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PLAZA DE GUIPÚZCOA

23/01/2024@06:00:00
Dirás que siempre hablo de los mismos. Tamara, Letizia, Puigdemont o Yoli Díaz. Tienes razón. Es que no hay mucha gente que de verdad esté en el machito. Que no te coman la oreja con el Foro de Davos ¡2800 invitados! Jefes de Estado, billonarios y élites empresariales.

De sobra lo sé; ya llevo, en estas páginas, tres centenarios seguidos, con cuanto de museístico, con su ineludible tufillo a naftalina, comporta; pero en el quehacer literario conviene siempre atenerse a las normas del género —en este caso, del artículo, tan dependiente de la volandera actualidad—; de modo que, a pesar de lo mucho que hayan leído y escuchado durante estos días, porque ayer mismo se cumplieron los cien años de su muerte, no podía —ni quería, claro está— sustraerme a echar mi cuarto a espadas sobre esa figura tan determinante del s. XX: Vladímir Ilích Uliánov, Lenin.

Poema de Vicente Aleixandre (1898-1984) que permaneció por muchos años olvidado en las páginas del diario español Ahora[1] con motivo de los bombardeos contra la población civil sufridos por la ciudad de Madrid durante la Guerra Civil Española. Aleixandre, poeta de la llamada generación del 27, ocupó, desde 1950, el sillón con la letra “O” de la Real Academia Española y obtuvo el Premio Nobel de literatura en el 1997.

[1] Ahora, diario de la juventud (J.S.U.), núm. 17, lunes, 18, enero, 1937, p. 11.

La única vez que me invitaron a la “Semana Negra” de Gijón coincidí con el equipo de rodaje para el programa literario de una televisión italiana. Apenas cambié unas cuantas palabras con ellos, descubrí que la directora había colaborado con el maestro Fellini para poner voz con acento búlgaro —ruso, diríamos aquí— en alguna de sus películas.

Desde el comienzo se ensayó con vestuario. La sirvienta, con cofia. El doctor Rank, con piyama de invierno y chinelas doradas. Krogstad, el procurador, con extenuado sobretodo oscuro y gorra. La señora Linde, normal, de ciudadana contemporánea y argentina. Torbaldo, con smoking. Y Nora Helmer (Casandra) de vedette, con altísimos tacos, brillos, plumas y sostén de estrella glamorosa.

Al igual que en el pasado se ignoran, es mejor mirar para el lado, ello permite dormir, celebrar, alegrarnos por nosotros, ignorar al miserable encerrado en los campos de concentración de la época moderna.

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No voy a escaquearme sin desearte felices fiestas porque el 25 y el 31 no haya periódico. No soy borde, soy antisistema. Las navidades me la bufan.

El fallecimiento, en la ciudad de Cochabamba (Bolivia), del renombrado escritor y crítico literario orureño, Adolfo Cáceres Romero, a la edad de 86 años, ha sumido en luto a la comunidad literaria boliviana. Sus libros han explorado diversas temáticas, dejando así indelebles surcos en el ámbito de las letras bolivianas. El viernes 8 de este mes, exactamente a las 23:39 de la noche, envié un mensaje a la escritora cochabambina Gaby Vallejo Canedo. Su respuesta inmediata fue la siguiente: “Llegas en un día infausto para la literatura boliviana. Ha muerto Adolfo Cáceres Romero”. Apenas leí la nota, un suspiro de tristeza se propagó hasta lo más profundo de mi corazón. Había leído algunos cuentos de este ilustre escritor, como por ejemplo «Los ángeles del espejo» publicado en la Enciclopedia Boliviana, los mejores cuentos bolivianos del siglo XX, por Ricardo Pastor Poppe. O su célebre cuento «La emboscada» Premio Nacional de Cuento de la Universidad Técnica de Oruro en 1967.

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Por Eva Losada Casanova

Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.

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Hacer de la necesidad virtud, dijo Sánchez para justificar la Amnistía. Es como decir hacer de tripas corazón. Supongo que se refería a las tripas y no a las virtudes teologales de la doctrina católica: Fe, Esperanza y Caridad. O a las virtudes cardinales platónicas. Vete a saber. Mejor lo dejamos. Apaga y vámonos, que es como decir, aquí paz y después gloria.

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra

En el cervantismo también tenemos nuestros santos lugares, y Esquivias es uno de ellos. Lo afirmo desde el máximo respeto, consciente de que en esta villa toledana he asistido a un espectáculo tocado por los ángeles. Otras localidades hacen legítimas cábalas sobre esto y aquello, pero aquí lo que conmemoran ocurrió de verdad. Aquí se conocieron Miguel y Catalina, pues ella era esquiviense. Aquí celebraron el desposorio, el 12 de diciembre de 1584. ¿Cómo no sentir simpatía por Esquivias? No han hecho de dicha conmemoración un festejo más, sino una proclamación de felicidad colectiva y un ejemplo de lo que ha de ser tanto el buen turismo cultural como su gestión desde una institución pública. Sin un ápice de chovinismo, pero con un orgullo que les irrumpe del corazón. Felicito, pues, a la alcaldesa, Almudena González. Pero empecemos por el principio.

¿Qué promueve la perennidad de un filósofo, de una obra, de un sistema de ideas? En primer lugar, sin duda, que atraviese con gallardía el impiadoso paso del tiempo, que periclita todo aquello que alguna vez fue novedoso. Pero también, y sobre todo, su innata y aparentemente fluida capacidad para anticiparse al tiempo por venir.

Fernando de Villena (Granada, 1956), poeta, novelista, profesor de literatura, autor de estudios literarios, miembro fundador del Salón de Independientes, tiene una personalidad y una obra caracterizadas por una gracia innata, por la singularidad, por la divergencia, por el misterio.

El jueves siete de diciembre se llevó a cabo el discurso Nobel pronunciado por Jon Fosse, escritor, poeta y dramaturgo noruego cuya pluma ha marcado un capítulo inolvidable en la historia de la literatura mundial. El majestuoso local de la Academia Sueca, con sus paredes blancas adornadas con detalles color oro, con estatuas y con enormes arañas colgantes; fue el escenario que acogió al flamante ganador del Premio Nobel de Literatura 2023. Pero también acogió a un nutrido público compuesto por miembros de la Academia Sueca, diplomáticos, periodistas y personas de la alta sociedad literaria sueca.

Archibald Boyd, tesorero de Londonderry y su esposa Anne McNeill, nacida en Dunmore, contrajeron matrimonio en el año 1792. Era una familia muy unida y respetada por la comunidad. Vivian en Ballymacool (Letterkenny). Robert Boyd, nació el 7 de diciembre de 1805 en Londonderry. En 1824, al cumplir diecinueve años, ingresó como cadete en la Compañía Británica de las Indias Orientales. El 9 de abril de 1826 ascendió a teniente y fue destinado como voluntario al 65º Regimiento Nativo de Infantería en la ciudad de Mutra (India).

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Como ya sé que vamos a empezar con las tonterías navideñas de elegir el personaje del año, lo mejor del 2023, la tendencia más cool y la palabra más guay, o sea, la coña marinera de siempre, pues mira, me adelanto, que el que pega primero, pega dos veces y te lo pongo en el título.

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Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"

A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.