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artículo literario

GALERÍA DE ESCRITORAS SINGULARES

24/02/2022@06:00:00

Prudencia Ayala es una indígena y polígrafa, su figura esotérica provocó admiración y repulsa en una sociedad sin derechos para las mujeres. De educación autodidacta, fundadora del periódico Redención Femenina, su obra reflejó el activismo contra la asimetría de la población salvadoreña.

«Roma, 27 de febrero de 1821

Ya no existe; murió con la más perfecta tranquilidad… parecía entrar en el sueño. El día 23, hacia las cuatro, la cercanía de su muerte se manifestó. “Severn… yo… levántame… me estoy muriendo… moriré fácilmente… no te asustes… sé firme… y da gracias a Dios porque esto ha llegado…”

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De familia obrera, su educación le permitió reivindicar el papel profesional de la mujer en una época de invisibilización femenina. Minna Canth destaca su intensa labor periodística de gran repercusión popular entre el público más humilde y desfavorecido socialmente.

With a simple reasoning we could explain the theory that sustains the great book The Decline and Fall of the Roman Empire, hoisted by Edward Gibbon. That reasoning is: a society unavoidably subjected to material conditions can be described in terms of tragedy; a society ruled by reason, that is, one that is free, can be described in terms of epic; but a society compounded by rational beings that is deceived by material accidents and psychological illusions deserves to be described in terms of satire. The said book is a methodic, philosophical, elegant and perdurable jeer against irrational beings, whose pretext was Rome. The famous sentence of Gibbon, quoted here and there as a slogan of the said work, thus gets a meaning, and it says: history is “the register of the crimes and follies and misfortunes of mankind” (1).

Cuando leí en la más portentosa novela que escribió García Márquez, El otoño del patriarca (1975), que aquel decrépito general seguía diariamente un noticiario televisivo confeccionado para no perturbarle ni un ápice su inagotable vejez, mientras que a toda su nación de infinitos paramos de salitre y de brumosos despeñaderos de mulas le televisaban otro diferente y, claro es, más compadecido con los sucesos del mundo, no pensé sino que era otra ocurrencia de las muchas y muy luminosas que arman este inconmensurable novelón, hasta que el propio García Márquez —no recuerdo si en una entrevista o en un artículo— aseveraba que todos esos prodigios en absoluto eran invenciones suyas; al contrario, eran tan ciertos como el día, porque solo reproducían algunas anécdotas de las muchas que había reunido de cuantos autócratas tenía noticias.

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La admiración por Rilke y su influencia es patente en sus cartas casi místicas, llenas de extremo realismo e intensa emoción. Etty Hillesum fue una judía neerlandesa de gran repercusión internacional por su testimonio humano y literario plasmado con profunda dureza y gran vitalidad.

Como ya sabrán, la semana pasada se cumplieron veinte años de la muerte de Camilo José Cela. Y no quería sustraerme a la ocasión para recordarlo, pues le debo una máxima que siempre me ha regido: el novelista solo precisa de tiempo y memoria; el resto es accesorio, aunque haya que saber procurárselo. De otro modo —es decir, entre escaseces y estropicios— arduamente se puede transitar —y menos, contar renglón a renglón— las peripecias de un semejante, con sus insospechados apuros y logros. Porque una novela, a fin de cuentas, no es más que eso y no debe de tener mayor aspiración que el lector —como su escritor antes— compadezca en la alegría o en la desdicha al protagonista. A veces, si se acierta, puede hasta dar qué pensar, pero esa pretensión —o al menos en mi caso— no debe guiar el relato, porque persiguiendo tal empeño se puede perder por el camino lo netamente humano, verdadera cualidad que palpita en toda buena novela desde el Satiricón (s. I d. C.) hasta hoy, y ya ha llovido.

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En la obra poligráfica de Bahira Abdulatif Yasin destaca el interés y la preocupación por la situación actual de las mujeres árabes y musulmanas en su país. Gran conocedora de nuestra cultura, se ha hecho eco de ella en sus traducciones y en sus clases universitarias.

Cuando en 1514, el cardenal Cisneros concede a Elio Antonio de Nebrija la cátedra de Retórica de la universidad de Alcalá, añade una cláusula sorprendente: «leyese lo que él quisiese, y si no quisiese leer, que no leyese; y que esto no lo mandaba dar porque trabajase, sino por pagarle lo que le debía España». Ante lo que cualquiera se pregunta: ¿qué graves obligaciones había contraído la nación con el eminente gramático para que el gran inquisidor del reino le otorgase un empleo que le amparaba la holganza; además, en su querido colegio complutense? Pues no olvidemos que entonces impartir clases en un «estudio general», consistía en leer a los alumnos un texto magistral, interpolando, de tanto en tanto, las explicaciones docentes oportunas.

Los traductores literarios tienen un papel importantísimo dentro del mundo editorial. Son figuras claves para dar a conocer a un escritor o a un libro en un país. En muchas ocasiones, los traductores se especializan en un único escritor o en una temática concreta.

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María Mulet pertenece a la llamada Generación Valenciana de los 50, escribió en castellano y valenciano. Entre sus obras destacan sus poemarios y los relatos infantiles en los que recoge vocabulario y expresiones costumbristas.

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra

El benemérito historiador burgalés Jesús Villalmanzo Cameno, distinguido archivero del Archivo del Reino de Valencia y autor de los ejemplares trabajos de investigación, verbi gratia, «Fray Juan Gil: datos para su biografía. Documentos y estudios» (Trinitarium: Revista de Historia y Espiritualidad Trinitaria, 2018); «Nuevos documentos sobre Miguel de Cervantes Saavedra hallados en el Archivo del Reino de Valencia, 1580-1581 (Anales cervantinos, 2017); «Cervantes, fray Juan Gil y los mercaderes valencianos» (Anales cervantinos, 2016); y La música en la parroquia de los Santos Juanes de Valencia durante el siglo XVIII (Generalitat Valenciana, 1992), descubrió nuevos documentos de inestimable magnitud para la biografía del «Manco de Lepanto», Juan Gil, y Antón de la Bella.

Es fea la envidia, opaca el mérito del envidiado, enmugrece al envidiador y hace sufrir a ambos, especialmente al segundo.

La idea de escribir Archipiélago surgió cuando vine a vivir al Sudeste Asiático. Llevo seis años aquí, y todo lo que he aprendido y vivido desde entonces me ha servido de base para la novela. Muchas de las cosas que encontré al llegar me causaron un impacto tremendo. Por ejemplo, la presencia constante de la selva (y su terrorífica belleza), los paisajes marítimos rodeados de manglares y la pervivencia de formas de vida tradicionales ligadas al mar.

El asunto de este artículo es el paradero de la generación de escritores que nacieron en torno al año 1970 y a lo largo de ese decenio que trajo la democracia a nuestro país. Pero antes de entrar en harina, quisiera reseñar aquí una curiosa anécdota que tal vez viera en algún documental, o quizá leí en alguna parte, o puede que alguien me refiriese, sobre el modo en que ciertos nativos capturan a los monos en África. Esos astutos cazadores utilizan a modo de trampa los termiteros, en los que practican orificios del tamaño preciso para que los monos logren meter la mano pero no puedan sacarla con el puño cerrado lleno de termitas. Y así, no pocos de ellos, incapaces de controlar su pulsión, caen prisioneros. Con la venia del lector, me guardo este comodín para el final.