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Hilario J. Rodríguez

20/11/2024@21:21:00
El poder de la evocación es infinito, tanto o más que la percepción del tiempo. Quizá porque la evocación es una forma de reivindicar el tiempo. El tiempo absoluto, por lo que ésta tiene de dinamizadora del pasado, el presente y el futuro. La evocación es un eco que repercute en nuestra memoria para ofrecernos la posibilidad de volver a ser o hacer lo que una vez fuimos o hicimos.

Como dice el autor de este literario libro de viajes: «Soy consciente de que escribir es fracasar. Las palabras son siempre insuficientes, inadecuadas. Nos dejan a mitad de camino porque no son capaces de llegar hasta el final». Quizá, por eso, viajar consista en atravesar fronteras. Constructos mentales más que físicos que arrancan de nuestro acervo cultural y que están ahí para ser derribadas. Y eso es lo que hace Hilario J. Rodríguez en este caluroso y fulgurante acopio de experiencias viajeras por Centroamérica en el verano del año 2016. Experiencias que siempre van muy bien acompañadas de cine y literatura, y sobre todo, de la memoria. Memoria propia y universal que ejerce como un cabo al que sujetarnos de la marea del viaje y las olas de su fuerza. De ahí que, para observarlo todo, no haya nada mejor que comportarse como un astronauta perfecto capaz de seguir el ritmo sincopado del mundo.

Leer. Pintar. Buscar. Bucear en las entrañas de la vida y viajar entre las coordenadas geográficas del tiempo. Allí, donde el arte de lo invisible y lo inesperado toma cuerpo, palabra, obra y acción. Allí, donde disfrutar del feliz descubrimiento es una invocación a una nueva vida. Allí, allí, allí… donde anida la materia infinita rodeada de fantasmas.

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¿Existe el mundo? ¿Acaso existen las palabras? ¿Qué certeza tenemos sobre la materialidad de los libros? Quizá todo sea un sueño. Sueño eterno el que transita y transige los límites de nuestra propia vida para convertirla en algo distinto y, sobre todo, en algo ajeno, público y real.