PILDORAZO
03/11/2020@03:00:00
Soy cañera y polémica y no cejo hasta darme el hostión. Discutir por discutir es una chorrada, ¡ojo! salvo que te paguen (matiz importante). Mira los profesionales grouchomarxistas de los medios, tienen sus principios, pero si a su jefe no le gustan, tienen otros. Ahora mismo, cualquier boticario te hace un informe a la carta y te da el coñazo impunemente.
Definitivamente
parece confirmarse que este invierno
que viene, será duro.
Adelantaron
las lluvias, y el Gobierno,
reunido en consejo de ministros,
no se sabe si estudia a estas horas
el subsidio de paro
o el derecho al despido,
o si sencillamente, aislado en un océano,
se limita a esperar que la tormenta pase…
In the last days I read the American press, and I remembered an old, classic problem between the Humanities and the Natural Sciences, which I can formulate in the next fast question: are the Humanities useless for Natural Sciences? Leon Wieseltier says[1] (1) that the Humanities, in the technocratic world, without solid reasons have been accused of having a “nonutilitarian character”. With criticism he remarks, besides, “the essential inability of the natural sciences to offer a satisfactory explanation” of human concerns, such as Soul, God, World, Freedom, abortion, euthanasia, etc. He argues that “the character of our society cannot be determined by engineers”. He says that “no distinction between human and machine”, as a director of engineering at Google wants, is nonsense.
Dice el ministro Illa que la paciencia tiene un límite. Un aforismo muy a la pata la llana para una rueda de prensa oficial. Eso lo puedo decir yo que soy una columnista insolente y procaz. Tampoco sabemos de qué límite estamos hablando. Poner límites suena muy facha, tío.
La buena literatura encuentra su acomodo no solo en ediciones lujosas. También en aquellas otras que siendo populares y asequibles por su precio a costa de la calidad en la impresión, no regateaban en la de su contenido.
Hace ahora 40 años la editorial italiana Bompiani publicó una de esas novelas llamadas a convertirse pronto en un clásico y entrar por derecho propio en la historia de la literatura universal, ‘El nombre de la rosa’ del escritor piamontés Umberto Eco.
En la vida de María Moliner merece especial mención la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876, y su prolongación: la Escuela Cossío de Valencia, creada en Octubre de 1930, hace ahora 90 años.
Huyendo del vergonzoso guirigay político que se ha levantado por adueñarse de Madrid, en mitad de esta infección donde boquea el país entero, reparé en una singular gacetilla que informaba de que el gobierno británico estudia, tras el aluvión de inmigrantes que han arribado a sus costas durante estos últimos meses, hacinarlos en la remotísima isla de Ascensión.
FIRMA INVITADA
Por Eva Losada Casanova
Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.
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La faceta cuentística del autor de Las nieves del Kilimanjaro, condensa la mejor aproximación a su capacidad de traspasar la frontera que separa el ser y estar del ser humano en su agónico desfallecimiento por la búsqueda de la propia identidad.
He colapsado. Me ha dado la paranoia y no salgo del gimnasio. Iba dos días a la semana y ya voy cuatro. No doy abasto y aún no he cambiado la ropa de verano en los armarios. Lo voy a mandar todo a tomar por saco. Se acabó la lujuria de lo fashion.
El lunes pasado se celebró —bueno; esto es un decir, habida cuenta de la epidemia que arruina al país— la fiesta nacional, antes de la Hispanidad y, mucho antes, de la Raza —en algunas repúblicas americanas aún se la sigue llamando popularmente así—, pues es el día que Colón, hace más de quinientos años, desembarcó en San Salvador —en las actuales Bahamas— y cambió para siempre la concepción del orbe. Y si aquí no dejó de ser un breve cumplido en el palacio de Oriente, en América, tan protagonista o más de la jornada, sucedieron algunos incidentes que calificaría de chocarreros, porque no son sino torpes remedos de esa ola de iconoclastia que se ha desatado en EEUU, tras contemplar el mundo, estupefacto, el cruel asesinato de George Floyd por televisión.
De la revolución cultural china, solo ha quedado el “cuello mao”, que por cierto ni me gusta ni me favorece. De revoluciones y epopeyas el hombre no aprende nada. Pero no hablemos de política, sino de cultura. Si la política está corrompida es porque la cultura está prostituida. Qué ganas tenía de escribir esto, tío.
1920 fue, nataliciamente hablando, un año clave para la ciencia ficción. Tres escritores fundamentales para el género: Isaac Asimov, Ray Bradbury y Frank Herbert vinieron del espacio a la Tierra. Los tres compartieron una infancia y una adolescencia heridas por la Gran Depresión, una juventud interrumpida por la Segunda Guerra Mundial y una madurez tensada por la Guerra Fría.
RTVE se homologa a los estándares europeos. Que el “prime time” empiece a las diez, y a las once y media todos a la cama. A dormir, claro ¿Quién tiene ganas de orgías sexuales?
Tirar del hilo es la póstuma y más reciente novela del autor siciliano. El comisario Salvo Montalbano nació en 1994 con La forma del agua. El primero de otros más de treinta títulos que lo inmortalizan como personaje literario contemporáneo.
FIRMA INVITADA
Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"
A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.
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