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Firma invitada

26/08/2020@10:17:17
«El último Secreto metafísico – sí es que podemos llamarlo así, es que el universo carece de fronteras. Las fronteras son meras ilusiones, productos no tanto de la realidad como del modo en que la cartografiamos. Está muy bien cartografiar la realidad, pero resulta fatal confundir el mapa con el territorio» Estas palabras de Ken Wilber nos sirven para introducirnos en nuestro tema o lo que él mismo denomina La Gran Mente.

Sigüenza y sus alrededores cuentan con más de medio centenar de fuentes. Una treintena de ellas se ubican en espacios naturales de extraordinaria belleza paisajística, valga de ejemplo su Pinar. Han sido testigos vivos en la evolución de los usos y las costumbres populares y hoy son portadoras de un patrimonio etnológico muy singular.

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra

Los nuevos documentos, descubiertos por el historiador egabrense Antonio Moreno Hurtado, ponen de relieve que el alcalde ordinario de Cabra, Andrés de Cervantes (1510-1593), esposo en primeras nupcias con Francisca de Luque y Aranda y en segundas nupcias con Elvira Rodríguez de Úbeda, firmó más de 150 testimonios legales a lo largo de su vida. Es de destacar, además, que el Cronista Oficial de Cabra, Antonio Moreno Hurtado, localizó más de 143 nuevos datos legítimos de inestimable valor para la biografía de Andrés, tío paterno del héroe de Argel, y sus parientes, puestos en letras de molde en sus excelentes libros: Egabrenses en Indias (2018), y en Los Cervantes y Cabra (2020).

Los predicados usuales en matemáticas, es decir, en geometría y en aritmética, dice Kant que son útiles al estudiar objetos físicos, que se “conocen”, mas no al hablar de ideas, que sólo se “piensan” y que carecen de objeto sensorial correspondiente. Aplicar dichos predicados en ideas, sugerimos, es causa de supersticiones, que provocan o contradicción moral, es decir, hipocresía, o indiferentismo cultual.

Me tenía prometido este par de páginas sobre la magnífica exposición de Ramón Masats en la Tabacalera de Madrid, pues si alguna vez he dudado, en mitad del tráfago de colorín y metacrilato de estas últimas décadas, sobre cuál era mi país, me bastaba con echarle un vistazo a cualquiera de sus fotografías para reconocerlo y acomodarme en él de inmediato.

Cuando el cuatro de Agosto de 1975 -tal día como hoy de hace 145 años- el escritor danés Hans Cristian Andersen (1805) fallecía víctima de un cáncer de hígado, se supieron de él dos cosas. Una, que en su testamento había legado parte de su fortuna a instituciones benéficas que proporcionaban formación a niños pobres. La otra, que llevaba al cuello la carta de Riborg Voigt, una joven con la que décadas atrás había mantenido un idilio.

Ya lo sabrán; murió Marsé. Y he aquí que andaba pensando en escribirles unas entusiastas líneas sobre la exposición de Ramón Masats en la Tabacalera de Madrid, cuando me senté a comer y el televisor me anunció con una bandita continua que Juan Marsé había muerto esa noche. De pronto caí en la cuenta y no pude sino imaginarme la risa que le habrá entrado al Java, al Sarnita y al resto de la canalla del barrio al saberlo, porque también es mala pata ir a morirse un dieciocho de julio y, encima, sábado; exactamente como aquel cuando los africanos pusieron al país patas arriba.

Para alguien que, como yo, ha ejercido de librero durante una larga etapa de mi vida, asistir al triste espectáculo del cierre de una librería es una situación dramática.

FIRMA INVITADA

Por Eva Losada Casanova

Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.

No sé si recordaran que hace un año, en esta misma revista, publicaba un artículo titulado “El elixir oriental”, donde me burlaba —aunque no sin cierta amargura— de la penetración, so pretexto del yoga y otras prácticas más o menos tonificantes, de las creencias orientales en nuestra sociedad, fenómeno que ya sucedió en la Roma del s. I y II d. C., para lo que les mencionaba como acreditados ejemplos de lo acontecido entonces El asno de oro de Apuleyo y El asno de Luciano de Samósata, novelas humorísticas de aquel tiempo y a tal punto gemelas en el argumento que ni tan siquiera sus autores se molestaron en variarle el nombre al protagonista, el pobre Lucio, que se descubrió convertido en borrico por sortilegio de una hechicera de Isis.

Hace cien años, quiso el Demiurgo regalar a la Humanidad una extensión de sí mismo en ese fabuloso creador de mundos que fue Ray Bradbury (22 de agosto de 1920 - 5 de junio de 2012). Si tuviera que definirle como escritor, lo haría con el nombre de un cuento y un libro de su autoría: El hombre ilustrado porque desde los doce años fue -como el tatuado hombre del relato- puro cuento de la cabeza a los pies.

El libro es aquel compañero de muchos que lo encuentran como un pasatiempo, una forma de viajar, entretenerse, inspirarse, etc. El 68,5% de la población española lee con frecuencia según la FGEE. Quizás muchos lean, pero pocos conocen las distintas partes de un libro y sus componentes.

“El Licenciado le dijo que le daría a un primo suyo, famoso estudiante y muy aficionado a leer libros de caballerías, el cual con mucha voluntad le pondría a la boca de la mesma cueva (la de Montesinos) y le enseñaría las lagunas de Ruidera, famosas ansimismo en toda la Mancha y aún en toda España.” (El Quijote, cap. XXII, 2ª parte)
La cuarta es haber sabido con certidumbre el nacimiento del rio Guadiana, hasta ahora ignorado de las gentes.” (El Quijote, cap. XXIV, 2ª parte)

La tradición cervantina alcazareña tiene cuatrocientos sesenta y dos años, remontándose a la propia época en la que vivió Miguel de Cervantes que fue bautizado en Alcázar de San Juan un 9 de noviembre de 1558.

Kant, en famoso soapuntamiento (1), quéjase de que los alemanes, al proferir la germánica palabra “Ästhetik” (lo captable sensorialmente), “estética” en español, signan con sinonimia también el término “Geschmacks” (lo agradable), “gusto” en español, que es ambiguo quehacer que estorba el escrutar científicamente la humana sensibilidad y el arte, vía hacia lo bello.

Me pregunta un lector, así como al desgaire, que si mi última novela publicada (Las fisuras, editorial Caligrama) es autoficción. Le miro con gesto contenido, sin saber muy bien qué responderle. Normal, pienso yo, hasta este lector que lee más bien poco, por no decir nada (un par de libros al año), ha oído hablar de la autoficción.

FIRMA INVITADA

Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"

A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.