Hay pocas cosas más peligrosas, en efecto. Bernard-Henry Lévy desarrolló esta idea en un ensayo publicado en los noventa, y ya entonces era una noción bastante trillada. La obsesión por la pureza que ha perturbado últimamente hasta el delirio a algunos de nuestros políticos deriva con mucha facilidad en una patología de la que la historia ofrece un escalofriante museo teratológico.