Hace dos años visité la comarca de Las Hurdes por vez primera, y toparme con la historia que guarda cada una de las miserables casas que aún se conservan en pequeños pueblos, me removió el alma. Tenía ganas de volver, comprobar si el hermoso meandro de El Melero tenía algo más de agua, pasear los pueblos, asombrarme con la belleza salvaje de los montes agrestes, charlar con las gentes -muchos oriundos de estas tierras que emigraron en busca de una vida mejor y regresan en verano a la casa nueva que se han construido lejos de la que los vio nacer-, degustar la típica ensalada hurdana de limón… Otra vez me he dejado atrapar por estas tierras, aunque el impacto, esta vez, ha sido un puñetazo en las tripas al descubrir que hoy todavía es ayer para algunos habitantes, que la miseria pervive como costumbre y no por necesidad, y que el cambio no solo depende de las ayudas, sino que empieza por uno mismo cuando la parte dura de la historia quedó atrás.