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Firma invitada

Por Luis Miguel Román Alhambra
11/06/2020@16:00:00
Cuando Cervantes escribía el Quijote, la mortalidad en España ha sido considerada como catastrófica. Además de los fallecidos en las guerras, por causas naturales y en el parto, la población española estaba sufriendo epidemias de enfermedades infecciosas, como la peste, el tifus o la difteria, agravadas por las malas condiciones alimenticias e higiénicas en la población más humilde, siendo las causas de una altísima mortalidad entre la población.

Es verdad que si yo fuera Dios lo hubiera hecho todo de otra manera. Como creyente irredenta que soy, la hipotética responsabilidad de Dios es un tema que me apasiona, pero no quedan muchos interlocutores válidos para dilucidar este tipo de cuestiones. La única persona con la que podía especular y desbarrar sin complejos era Jorge Oteiza. Solíamos coincidir en lo fundamental, aunque en la discrepancia las batallas dialécticas podían ser a muerte.

La idea de convertirse en escritor -en buen y famoso escritor- debe antojársele a cualquiera una meta difícil, especialmente si se ha fracasado en los estudios. Sin embargo, a Thomas Mann, incapaz de concluir el bachillerato, le fue en ese sentido de fábula (infinitamente mejor que a su hermano, el también escritor, Heinrich Mann), hasta el punto de que su primera novela -Los Buddenbrook. Decadencia de una familia- alcanzó un éxito editorial tan notorio, que veintiocho años más tarde le concedieron el Nobel de literatura, básicamente por esta ópera prima. Lo cierto es que ni La muerte en Venecia (1913) ni La Montaña Mágica (1924), ni Tonio Kröger (1903), su composición más querida (se refería así a sus obras), ni ninguna otra, fueron mencionadas en la ceremonia de Estocolmo de 1929. Hay quien a eso lo llama “llegar y besar el santo”. Ignoro qué nombre le otorgó Heinrich, que siendo quien inició a Thomas en la escritura, tuvo que soportar que dijera de sus libros que eran tan malos que provocan un odio apasionado.

No existe un imán con más poder de atracción que la palabra “SEXO”. NI más sugerente, excitante, misterioso, prohibido y clandestino. De hecho, está considerado el reclamo más eficaz para el título de cualquier artículo, ensayo, novela, película o canción. Dicen que la jodienda no tiene enmienda y debe ser cierto. Algo parecido a “Información vaginal, éxito garantizado”, como diría Lola Delgado, flamante Fiscal General del Estado, espiada por el agente Villarejo 007.

Hipatia de Alejandría es una de esas mujeres que han sido olvidadas por la historia. Tanto es así que lo que sabemos de ella puede recogerse en unos cuantos folios. No obstante, en el mundo anglosajón y, en general en la Europa que rompió con Roma a partir del siglo XVI su figura, al menos en los círculos académicos, era mucho más conocida que en el mundo católico, donde interesadamente se le había cubierto con un manto de silencio.

Santiago Castellanos
Profesor Titular de Historia Antigua en la Universidad de León.
Autor de Gothia. Muerte en Barcinona (Ediciones B, 2020).

Si paseáis por la plaza de Oriente de Madrid, enfrente del Palacio Real, tenéis a unos señores muy altos y silentes a vuestro lado. Tan silentes… que son de piedra.

Acabo de ver el cartel de la Feria del Libro de Madrid 2020. Una mujer del pasado con un libro del que escapa la imaginación. Cadeneta para dibujar pájaros y fantasía y tipografía con bordado a punto de cruz. También la portada del libro está bordada. No voy a entrar en analizarlo bajo ninguna perspectiva de género. Me gusta y ya. Y además me ha recordado una práctica usual de muchas mujeres lectoras en épocas anteriores; coser o bordar un forro para un libro importante. Yo guardo uno de mi madre como un tesoro. Un libro de poemas de Rabindranaz Tagore.

Procuraré no ser tan pedante y narcisista como un escritor al uso. No te escandalices, todos los escritores lo somos, además de competitivos, envidiosos y dispuestos a cualquier aberración con tal de mejorar las ventas de los bodrios que parimos. Y el que diga lo contrario miente. Es verdad que siempre ha habido clases. No es lo mismo Jane Austen, Nabokov o Graham Greene, que J. K. Rowling, Dan Brown, o E. L. James y sus infumables “cincuenta sombras”.

FIRMA INVITADA

Por Eva Losada Casanova

Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.

Dos crónicas y una efeméride literaria han, levemente, sacado del aturdimiento a los escasos seguidores de eventos retóricos en la Colombia del coronavirus.

Las mujeres en comparación a los hombres tienden más a ocupar su tiempo libre en la lectura. Leen revistas de modas o libros generalmente géneros de romance, novelas rosa, ciencia ficción.

En un mundo globalizado como el nuestro en pocas ocasiones nos encontramos con personajes de la talla de nuestro protagonista un verdadero entusiasta del conocimiento y del estudio y un enamorado de la Pedagogía. Al profesor Antonio Piñero (Chípiona, Cádiz, 1941) se le puede leer en las distintas páginas digitales o en las diversas conferencias que ofrece a lo largo de nuestra geografía. Comenzó con un blog en Periodista Digital y han pasado ya diez años...

Hay infinidad de causas que merecerían una segunda lectura, pero no voy a ser yo la imbécil que se rompa los cuernos con disquisiciones prolijas y abstractas que no llevan a ningún sitio. Salvo que me sienta concernida, como en este caso. Hablábamos hace una semana de “Best sellers como churros” y tengo una interesante precisión qué aportar. No pienses que voy a matizar o suprimir ningún detalle de mi argumentario. Al contrario, añadiré un concepto sorprendente con una cierta carga de profundidad metafísica.

A la escritora Concha Espina (Santander 1869-1955 Madrid), su esposo -Ramón de la Serna- le hizo trizas el borrador de una obra. Era 1909 y acababa de publicar con aceptación de crítica y publico una novela brillante titulada La Nina de Luzmela. A él le disgustaba su éxito en las letras, a pesar de que los beneficios de los libros de su mujer engordaban la maltrecha economía de la familia. Debieron ser aquellas cuartillas rotas la gota que colmó el vaso, porque Ramón partió a México a ocupar el empleo que ella le había conseguido, y ella -acompañada de los cuatro hijos de ambos- se trasladó de Santander a Madrid. Pretendía vivir de la literatura.

Según síntomas, durante una larga temporada, no vamos a poder viajar. Por tanto seguiremos condenados, con máscara de cirujano incluida, a nuestro paseo hasta el estanco de la esquina o hasta el colmado del barrio, que si presentan cola a la puerta propiciarán una pasajera y morigeradora tertulia; y ya como acontecimientos extraordinarios, una visita al médico o al ayuntamiento para resolver un papel de la contribución, y en el colmo de las excepciones y bajo un sigilo de furtivo, aprovecharemos la invitación de unos amigos a su casa de campo o a su estrechito apartamento con vistas al mar.

El proceso de escritura de una novela es siempre un misterio. Si realmente soy sincero conmigo mismo, no tengo ni idea de cómo he escrito Los solitarios. Tendría que revisar mis libretas y mis anotaciones, y tratar de descifrar como llego a cada idea, y como cada idea surge por otras ideas, y a su vez las modifica, y así constantemente, hasta que al final dices: basta, ya no sé si estoy cambiando la historia para mejor. A veces, empezar a escribir una novela es como empezar a leerla. Siempre me pongo nervioso cuando empiezo una historia. Es como abrir una puerta a una pequeña casa. Abres la puerta, entras. No sabes lo que te vas a encontrar.

FIRMA INVITADA

Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"

A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.