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Firma invitada

27/05/2020@20:00:00

Hipatia de Alejandría es una de esas mujeres que han sido olvidadas por la historia. Tanto es así que lo que sabemos de ella puede recogerse en unos cuantos folios. No obstante, en el mundo anglosajón y, en general en la Europa que rompió con Roma a partir del siglo XVI su figura, al menos en los círculos académicos, era mucho más conocida que en el mundo católico, donde interesadamente se le había cubierto con un manto de silencio.

Hay infinidad de causas que merecerían una segunda lectura, pero no voy a ser yo la imbécil que se rompa los cuernos con disquisiciones prolijas y abstractas que no llevan a ningún sitio. Salvo que me sienta concernida, como en este caso. Hablábamos hace una semana de “Best sellers como churros” y tengo una interesante precisión qué aportar. No pienses que voy a matizar o suprimir ningún detalle de mi argumentario. Al contrario, añadiré un concepto sorprendente con una cierta carga de profundidad metafísica.

A la escritora Concha Espina (Santander 1869-1955 Madrid), su esposo -Ramón de la Serna- le hizo trizas el borrador de una obra. Era 1909 y acababa de publicar con aceptación de crítica y publico una novela brillante titulada La Nina de Luzmela. A él le disgustaba su éxito en las letras, a pesar de que los beneficios de los libros de su mujer engordaban la maltrecha economía de la familia. Debieron ser aquellas cuartillas rotas la gota que colmó el vaso, porque Ramón partió a México a ocupar el empleo que ella le había conseguido, y ella -acompañada de los cuatro hijos de ambos- se trasladó de Santander a Madrid. Pretendía vivir de la literatura.

Según síntomas, durante una larga temporada, no vamos a poder viajar. Por tanto seguiremos condenados, con máscara de cirujano incluida, a nuestro paseo hasta el estanco de la esquina o hasta el colmado del barrio, que si presentan cola a la puerta propiciarán una pasajera y morigeradora tertulia; y ya como acontecimientos extraordinarios, una visita al médico o al ayuntamiento para resolver un papel de la contribución, y en el colmo de las excepciones y bajo un sigilo de furtivo, aprovecharemos la invitación de unos amigos a su casa de campo o a su estrechito apartamento con vistas al mar.

El proceso de escritura de una novela es siempre un misterio. Si realmente soy sincero conmigo mismo, no tengo ni idea de cómo he escrito Los solitarios. Tendría que revisar mis libretas y mis anotaciones, y tratar de descifrar como llego a cada idea, y como cada idea surge por otras ideas, y a su vez las modifica, y así constantemente, hasta que al final dices: basta, ya no sé si estoy cambiando la historia para mejor. A veces, empezar a escribir una novela es como empezar a leerla. Siempre me pongo nervioso cuando empiezo una historia. Es como abrir una puerta a una pequeña casa. Abres la puerta, entras. No sabes lo que te vas a encontrar.

Hoy es tu día de suerte, vas a acceder a una información “top secret” de valor incalculable. Ya quisiera el CNI de Pablo Iglesias tener la exclusiva. Anota esta fecha en tu agenda, seguro que celebras efemérides mucho más absurdas creyéndote un tipo comprometido y guay.

Hoy no he venido a hablar de mis libros, aunque no será por falta de ganas. Hoy quiero hablar de Francisco García Pavón (Tomelloso, Ciudad Real, 24 de septiembre de 1919- Madrid, 18 de marzo de 1989), ya que durante el pasado año 2019 se conmemoró el centenario de su nacimiento con diferentes actos culturales, entre los que destacó la convocatoria, por parte de la Facultad de Letras de la Universidad de Castilla-La Mancha, del Primer Premio Especial de novela corta policiaca en homenaje a Francisco García Pavón. Por suerte, tuve el honor de ganar ese premio con mi libro titulado Esperando a Randy. Pero ya dije que no iba a hablar de mi libro. Esta referencia es sólo una excepción que explica porqué firmo este artículo dedicado a García Pavón.

Pocos narradores tan importantes, cuanto disímiles, ha dado la segunda mitad del siglo XX, como W. G. Sebald (1944-2001) y Kazuo Ishiguro (1954). Sus acercamientos a la materia narrativa, a la posibilidad de adquirir y transmitir información y a caracterizar personajes partiendo de lo que ni ellos mismos conocen, les hacen reaccionar a la postmodernidad de un modo peculiar, casi diríamos reaccionario por aquello de ir a la contra. Desaparecido Sebald en accidente de tráfico el 14 de diciembre de 2001, cuando se le consideraba candidato seguro al Nobel, galardón que recibió Ishiguro en 2017 (antes de los escándalos que acompañaron a estos premios), queremos hacer aquí un mínimo esbozo de su obra maestra cuasi póstuma Austerlitz (2001) junto a la casi simultánea Cuando fuimos huérfanos (2000) del anglo-japonés.

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Por Eva Losada Casanova

Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.

Santiago Castellanos
Profesor Titular de Historia Antigua en la Universidad de León.
Autor de Gothia. Muerte en Barcinona (Ediciones B, 2020).

Si paseáis por la plaza de Oriente de Madrid, enfrente del Palacio Real, tenéis a unos señores muy altos y silentes a vuestro lado. Tan silentes… que son de piedra.

Acabo de ver el cartel de la Feria del Libro de Madrid 2020. Una mujer del pasado con un libro del que escapa la imaginación. Cadeneta para dibujar pájaros y fantasía y tipografía con bordado a punto de cruz. También la portada del libro está bordada. No voy a entrar en analizarlo bajo ninguna perspectiva de género. Me gusta y ya. Y además me ha recordado una práctica usual de muchas mujeres lectoras en épocas anteriores; coser o bordar un forro para un libro importante. Yo guardo uno de mi madre como un tesoro. Un libro de poemas de Rabindranaz Tagore.

Procuraré no ser tan pedante y narcisista como un escritor al uso. No te escandalices, todos los escritores lo somos, además de competitivos, envidiosos y dispuestos a cualquier aberración con tal de mejorar las ventas de los bodrios que parimos. Y el que diga lo contrario miente. Es verdad que siempre ha habido clases. No es lo mismo Jane Austen, Nabokov o Graham Greene, que J. K. Rowling, Dan Brown, o E. L. James y sus infumables “cincuenta sombras”.

La provincia de Ciudad Real y especialmente la comarca de la Mancha, se han visto afectadas de forma trágica por la pandemia de coronavirus, urge hacer algo para revertir la situación económica y social.

Les llamaban los hashshashin, un término despectivo que significa consumidor de hachís. No había que tomarlo en sentido literal pues se trataba de una denominación que los musulmanes aplicaban a personas moralmente reprobables. Poco después de que Mahoma el gran Profeta fundador del Islam muriera en el año 632 se desencadenó una guerra civil que escindió al mundo musulmán en distintas facciones.

Tal día como hoy de 1861 nacía en el palacio “Thakurbari” de la ciudad bengalí de Calcuta (de nombre oficial actual Kolkata) Robindronath Tagore, la posiblemente más importante personalidad de la historia de la cultura mundial, pues fue genial en todas las facetas en las que destacó: educador (creador de la primera escuela nueva de Oriente y de una universidad internacional, que hoy posee quince facultades y más de cinco mil estudiantes), músico autor de la letra y de la música de más de dos mil canciones, que en la India son un género musical específico llamado “Robindrosonguit”, pintor excelente cuya obra expuso en las ciudades más importantes del planeta, reformador social, filósofo, defensor de la paz, los derechos humanos, la solidaridad entre los pueblos, la igualdad entre la mujer y el hombre, la ecología y la vida.

Mientras escribo estas líneas presiento que cuantos hemos librado hasta ahora de la infección nos hallamos suspensos sobre una inquietante espera. La percibo en las conversaciones telefónicas con mis amistades; en todas se mencionan planes de futuro, pero azuzados por un oscuro desasosiego: el ansia por palpar cómo será la cotidianidad el día que se decrete eso que las autoridades llaman con el orwelliano título de “nueva normalidad”; que basta con pronunciarlo para que resulte del todo atemorizador.

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Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"

A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.