Cuantos más días se suceden bajo este confinamiento, con la muerte acechando más allá de la hermética puerta de nuestras casas, más me invade el presentimiento de que nos vamos convirtiendo todos poco a poco en el teniente Drogo de El desierto de los tártaros (1940), y temo que como aquel legendario personaje acabaremos finalmente mostrándonos esquivos a nuestro retorno a esa ahora ansiada normalidad, porque nos amedrentará lo que nos espere.