En la primera editorial en la que trabajé había una mujer a la que siempre hacía caso. O, mejor dicho, a la que siempre había que hacer caso. Y no por imposición, sino porque todo lo que decía tenía peso, valía. Un día le hablé de mi costumbre de empezar el año leyendo alguno de esos libros que “en teoría” todos deberíamos leer.