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Firma invitada

16/05/2022@09:12:43

De tanto en tanto conviene homenajear al paisanaje y al lugar de dónde uno es. Reconforta y armoniza los desmadejados recuerdos, produce una cierta conformidad de ánimo y permite seguir tirando con un hondo y tenue optimismo. Pues bien; dos acontecimientos me lo han propiciado; el primero de ellos ha sido la publicación de mi primo Vicente Valero-Costa de una novela singular por ambiciosa —virtud que debe acompañar a la literatura o a todo cuanto aspira a serlo—; se trata de Celia y las libélulas.

Acabo de leer el poemario más hermoso y taciturno de Luis Alberto de Cuenca, titulado Después del paraíso. Nos encontramos ante una obra mayor de nuestra poesía, amena como todas las suyas, aunque algo más crepuscular y melancólica, me parece, que las precedentes. Resulta, por cierto, patente en ella que el influjo del cristianismo es ineluctable para nosotros, así tengamos mucha, poca o ninguna fe. A mí me gustaría poder considerarme cristiano, pero en la práctica el ethos por el que guío mi conducta es más bien el de los estoicos.

Aunque esté al alcance de cualquiera, al pie de Ulía, pido disculpas por vivir en el paraíso. Tiene la forma de un jardín frente a mi ventana. Durante todo el año, el verde perenne de un macizo de bambúes, un magnolio y dos familias de palmeras. Desde hace tres semanas, la gran explosión silenciosa y secuencial. Primero el majestuoso tilo y los abedules de hojas como pequeños corazones. Luego los castaños, levantando sus cálices blancos y rosados. También el pruno solitario, una llamarada violeta en la fronda. Después los arces y el liquidámbar, que irán variando su tonalidad del turquesa al carmesí. El último, ese ginko que asoma ya sus brotes. Son como viejos amigos que vuelven. Como ver a la joven diosa que regresa tras una larga estación en el invierno.

Nuestro protagonista es un autor al que unas circunstancias determinadas les ha hecho irse fuera buscando la savia que ha sabido reflejar en alguna de sus obras. Lo conocimos gracias a las múltiples obras de la viajera Ana María Briongos quien hace ya muchos años nos acercó al mundo de los viajes y sus sinsabores. Esteva ha sido fruto de unas circunstancias personales y de un contexto histórico que sabe muy bien dar a conocer en sus obras y concretamente en esta que ha sido publicada por Galaxia Gutenberg bajo el título de "El impulso nómada".

GALERÍA DE ESCRITORAS SINGULARES

Hadewijch de Amberes fue una poeta polifacética y mujer ilustrada del primer movimiento feminista en la historia: las beguinas. Su obra refleja un profundo pensamiento humanista y místico, un modo de “vida alternativa”.

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Zarelia fue abanderada del feminismo de su país, fundó la revista La mujer, publicación que combinaba artículos políticos y literarios escritos por mujeres. Además de ejercer como maestra, su afición por la escultura la convirtió en una reconocida y premiada artista plástica.

El domingo pasado andaba enfrascado en desmenuzarles otro asunto, cuando, por cobrar distancia para exponérselo con temple, me dio por husmear en los diarios hasta que un suelto, en la sección taurina de El País, me atrapó; conmemoraba el vigésimo aniversario de la muerte de Joaquín Vidal. De inmediato, descarté mi primer propósito, y aunque nunca haya sido un gran lector —ni siquiera mediano— de periódicos, en cambio fui seguidor de algunos escritores que se ganaban el sustento trabando su mejor prosa en sus páginas efímeras, como Paco Umbral o Vázquez Montalbán o, claro es, Joaquín Vidal; con lo que se me presentaba la ocasión propicia para devolverle un cacho de los muy jugosos ratos que me procuraron sus crónicas.

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Lubna de Córdoba fue una escritora y traductora andalusí de renombre en su época, muy reconocida por la posteridad literaria. Esclava manumitida, viajera y bibliotecaria del Palacio de Abderramán III.

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Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"

A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.

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Hay que dar una patada en el culo al refranero. Ya no se puede decir “nos engañan como a chinos”, por racista y tendencioso. Los chinos se van a comer el mundo. De entrada le están comprando a Rusia a buen precio todo el gas que Europa rechaza por la milonga de las sanciones.

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De familia acomodada, educada en Letonia y Suecia, sus escritos reflejan un ansia de libertad. Zenta Maurina fue una destacada políglota y traductora, famosa por su habilidad narrativa en el género de la biografía y del ensayo.

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Eso de “la familia bien, gracias” es una “fake”. Si no tienes un cuñado cabroncete, te toca una suegra petarda como la madre de Ben Affleck o una nuera insaciable como Jennifer López. La Jenni ha exigido a su churri cuatro cópulas a la semana por contrato. Eso es acoso, tía. Donde hay confianza, da asco.

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No sé cuántos broches de solapa puede tener Nadia Calviño. Como para poner un mercadillo, tío. Cada vez que saca uno, lo apunto: Una libélula, un zurullo, una flor, lleva unos cincuenta desde que es ministra.

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La felicidad es irte a la cama con la conciencia tranquila y dormir ocho horas. No necesitas pegar un pelotazo de un millón de euros vendiendo mascarillas como el hijo de la Naty. Su socio será un plebeyo (pa`la saca) pero sus colegas son pijos de pedigrí y no le van a perdonar esta cutrez.

Está presente en los baños de sangre que salpican “El Padrino”, en la perversidad del Ripley, en todo el andamiaje de “Juego de Tronos”. Shakespeare elevó una historia medieval a la altura del mito. Verdi la convirtió en una ópera. Nadie como Heiner Müller a la hora de situar la parábola de “Macbeth” en el escenario de la Europa actual. Las brumas de Escocia trasladadas al infierno de Ucrania, un tirano enloquecido en su castillo del Kremlin y el bosque de Birnam avanzando hacia su némesis.

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Por Eva Losada Casanova

Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.