“Todo estado del alma tiene su propio signo y expresión, igual que la inocencia, a la que nunca alcanza la culpa; ahí veis lo difícil que es parecer original sin serlo” Este texto, breve como buena parte de la obra que le ha hecho famoso no solo entre los lectores, digamos, comunes, sino entre grandes escritores, desde Mann a Nietzsche, desde Canetti a Cioran, responde, curiosamente, a la inteligencia de un científico que, entre sus aficiones, había adoptado la tarea de confeccionar un almanaque al que añadía, a modo de consideraciones ético-morales, reflexiones que, en clave irónica –él, que cultivó el sentido del humor- equivalían, en ocasiones, a una especie de máximas de uso y siempre, desde luego, a brillantes críticas de lo tenido como real en actitudes y comportamientos.