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Firma invitada

06/02/2023@06:00:00

Con el perfeccionamiento de los deepfakes —válganos como ejemplo, el popular anuncio de las cervezas Cruzcampo con una reproducción digital de Lola Flores, de quien, dicho sea de paso, este año se cumple su centenario— y la aplicación de estas figuras artificiales pero ya con una notable autonomía para desempeñar con solvencia un buen repertorio de tareas y servicios, más la inminente implantación del Metaverso como un mundo paralelo donde realizar una multitud de actividades —especialmente financieras—, no es disparatado suponer que muy pronto nos resultará indiscernible la realidad de lo virtual. Naturalmente; ante un acontecimiento tan capital, se suscitan algunas preguntas ineludibles: ¿qué papel jugará el hombre en esa realidad transida de simulaciones? ¿Cuál será su concepción del mundo?

Lo vaticinó el genial Alan Turing, por los tiempos en que sus algoritmos descifraron los códigos de la máquina Enigma. Para él, no quedaba lejos el día en que los pioneros de la computación idearían una máquina con la que podríamos dialogar, “para extraviarnos”. Ochenta años después, los ingenieros de OpenAI la han convertido en una aplicación sensacional. Un programa de inteligencia artificial que se presenta como ChatGPT y se desglosa como Generative Pre-Training Transformer. Aunque, a decir verdad, ese GPT tiene mucho más que ver con el viejo Gepetto, el carpintero que dio vida a una marioneta de madera, el entrañable Pinocchio, con idénticas funciones.

PLAZA DE GUIPUZCOA

Me niego a caer en la trampa de Tamara Falcó. Bastante polarizados estamos con las vacunas, el cambio climático, el sí es sí, la tortilla de patatas con o sin cebolla o el envío de tanques Leopard a Ucrania, como para dedicar un minuto a esa niñata pija y caprichosa. Esto es un sindiós, tío.

GALERÍA DE ESCRITORAS SINGULARRES

Tras la Primera Guerra Mundial, Alma Maximiliana Karlin decidió recorrer numerosos países y plasmó sus experiencias en cuentos, crónicas y diarios. Autora polígrafa, trabajó de traductora, docente y periodista, viviendo al límite a pesar de las dificultades de ser mujer en la Europa de su tiempo

PLAZA DE GUIPUZCOA

No te pongas objetivos de año nuevo que nunca cumples. El mejor objetivo es romper con el pasado. Un día te levantas pletórica, has dormido bien, haces tus abluciones matinales, desayunas “healty”, frutos secos, leche vegetal con achicoria y tosta sin gluten de aguacate con unas gotas de oliva virgen extra.

El cuerpo ficticio de san Sebastián y el guiño de Antonello da Messina. Un epígrafe demasiado largo, pero hubiera sido el idóneo. ¿Qué vemos en el lienzo que plasma su martirio? En el lugar del ombligo, un tercer ojo. El que me ayuda a ver lo que quiero contar. La apasionante evolución de la imagen de san Sebastián. Un relato iconográfico que va migrando desde la piedad a la sensualidad, de la “santa herida” a la erotización corporal, hasta convertirse en una herejía para la comunidad católica.

Por si todavía no lo saben, permítanme sorprenderles con la noticia: 2023 es un año electoral en España. Eso significa que nos van a estar machacando varios meses con el taladro político-informativo, que horadará primero nuestro parietal y luego, sin compasión, penetrará con su broca mediática hasta las íntimas entretelas de nuestro córtex; pero no teman, porque si siguen leyendo estas líneas pueden evitar la trepanación. Me propongo analizar la política nacional a partir de uno de los más rotundos clásicos literarios del siglo XX.

PLAZA DE GUIPÚZCOA

Están pasando cosas rarísimas. Si no fuera porque hemos visto las luces de navidad colgando en las calles, parecerían las vacaciones de verano con las terrazas petadas de guiris bebiendo birras. Somos como esas gallinas enjauladas con las fluorescentes en la cresta que no paran de poner huevos.

FIRMA INVITADA

Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"

A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.

Quizá les extrañe el título, pero así fue; durante algunos años de mi vida la Biblioteca Nacional se convirtió en mi socorro y hasta en el aliviador cobijo contra mis estrecheces. Era entonces su director Luis Alberto de Cuenca, a quien debo —aunque él ahora ni lo recuerde— el carnet de investigador que renuevo de tanto en tanto y que en aquellos días resultó el visado imprescindible para ganarme el sustento.

Nada de calor, nada de luz, cielos negros. El día es una tumba. Invierno, la espantosa estación”. Así la describe Víctor Hugo, en ‘Los Miserables’. Una mirada desencantada, como la de Démeter cuando crea el invierno para cubrir el mundo con un manto de tristeza mientras su hija pena en el Hades. Sin embargo, los griegos contemplaban los solsticios -el de verano y el de invierno- como dos puertas, la de los hombres y la de los dioses. Las mismas que guarda con sus dos rostros el romano Janus, el que nombra al mes de enero. El que sería cristianizado en dos Juanes igualmente solsticiales. Conocemos bien al san Juan de verano, el de las hogueras y los cantos. ¿Qué sabemos del san Juan de invierno?

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra

El benemérito humorista Eduardo Aguirre Romero, autor de los magníficos libros, inter alia, Cine para caminar (2021); Blues de Cervantes (2018); Cervantes, enigma del humor (2017), prologado por el escritor Víctor Fuentes, acabó de dar a la estampa su obra maestra: Entrevista a Cervantes (2022), dedicada «con gratitud y afecto a la memoria del arquitecto Jesús Martínez del Cerro (1948-2022), constructor de los dos prototipos de la máquina de detectar falsos lectores del Quijote».

Tras comer en casa de mi amigo el siempre intrépido Juan Grande, decidimos emprender un paseo por la amena Alcalá de Henares sin mayor propósito que orearnos con su bullicio navideño y, claro, de tanto en tanto, husmear por algún comercio peculiar. Practicando este caprichoso merodeo, entramos en la librería Diógenes, y bien fuera por no desairar la esplendidez del establecimiento o bien porque la traducción se debiese a mi estimado Mauro Armiño, me proveí de la edición en Alianza del Cyrano de Bergerac (1897), de Edmond Rostand.

PLAZA DE GUIPUZCOA

Vuelve la burra al trigo. Te parecerá un aforismo poco glamuroso para un ex miembro de la casa real inglesa. Que me perdonen los burros. Después de las entrevistas incendiarias, titulares escandalosos y series “on fire” en Netflix, vuelve el raca raca lloriqueante y quejumbroso de Harry Windsor en forma de ajuste de cuentas literario.

Al fallecer físicamente o al renunciar a su pontificado? En realidad, ¿cuándo muere un papa? Más allá de la hermenéutica, la pregunta adquiere tintes muy novelescos si incluimos la sospecha de un posible asesinato. Porque no es lo mismo una renuncia elegida que otra inducida, y resuelta con un tránsito fulgurante del palio al sepelio. Qué tiempos aquellos de los papas demasiado terrenales en que los anillos pontificios administraban con la misma beatitud la gracia y el veneno.

FIRMA INVITADA

Por Eva Losada Casanova

Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.