En París y por aquellos días, solo ejercía de flâneur (de paseante, digamos) durante las tardes. Por la mañana, mi trabajo académico consistía en abrir surcos en el campo de la autobiografía literaria. Al mediodía francés –entendiendo por tal las doce de la mañana-, cumplía con la pausa laboral y con la sacrosanta costumbre de un demi de cerveza, o sea, de una caña a palo seco, sin tapa, para entendernos. Frente a mi lugar de trabajo, una pequeña plaza, uno de esos remansos que sirven de oasis al ciudadano, y un bistrot de los “de toda la vida”. Ese día que rememoro, me encontré a Jorge Semprún, café en mano. Cruzamos la mirada, pero la desvié rápido porque suponía que no se acordaría de nuestro encuentro en España un par de años antes. Sabía de su memoria de elefante, pero no hasta el extremo de saludarme por mi nombre. Con la curiosidad que le caracterizaba, me preguntó por mis andanzas parisinas y, al enterarse de que me movía por los territorios autobiográficos y, en concreto, por la literatura concentracionaria, me recomendó, con la pasión del gran lector que era, una novela de la que, hasta ese momento, solo conocía su título. (Recuerdo ahora su consejo literario que leí, emocionado, en mi habitación del Colegio de España, alzando la vista de vez en cuando hacia los árboles que la rodean en la Cité Universitaire: La peau et les os (La piel y los huesos,1949), la novela de Georges Hyvernaud.
PLAZA DE GUIPÚZCOA
Sabemos qué es el machismo y el feminismo, pero ¿qué es “el hembrismo”? Apenas tenemos una aproximación ilustrativa gracias a Bertín Osborne. Al cantante se la han vuelto a meter doblada (y viceversa). Sus dos últimas conquistas (una de ellas embarazada) han cantado la Traviata en los platós previo pago (no mucho, el caché del famoseo está muy jodido).
Jane, impregnada por esa luz que nada más emiten los genios. Jane, espíritu libre en busca de una felicidad que, para ella, estaba hundida en una Atlántida imaginaria. Jane, como esos dioses perdidos que deambulan por el mundo sin llegar a encontrarse del todo. Así era Jane, fiel a sí misma y nómada existencial y existencialista que se lanzaba sin miedo al abismo de la vida. Vida entrecortada por la pasión y la literatura. Una pasión que, para su desdicha, devino en la dependencia del alcohol y la magia negra de Cherifa, lo que la destruyó joven, muy joven.
MIGUEL DELIBES
Los críticos, en su abrumadora mayoría, están de acuerdo en que la renovación de la novela española queda encabezada por El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio, que marca un hito y una referencia en la novela española de postguerra y en lo que se ha dado en denominar realismo social, y Luis Martín-Santos y su Tiempo de silencio (1962; edición definitiva y liberada de la mordaza de la censura, 1980), Cinco horas con Mario (1966, cito de la trigésimo tercera edición, Destino, junio 2008) supone una obra central dentro de la variada y versátil bibliografía de Delibes (novela, novela corta, libros de viajes, diarios, reportajes, etc.), junto y a la par con Los santos inocentes (1981, una concisa obra maestra que retrata la realidad de los pueblos castellanos) y El hereje (un vasto fresco de Valladolid en la época de Carlos V). Y no resulta azaroso que la novela haya sido publicada el mismo año que Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé: ambas, cada una a su modo, recorren relaciones de pareja signadas por el malentendido, la frustración y el desencuentro donde el menoscabo al que es sometido el personaje masculino parece formar parte de un designio ineluctable.
«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra
El benemérito historiador militar, par excellence, Juan Luis Sánchez Martín, ex director y editor de las espléndidas revistas militares Researching the Lace Wars, Dragona, y Researching & Dragona, autor de cientos de artículos científicos, inter alia, del ejemplar estudio: «Los capitanes del soldado Miguel de Cervantes» (Revista de historia militar, 2016, 173-232), totalmente dejado en el tintero por los biógrafos cervantinos, reforzándose en las nuevas joyas documentales habla de los capitanes de Cervantes, corrige sus biografías, y alega que el capitán Manuel Ponce de León, a pesar de su designación como gobernador de la provincia de Chucuito, en el Perú, nunca ejerció dicho cargo.
Durante este mes se han cumplido veinticinco años de la fundación de la empresa Google. Nadie, ni siquiera sus creadores, Larry Page y Serguey Brin, por soñadores que fuesen, podían imaginar en aquel instante que tal “buscador” iba dinamizar la red al extremo de transformar la realidad —o si prefieren, la totalidad— convirtiéndola en tan abordable, en tan doméstica, en tan a mano, que a partir de entonces bastaría con disponer de un Pc en el escritorio y de una conexión telefónica fiable, el resto consistiría en una media hora para ejercitarse y, luego, cualquiera obtendría al instante aquello que precisara entre su ingente depósito de datos, bien para salvar un abstruso problema teórico o bien para la compra de una simple caja de Aspirinas. Hoy, de sobra lo saben, hasta lo llevamos incorporado en el smartphone.
PLAZA DE GUIPÚZCOA
Si una imagen vale más que mil palabras, a ver si nos fijamos a qué gente le estamos pagando el sueldo. Yolanda Díaz se ha entrevistado en Bruselas con Puigdemont ¿Y qué decimos? Ignominia, traición y estrategia hipócrita de Moncloa desmarcándose del encuentro.
FIRMA INVITADA
Por Eva Losada Casanova
Cuando hablo de la intencionalidad de la escritura, mi memoria regresa una y otra vez, como niño hambriento, a uno de los grandes personajes del escritor madrileño Luis Landero. Recuerdo como, a lo largo de la lectura de El guitarrista, este personaje se pasea por los rincones de su vida exclamando a los cuatro vientos que está escribiendo una novela, lo hace con una mezcla de altanería y desasosiego. ¡La novela del eterno novelista! Aquella que no solo nunca se acaba sino que comienza cien veces, quizá mil. La edad temprana es ese campo de cultivo en el que la romántica idea de ser escritores va y viene como una cometa. Colorida y libre. Queda muy bien hacer volar nuestra cometa mientras compartimos unas tapas en un bar o bajo un hipnótico y peligroso cielo estrellado. El problema es que llega un momento en el que ese trozo de tela se hace pequeño en un cielo limpio y azul o bien cae en picado y descompuesto a nuestros pies.
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La brisa del Atlántico alcanza hasta el Béarn. En adelante, otro mar, el de los viñedos del Languedoc, anunciando la cercanía del Mediterráneo. Vacaciones en septiembre, tiempo de vendimias. Pero el tiempo, vuelto historia, mira hacia atrás. Esta es la tierra donde germinó la herejía cátara, allá por el siglo XII, envuelta en la leyenda del Santo Grial.
Si no se tratase de una muy amarga claudicación de la soberanía nacional, la broma de las pantallas y de los auriculares para la traducción simultanea de las otras lenguas españolas en el Congreso de los diputados, se me antojaría un chabacano pasaje de una película de Mariano Ozores; pero en absoluto es así. Pues todos somos muy conscientes, a poco que nos paremos a pensar y por mucho que el Instituto Cervantes haya corrido a organizar una disimuladora celebración paralela, de que se trata de una humillación exigida por un chisgarabís desde Brabante para demostrar su poder sobre esta malhadada coyuntura y, de paso, mancillar a la lengua española. En cuanto al consentidor factual de semejante oprobio, nos sobra con recurrir a un refrán de los muchos recogidos por el profesor Andrés Amorós en su reciente compendio de paremias, Filosofía vulgar (2023): “por agarrar una silla, el político promete villas y Castilla”, y si no le queda otro remedio —añado yo—, hasta las fía.
Tras el diluvio universal, los herederos de Noé se establecieron en la llanura de Senaar. Era la tierra toda de una lengua y de una misma palabra. Y dijéronse unos a otros: “Vamos a edificar una ciudad y una torre cuya cúspide toque a los cielos y nos haga famosos”. Bajó Yavé a ver la ciudad y la torre que estaban haciendo los hijos de los hombres y se dijo: “He aquí un pueblo uno en que tienen todos una lengua sola. Se han propuesto esto y nada les impedirá llevarlo a cabo. Bajemos, pues, y confundamos su lengua de modo que no se entiendan unos a otros”. Por eso se llama Babel, porque allí confundió Yavé la lengua de la tierra toda, (Genesis, 11-1/9). Según Nácar y Colunga, estaban unidos y la unidad de lengua les daba fuerza y les permitía desafiar a Dios, pero la diversidad de lenguas era causa de aversión y de división.
PLAZA DE GUIPÚZCOA
Dicen que para saber si una persona tiene pasta fíjate en el reloj y en los zapatos que lleva. Pero este aforismo no vale para las celebrities, se lo pasan por el arco de Trajano. Están forradas y no necesitan demostrar nada.
PLAZA DE GUIPÚZCOA
Seguro que te ha pasado alguna vez. Vas a fregar los platos y previamente quitas los residuos. Es fascinante observar la atracción fatal que el desagüe del fregadero ejerce sobre ese trocito de cebolla kamikaze. La persigues desesperadamente para impedir que se cuele a través del filtro, pero es inútil.
Confieso que he hecho trampa antes de empezar. Pero si titulo este artículo “etiología de las falacias populistas” no lo lee ni Petete, y usted ya lo está leyendo. Espero que la confesión consignada en la primera línea no le contraríe tanto que desista de continuar con su lectura. Verá como al final hay premio. Admito que para escribir el título he jugado con la ambigüedad del genitivo preposicional, objetivo o subjetivo, del castellano, buscando dar un golpe de gong al principio que anime a un número suficiente de lectores a franquear el pórtico de las mayúsculas. Pongamos un paralelo: “El miedo de los persas”. ¿A qué se refiere? ¿Es el miedo que los griegos tenían a Jerjes y a los suyos o, por el contrario, el miedo que les tenían los persas a los griegos? El miedo de los persas puede significar cualquiera de las dos cosas. Pues aquí pasa lo mismo. La mentira de la democracia española no implica que la democracia en nuestro país sea falsa –de hecho voy a sostener exactamente lo contrario- sino que, siendo una verdadera democracia, contiene una falacia. Veamos cuál.
PLAZA DE GUIPÚZCOA
“Cada mujer es una isla” era el eslogan de una marca de perfume que no recuerdo. Ni puñetera falta que me hace. Toda la publicidad es falsa. Y además temeraria y engañosa cuando anuncia productos femeninos.
FIRMA INVITADA
Por Margarita Melgar, autora de "El verano de nunca acabar"
A la gente le extraña muchísimo que Margarita Melgar seamos dos (Ana Sanz-Magallón y Montse Ganges), y que escribamos novelas. También escribimos guiones, pero esto no sorprende tanto: como espectadores ya sabemos que las películas son cosa de muchos. Pero como lectores, seguimos esperando que el autor sea esa Sherezade que se sienta a nuestro lado para susurrarnos solo a nosotros una historia, así que una novela escrita a cuatro manos suscita más preguntas. Por lo menos dos: cómo y por qué.
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