la que analizó las otras dos: ‘La euforia perpetua: sobre el deber de ser feliz’ y ‘La tiranía de la penitencia: sobre el masoquismo en Occidente’.

Aunque no me dejo ver en ninguna, salvo excepciones puntuales y por exigencias del guion, las redes sociales me interesan por lo que significan como fenómeno sociológico. Un mundo de pantallas a la medida de este tiempo líquido en el que prevalece la pulsión del instante. Un espejo sin profundidad pautado por la dictadura de las apariencias y, dentro de estas, por la tiranía de lo cool. ¿También una nueva dimensión de eso que Jung definía como nuestro inconsciente colectivo?

El título valdría para glosar las desventuras de Kate Middleton y su atribulada parentela, pero la protagonista estelar de esta película es la misma Emma Stone que deslumbró en ‘La Favorita’ a las órdenes del mismo realizador, uno de los más exuberantes de nuestro tiempo, quizá también el más disruptivo: Yorgos Lanthimos. Sobre un texto de Alasdair Gray, el William Blake de Glasgow, un concierto barroco en forma de cuento de hadas tan filosófico como amoral. Todo un homenaje a los escritores steampump del XIX, desde Mary Shelley a Stevenson. Y sobremanera, una revisión de la condición femenina entreverada con una sátira salvaje.