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José Antonio de Yturriaga

15/12/2024@07:07:00

Últimamente está de moda bautizar a las estaciones de ferrocarril con nombres de personajes más o menos ilustres. Así, la de Valencia recuerda a Joaquín Sorolla, la de Málaga a María Zambrano y la de Atocha en Madrid a Almudena Grandes. El abulense Antonio Sierra -antiguo director del Instituto Cultural de Dublín y agregado cultural de la Embajada en Irlanda- ha propuesto al Ayuntamiento de Ávila que den a la estación de la ciudad el nombre señero de Teresa de Jesús. Me parece una propuesta acertada que apoyo en la medida de mis limitadas fuerzas, ya que hay precedentes Si la estación de Sevilla se honra con los nombres de sus santas patronas Justa y Rufina, Teresa tiene méritos más que sobrados para ceder su santo nombre a la estación de su ciudad natal.

El pasado día 22, el embajador de Irlanda en España, Frank Smyth, y el rector de la Universidad de Salamanca, Juan Manuel Corchado, inauguraron en el colegio mayor Fonseca una exposición sobre “Arpas y tréboles en Castilla: El Real Colegio de San Patricio de Nobles Irlandeses de Salamanca”. Este acontecimiento me lleva hacer una reflexión sobre el último Colegio irlandés que existió en España.

Últimamente Méjico ha celebrado dos importantes centenarios: el V de la conquista de Tenochtitlan por Hernán Cortés y sus aliados indígenas y el comienzo de la colonización de la Nueva España, y el II de la independencia de la República. Para ir calentando la celebración de estas efemérides, su actual presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en marzo de 2019 exigió al rey Felipe VI y al Papa que pidieran perdón por aquella conquista. La Corona española ignoró tan extravagante demanda, pero el Papa Francisco ha accedido a ella.

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Tras el diluvio universal, los herederos de Noé se establecieron en la llanura de Senaar. Era la tierra toda de una lengua y de una misma palabra. Y dijéronse unos a otros: “Vamos a edificar una ciudad y una torre cuya cúspide toque a los cielos y nos haga famosos”. Bajó Yavé a ver la ciudad y la torre que estaban haciendo los hijos de los hombres y se dijo: “He aquí un pueblo uno en que tienen todos una lengua sola. Se han propuesto esto y nada les impedirá llevarlo a cabo. Bajemos, pues, y confundamos su lengua de modo que no se entiendan unos a otros”. Por eso se llama Babel, porque allí confundió Yavé la lengua de la tierra toda, (Genesis, 11-1/9). Según Nácar y Colunga, estaban unidos y la unidad de lengua les daba fuerza y les permitía desafiar a Dios, pero la diversidad de lenguas era causa de aversión y de división.