El pasado mes de marzo conversé con Javier Gomá durante una hora y diez minutos en la Fundación Juan March de Madrid. El documento audiovisual que lo atestigua, del cual adjuntamos un link, ha recibido ya multitud de visitas.
Se despereza el dragón chino; lanza sus dentelladas el oso ruso; aguijonean los escorpiones del desierto; vuelve la convulsión a las cordilleras andinas y Occidente abaja sus lanzas, salvo las del “amigo estadounidense”, que no siempre las utiliza con propiedad. El siglo XXI está preñado de retos, a cada momento más sombríos. Es hora de volver a las voces de la estrategia, a la visión de estado, a soñar una concordia mundial que pareció posible cuando hace justamente 30 años cayeron muros y telones de la vergüenza.
Todo escritor famoso se merece, por lo menos, una larga lista de mentiras atribuibles. El pueblo español que lleva en sus genes eso de desmerecer los logros ajenos más que de alabarlos, es docto, sin embargo, en imaginación. Los chismes y el qué dirán, fueron en la época de Benito Pérez Galdós tan reales como en la actualidad.
Quizás haya sido el escritor Pankaj Mishra (1969) quien al escribir su obra Los románticos, sobre Benarés y luego Para no sufrir más nos daría la palabra adecuada para este breve comentario y también como no mencionar al Fotógrafo y Pintor Luis Gabú quien ha coordinado una Exposición hace unos meses con el nombre de Ernesto Fernández. Cuba desde 1957. A memoria fotográfica que al hablar de Javier Gozálbez y Dulce Cebrián comenzo a hablar de algunos autores que por los estudios que realizan que pronto y con tiempo serán verdaderos clásicos y son unos románticos dentro del estudio y de la investigación.
Será porque muy pocos escritores han sido tan ajenos en su andanza vital y, sobre todo, en su quehacer poético a los fulgurantes lanzamientos, a los suntuosos premios e incluso a las imponentes ferias que se celebran durante estas fechas como Robert Graves, por lo que, cada otoño, cuando las noticias sobre este deslumbrante carrusel se estampan en los periódicos o se cuelan en los noticiarios televisivos, no hacen sino evocarme su lacónica y desgarbada figura de antiquísimo hechicero.
Primero fue, «Así se hizo, El hombre y la tierra», siendo él subdirector en donde da a conocer a los lectores, como se hace un programa de televisión y cuales son esas pequeñas cosas que el televidente desconoce. ¿Quiénes son sus protagonistas?, ¿qué se esconde detrás de cada toma? Y lo más importante: como ha sido esa relación entre los distintos profesionales para que un documental como en su momento fue, «El hombre y la Tierra» pudiera llegar a miles de hogares.
En mayo pasado se celebró la llegada de Federico García Lorca a Madrid como alumno de la Residencia de Estudiantes. El poeta en ciernes que no había salido de Granada da el salto a la fama en esta escuela progresista. Nada volverá a ser como antes. En unos años publicará El Romancero Gitano y estrenará sus primeras obras de teatro. De Madrid se despedirá un verano de 1936 para volver a su Granada, convertido en el poeta español más conocido internacionalmente.
FIRMA INVITADA
Por Eva Losada Casanova
Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.
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Supongo que estarán ustedes bien servidos —cuando no, ahítos— de noticias sobre Galdós, a propósito del centenario de su fallecimiento, que se cumplirá el próximo año. Y a pesar de eso y de resultar incluso redundante con cualquier otro artículo reciente, no podía sustraerme de echar mi cuarto a espadas sobre su abrumador e insoslayable legado por una razón sentimental: Gabrielillo de Araceli y Salvador de Monsalud habitan mi infancia.
Se admite que la “Biblia”, que el “Quijote”, que “Hamlet”, que “Moby Dick”, son obras literarias clásicas. El grecocomplutense doctor Carlos García Gual (1), filólogo, asevera que la palabra “clásico” procede del latín “classicus”, “con clase”. Luego, sólo la gente “con clase” lee, desbroza, interpreta tales obras. Dice, además, que los libros clásicos parlan de los “aspectos esenciales de la condición humana”, que son, según los libros que hemos leído, el lirismo, el romanticismo, el utilitarismo, el gremialismo, el legalismo, el moralismo, asuntos todos planteadores de cuestiones metafísicas.
En el anecdotario que zurce las interioridades de la literatura, a menudo me tropiezo con encuentros ante los que solo Dios sabe cuánto hubiese dado por acudir. Por ejemplo, los paseos vespertinos entre el maduro Galdós y el joven Baroja por los desmontes suburbiales del poniente de Madrid, donde entre observaciones, aquí y allá, sobre los tipos desharrapados que se cruzaban y las calamitosas maneras de sobrevivir en aquellas traspuestas riberas del Manzanares, surgían los comentarios del veterano novelista sobre cómo resolver una situación o cómo alumbró a tal personaje, consideraciones que, por supuesto, fueron acendrando la técnica de don Pío, cuando aún no atinaba con la manera firme de relatar sus fulgurantes peripecias de aventureros sin suerte.
«Una vez establecida la diferencia entre la guía correcta y el deseo no se puede forzar a nadie a creer. Quien descrea de las falsas divinidades y crea en Dios se habrá aferrado al asidero más firme (El Islam) que es irrompible. Dios todo lo oye, todo lo sabe» Corán:2: 256
La asombrosa expedición naval de descubrimiento que finalizó con la primera circunnavegación del mundo a cargo de Juan Sebastián Elcano, contó con cuatro castellanomanchegos pero ninguno pudo completar el periplo. El único que sobrevivió a este viaje fue el albaceteño Juan de Chinchilla que desertó y volvió en la nao San Antonio.
PLAZA DE GUIPÚZCOA
Torres más altas veremos caer. De momento ya no puedes insultar a tu cuñado llamándole “cerebro de mosca”. Un grupo de neurobiólogos ayudados por inteligencia artificial, han descubierto que el cerebro de una mosca tiene más de 50 millones de sinapsis neuronales, que no solo le permiten andar y volar sino interactuar con humanos.
Días pasados, en este mismo medio, se daba cuenta de la reciente aparición de el "Diccionario de Samuel Johnson", compilado por Gonzalo Torné, ese guía por el proceloso mundillo digital —sucesor, sin duda, del diccionario en papel hasta el pasado siglo—. De Samuel Johnson pareciera que lo sabemos todo, su monumental Vida, publicada por James Boswell en 1791, unos años después del fallecimiento del doctor, se considera la primera biografía moderna (tal como el Quijote es la primera novela moderna: como fundadores ambos de un género partiendo de una obra maestra). Y sin embargo, ¿los diccionarios nos informan sobre un lenguaje, las biografías sobre una vida?
FIRMA INVITADA
Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"
A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.
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