05/12/2018@06:24:49
Mi última novela "COMANCHE" (Ediciones B), me lleva a revivir la desconocida historia de la presencia española en Norteamérica, en las últimas décadas del siglo XVIII y la vida de aquellos bravos soldados de frontera que lucharon desde Nueva Orleans a San Francisco. Nos encontramos en los territorios que pertenecieron al Imperio Español durante tres siglos. En esas tierras salvajes, a través de tres inolvidables personajes: el capitán de dragones del rey, Martín de Arellano; la joven apache Wasakíe y la princesa de Alaska, Aolani, el lector se sumerge en un episodio fascinante y asombroso que se produjo entre españoles, comanches, yuma, navajos, aleutas de Alaska y apaches, hoy perdido en el olvido.
«Tan lejos, tan cerca de nosotros y contemplando el Firmamento a muchos kilómetros de distancia se hallan pueblos enteros que como dijo el clásico: ‹¡Han sido abandonados de la mano de Dios!› Las palabras del explorador y naturalista francés Théodore Monod nos sirven como una brevísima introducción para el conocimiento de este pueblo: «Tuve la suerte de encontrar el desierto, ese filtro, ese revelador. Me ha moldeado, me ha enseñado la existencia. Es hermoso, no miente, es limpio. Por eso debe abordarse con respeto».
Hace un par de semanas se murió Fernando del Paso, ese escritor de novelones que, al segundo o tercer capítulo, amenazan con no terminarse nunca. De eso fui consciente desde el mismo momento en que, por una chamba, me tropecé con su inaugural José Trigo, y ya no pude sino perseguir por librerías de lance el resto de sus relatorias con la férrea convicción de que debía de leerlo todo y a toda costa.
Cuando el viajero va a la India, lo primero que ve en España, si tiene conocimiento y ganas son los documentales e informaciones sobre este país que, en el mejor de los casos son bienintencionados. Ahora en Nueva Delhi, recordamos lo escrito por Gandhi: «La India está en los pueblos» Y tenía razón. Sus palabras al pisar esta tierra adquieren una mayor fuerza y un mayor sentido para ese viajero que piensa un poco la cosa, son mil millones de indios que se dice pronto.
Un códice misterioso –el legendario Manuscrito Voynich-. Dos monarcas en bancarrota –Felipe II y su primo, Rodolfo II el alucinado-. Tres personajes como surgidos de los pinceles de Arcimboldo en ruta hacia Praga, la ciudad de los alquimistas. Y allá, un rabino tirando a inquietante –Judá León, el creador del Golem. Algo que me rondaba como desencajado en mi interior, comenzó a articularse cuando me decidí a ponerlo por escrito. El resultado es una novela entre histórica, esotérica y romántica, donde todo lo que parece increíble es cierto… Y lo que parece más cierto, hijo de la ficción. Esta es la intrahistoria de "El secreto del rey alquimista".
Pues creo que Joaquín Torra, ese presidente nazi que sufrimos en la tierra de mi madre, debe tener razón. Los españoles tenemos una tara en el ADN que nos hace diferentes. Así que este charnego, hijo de una gerundense y de un almeriense mezclado con valencianos, tiene algo en su ADN que le viene jugando malas pasadas a lo largo de toda su vida. Por lo menos en lo que se refiere a su vocación de periodista. Desde que hacía prácticas en La Voz de Almería se las tuvo que ver con el entonces gobernador civil porque le molestaba que, cada vez que se encontraba en el diario del Movimiento Nacional una información incómoda, iba firmada por Joaquín Abad. Así que cada dos por tres la policía visitaba mi domicilio para indicarme que estaba invitado a seguirles hasta el palacio de la calle Arapiles, donde un señor con bigotito me echaba la bronca en plan cuartelero, amenazas incluidas, que yo me pasaba por el forro porque tenía veinte algo años y entonces era un rebelde que no me controlaba ni mi padre...
Aquel 3 de mayo del 68 volaron las ideas, abandonaron las aulas polvorientas, salieron de libros enmohecidos y se confrontaron con la realidad. Los profesores autoritarios perdieron autoridad, los jóvenes tomaron la palabra, el sistema se asustó.
PLAZA DE GUIPÚZCOA
La Verdad es revolucionaria dijo Cristo hace dos mil años. Le daría un yuyu si aterrizara en el Congreso en una sesión de control al Gobierno. Es un chascarrillo simplón pero bien traído por lo de la Semana Santa. Y así cambiamos un poco de rollo. No vamos a estar todo el puto día hablando de las mentiras que nos cuentan. Pero al final todo se sabe.
FIRMA INVITADA
Por Eva Losada Casanova
Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.
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Fernando Pessoa dibujó su vida con los trazos de la silueta de los héroes anónimos, igual que aquellos argonautas que fueron en busca del vellocino de oro. Sin embargo, él no lo hizo embarcándose en un navío sino a través de un sueño escondido bajo un mapa de sensaciones al que dotó del silencio de la noche, del anonimato de un fantasma que huye de la sombra de sí mismo y de la necesidad de ser otro. Muchos han sido los que se han acercado al mítico arcón donde guardó más de veinticinco mil documentos que, tras su muerte, han sido rescatados del olvido.
Dicen que en estos días se puede observar en nuestro cielo marino del norte peninsular las nubes de nácar. Son unas nubes melancólicas, blandamente blancas, de un movimiento apenas perceptible –su aparente quietud no expresa movimiento a la mirada, pero sí la sensación de vida, otra forma de movimiento- Son más propias del norte boreal, pero tal vez debido a los desconsuelos de la atmósfera, aquí se pueden apreciar en ocasiones.
El pasado sábado siete de diciembre, la ganadora del Premio Nobel de Literatura, Han Kang de 54 años, pronunció su discurso de aceptación ante la Academia Sueca y ante un público selecto. Toda la atención del mundo estaba puesta en el majestuoso salón de la Academia Sueca, situado en la ciudad vieja de Estocolmo.
PLAZA DE GUIPÚZCOA
Es muy frustrante comprobar que de cada dos aguacates tengo que tirar uno. Dirás que es fácil conocer el grado de maduración; le quitas el rabillo que tiene en su vértice y compruebas si está verde pistacho o beige amarillento, que sería el momento óptimo para abrirlo en canal. Esa es la teoría, pero tampoco funciona.
«¿Por qué no conocemos nuestro pasado? Dios en su bondad ha ocultado este conocimiento a la gente; si supieran que han sido virtuosos se sentirían orgullosos, en caso contrario se deprimirían; basta con conocerse a sí mismo» (Bhagavan Sri Ramana Maharashi, Conversaciones, 553).
A la memoria de mi hijo Joshua Majano y a mi búsqueda
de calma, mientras aún me abraza el duelo
El poema El Cuervo, escrito por Edgar Allan Poe en 1845, es una obra maestra del romanticismo gótico. A través de su estructura rítmica y su atmósfera sombría, Poe evoca temas universales como la pérdida, la locura y la desesperación. Este ensayo busca explorar el significado del poema a través de una reflexión filosófica sobre la condición humana, la memoria y la búsqueda de sentido en medio del sufrimiento.
FIRMA INVITADA
Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"
A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.
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