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artículo literario

26/06/2020@16:00:00

Sangre en la nieve es el último título del autor noruego donde su oficio queda, una vez más, patente. En esta nueva entrega la figura de un asesino a sueldo nada convencional hará las delicias de los lectores.

Cervantes fue soldado del ejército español. Se alista o sienta plaza en Italia en 1570, dejando la vida cómoda al servicio del cardenal Acquaviva. La participación en la batalla de Lepanto, el día 7 de octubre de 1571, “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, fue para él un alto honor. Herido en ella, pasa unos meses en el hospital de Mesina donde se recupera junto con otros soldados “que han quedado mancos y maltratados de la batalla”. Uno de esos soldados heridos también se llama Miguel Cervantes, del que poco más sabemos. Después, su nombre se reconoce en las campañas militares de Navarino, Túnez y la Goleta, hasta que decide volver a España en 1575. Es apresada la galera en la que venía y llevado cautivo a Argel, donde pasará cinco largos años esperando su rescate.

Quizás lo que diferencia a Cabeza de Vaca del resto de los protagonistas del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo fue su percepción del mundo indígena. Y ello a pesar de su personal peripecia o tal vez por ella, pues arribó a las costas de Florida como conquistador y concluyó en prisionero y esclavo, sufriendo inauditas penurias en sus manos, hasta que su liderazgo y carisma lo aupó a una posición semi-sagrada de sanador, hombre enviado y gran chamán de las tribus que poblaban el sur de los actuales EE.UU. y norte y centro de México.

Una columna de opinión publicada hace unos días en Los Angeles Times ha supuesto, para los cimientos de Hollywood, un efecto sísmico similar al de los terremotos que, de manera recurrente, sufren aquellas latitudes californianas. Un temblor de tierra que invita a una reflexión sobre varios aspectos históricos y culturales.

Supongo que hace un par de semanas todos ustedes se quedaron tan sorprendidos como yo, cuando los noticiarios anunciaron que arribaban a Venezuela cinco petroleros cargados de gasolina iraní para que los motores del país pudiesen seguir arrancando. ¿Cómo era posible tal escasez en la nación donde se estiman las mayores reservas mundiales de petróleo? La respuesta era clara: ninguna de las cinco o seis colosales refinerías venezolanas era capaz de producir ni un mal barril de combustible apto para el consumo habitual.

¿Harían una pareja feliz Cleopatra y Casanova? ¿Cómo se las ingeniaría Valmont ante Salomé? ¿Y si Tristán cayera en las redes de Lana Turner, en vez de en las de Isolda? ¿Qué hubiera sido de George Clooney en Quemar después de leer, si esa carta la hubiese rubricado la Carmen de Merimée? En este arte de los preliminares, los atributos sucumben a la estrategia. Por eso, y por más que la literatura rebose de burladores legendarios, la seducción -antítesis de la violación- es femenina. Las delicias del “coitus reservatus” feminizan a cualquier candidato a Don Juan. Incluso en los infiernos.

Por Luis Miguel Román Alhambra
Cuando Cervantes escribía el Quijote, la mortalidad en España ha sido considerada como catastrófica. Además de los fallecidos en las guerras, por causas naturales y en el parto, la población española estaba sufriendo epidemias de enfermedades infecciosas, como la peste, el tifus o la difteria, agravadas por las malas condiciones alimenticias e higiénicas en la población más humilde, siendo las causas de una altísima mortalidad entre la población.

Dos crónicas y una efeméride literaria han, levemente, sacado del aturdimiento a los escasos seguidores de eventos retóricos en la Colombia del coronavirus.

No te voy a contar la milonga de “Les liasons dangereuses” de Choderlos de Laclos, porque sé que has visto la peli de la Pfeiffer y el Malkovich. Pero te aseguro que esas amistades erotizantes eran mucho más inofensivas y banales que las que yo te propongo ahora.

Hace diez años que murió Saramago, “con quien tanto quería”, con quien tanto queríamos muchos, con quien tanto queríamos tantos. Convencida estoy de que aquel dieciocho de junio de 2010, a usted como a mí, se le fue un amigo, un hermano mayor, alguien en cuyo criterio confiaba, sin necesidad de compartir sus ideas políticas ni sus ideas arreligiosas. Su sentido común, su coherencia y su honda humanidad eran los motivos que a usted y a mí nos empujaban ( y empujan) a leer los libros de Saramago.

La personalidad libérrimapensadora, creadora y controvertida del autor italiano hizo de su compromiso fieramente humanista, mandamiento y principio de insobornable independencia.

En el 132 aniversario del nacimiento de Fernando Pessoa (13 de junio de 1888), en la ciudad de Lisboa, la vida sigue siendo un gran teatro de voces: de nuestra infancia, casi olvidada; de nuestra adolescencia, siempre perturbada por el juego de los deseos; de nuestra juventud, atascada por la voluntad de los otros; y de nuestra madurez, perdida en la llanura del tiempo.

¿Qué tiene de especial Japón para que un autor lo visite una y otra vez y divulgue tanto su cultura como su lengua? Un espacio geográfico en donde como apunta Jonathan López Vera “El actual emperador de Japón, Akihito (1933) es el 125º en ocupar el trono japonés siendo así ésta la monarquía hereditaria más antigua de las existentes actualmente en el mundo” Nuestro protagonista el profesor Carlos Rubio López de la Llave (Toledo 1951) no se lo pensó dos veces… Se considera como él mismo dice, “más que ninguna otra cosa, un viajero y también un mal poeta”.

Es verdad que si yo fuera Dios lo hubiera hecho todo de otra manera. Como creyente irredenta que soy, la hipotética responsabilidad de Dios es un tema que me apasiona, pero no quedan muchos interlocutores válidos para dilucidar este tipo de cuestiones. La única persona con la que podía especular y desbarrar sin complejos era Jorge Oteiza. Solíamos coincidir en lo fundamental, aunque en la discrepancia las batallas dialécticas podían ser a muerte.

La idea de convertirse en escritor -en buen y famoso escritor- debe antojársele a cualquiera una meta difícil, especialmente si se ha fracasado en los estudios. Sin embargo, a Thomas Mann, incapaz de concluir el bachillerato, le fue en ese sentido de fábula (infinitamente mejor que a su hermano, el también escritor, Heinrich Mann), hasta el punto de que su primera novela -Los Buddenbrook. Decadencia de una familia- alcanzó un éxito editorial tan notorio, que veintiocho años más tarde le concedieron el Nobel de literatura, básicamente por esta ópera prima. Lo cierto es que ni La muerte en Venecia (1913) ni La Montaña Mágica (1924), ni Tonio Kröger (1903), su composición más querida (se refería así a sus obras), ni ninguna otra, fueron mencionadas en la ceremonia de Estocolmo de 1929. Hay quien a eso lo llama “llegar y besar el santo”. Ignoro qué nombre le otorgó Heinrich, que siendo quien inició a Thomas en la escritura, tuvo que soportar que dijera de sus libros que eran tan malos que provocan un odio apasionado.