Tras una década de numantina resistencia, harta de la machacona idea de la nieta de acudir como público al programa de televisión que veía cada tarde, la septuagenaria accedió a marcar el número mágico. No sólo no tardaron en catapultarla al estrellato de los míticos estudios de Prado del Rey, donde compartió asombro, bocadillo de atún, Batido Mediterráneo sin azúcares añadidos y aplausos con un grupo nutrido de la tercera edad de Villalgordo del Júcar y otro nutrido grupo de la misma edad de la cercana localidad de Dolorosa de Hellín, no sólo sus vecinas del barrio se tragaron su envidia y su cara en todo un primer plano hasta tres veces, no sólo tuvo la dicha inmensa de conocer en persona al simpático y apuesto presentador del que obtuvo, además, autógrafo y dos besos en sendas mejillas, no sólo todo esto le fue dado, sino que regresó con un plan bajo el brazo. Un plan que cambiaría, de manera drástica e irreversible, el resto de sus días dorados.