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Drácena Ediciones

26/08/2019@16:00:00
"La Moneda, 11 septiembre" es ante todo una suma de testimonios. Cuatro personajes: un camarero, un policía, un recluta y un bombero nos cuentan cómo vivieron y qué hicieron aquella mañana del 11 de septiembre, de 1973, cuando el Ejército chileno decidió, tras un conato en junio anterior, deponer, sin escatimar violencia en el empeño, al gobierno de Unidad Popular, presidido por Salvador Allende.

Es indiscutible que David Lynch se erige como el cineasta más singular de nuestra época. En sus largometrajes más característicos —Eraserhead (1977), Blue Velvet (1986), Lost Highway (1997), Mulholland Drive (2001) o Inland Empire (2006)— su genuina capacidad para romper la intuitiva cadena causa versus efecto, que nos permite reconocer y movernos en eso que convenimos como realidad, tanto por los hechos que suceden en el propio relato cinematográfico como por las peculiaridades estrafalarias —cuando no, perversas— que exhiben los personajes, somete al espectador a un espectáculo que, si propiamente no lo arroja al pánico, al menos lo deja tan desconcertado como incómodo y, en consecuencia, con una enorme ansia de que todo aquello a cuanto asiste retome un cierto sentido común para, al menos, recuperar el sosiego que perdió en no recuerda ya qué momento de la película.

A pesar de que durante la última década se haya traducido y publicado unas cuatro o cinco veces y por editoriales distintas, La maravillosa historia de Peter Schlemihl (1814) no ha logrado, en la España actual, la fama de monumento literario que se le dispensa en otros países.

Por una razón muy simple no soy nada partidario de esas novelas llamadas de intriga, que se estructuran minuciosamente, como algunos guiones cinematográficos, en un pizarrín antes de escribirse, y cuyo principal aliciente consiste en desbaratarnos cada dos capítulos todas nuestras fundadas sospechas sobre quién era el causante del funesto crimen o del terrible delito que daba pie al argumento, para dejarnos a mitad del relato de nuevo suspensos y barajando candidatos

De la inagotable nómina de los conquistadores, algunos novelistas del siglo XX sintieron tal predilección por Lope de Aguirre que le dedicaron cinco novelas y una pieza teatral, y con tanto éxito que, por medio, contagiaron al cine. Al punto que no en una, sino en dos películas fue relatado su aciago periplo, con lo que su cojitranca y sardónica figura se escapó de los antiguos cronicones y de los minuciosos estudios para andar aun hoy entre blogs y asomar, de cuando en cuando, en otros foros de la nueva realidad digital.

De las sucesivas expediciones tras el mítico El Dorado, ha sido la de Pedro de Ursúa la más conocida por el motín de Lope de Aguirre, quien bien fuera celebrado por Bolívar como el «primer libertador de América» o bien tachado como un canalla desalmado.

Entrevista al autor de "Las calicatas por la Santa Librada"

Han tenido que pasar veinte años para que la novela de Gastón Segura Las calicatas por la Santa Librada viese la luz. Dicha obra resultó finalista absoluta del Premio Azorín de 1998. Sin embargo, la editorial Planeta no la quiso publicar y el manuscrito dio vueltas por más de veinte editoriales españolas. Como es una novela excesiva y genial, no consiguió editarla hasta que Drácena Ediciones se atrevió.

"Las calicatas por la Santa Librada" es un relato desbordante sobre un extraordinario hecho real acaecido a comienzos de nuestra posguerra. La novela resultó finalista absoluta del XXIII Premio Azorín de novela.

Autor de "Si volvemos a vernos, llámame Gwen"

Han tenido que pasar quince años para que Germán Sánchez Espeso publicase una nueva novela. “Si volvemos a vernos, llámame Gwen”, es el relato de la escabrosa y ruin biografía de un guionista con mala fortuna. El antiguo finalista del premio Nadal, ha pergeñado una novela que tiene todos los elementos literarios de una novela negra descarnada y profundamente original.

"Si volvemos a vernos, llámame Gwen" es el relato de la escabrosa y ruin biografía de su inclasificable protagonista: Chowder Marris; un guionista con tan mala fortuna que no consigue ni tan siquiera vender uno solo de sus guiones. Ya puede en su estéril empeño viajar de Los Ángeles a Nueva York, ingresando, durante su ajetreado recorrido, en la cárcel por un delito que no cometió, mientras lo persigue incesante una pesadilla: el torpe accidente donde causó la muerte de una niña.

Como todo lo imperecedero, lo determinaron los griegos, y con tanto recelo que gravitó por casi todas sus tragedias como un jalón pétreo ante el que estallaba el clamor del coro o se rompían en llanto sus heroínas más obcecadas. Pero será con Shakespeare cuando sus despóticos antojos más nos estremezcan por íntimos y compartidos, y de todas sus máscaras, Ricardo III, el epítome; y tan acertado que cada una de sus reposiciones aún nos sigue alumbrando minucias de los tiranos que nos han sido más cercanos y conocidos.

Siempre ha habido hombres a los que su linaje les impone –a veces hasta sin severas coerciones; simplemente, no tienen más salida— un destino, mientras la vida, con su vitrina inagotable y jacarandosa, los tienta con otro; y ambos les resultan tan distantes y difíciles de conjugar que la disyuntiva los aboca de cabeza al quebranto.

Entrevista al autor de "Las confabulaciones"

Ignacio Miquel ha publicado en septiembre, al amparo de la editorial Drácena, una espléndida novela: Las confabulaciones. Aparte de la madurez de su prosa, sólida y rica, este relato sustentado en un juego de apariencias, desborda el realismo casticista de la tradición novelística hispana hacia un plano narrativo inusual en nuestras letras, pues Las confabulaciones es una novela con “truco” —o, si prefieren, de “misterio”, del tipo británico, pero teñida de la socarronería hispana—, que deja perplejos cuando no entusiasmados a sus lectores. Por ello nos hemos decido a entrevistar a su autor para que nos desvele algunas claves que le incitaron a componer este magnífico y delicioso relato.

Seguramente, la novela “Las lanzas coloradas” de Arturo Úslar Pietri haya opacado el resto de su obra, pero tanto “Oficio de difuntos” como “La visita del tiempo” son grandes obras que merecen la atención de todo buen lector.