Acabo de leer el poemario más hermoso y taciturno de Luis Alberto de Cuenca, titulado Después del paraíso. Nos encontramos ante una obra mayor de nuestra poesía, amena como todas las suyas, aunque algo más crepuscular y melancólica, me parece, que las precedentes. Resulta, por cierto, patente en ella que el influjo del cristianismo es ineluctable para nosotros, así tengamos mucha, poca o ninguna fe. A mí me gustaría poder considerarme cristiano, pero en la práctica el ethos por el que guío mi conducta es más bien el de los estoicos.