Fueron dos mujeres excepcionales. Una nació en Ávila, España, en el siglo XVI. otra en Limerick Irlanda, a finales del XIX. Ambas se quedaron huérfanas de madre, estuvieron muy influenciadas por la figura paterna y por una educación católica bastante profunda, las dos comenzaron su educación en internados de monjas, una en el Convento de Gracia, otra en el Laurel Hill, y ambas fueron escritoras.
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En medio de un ambiente intelectual marcadamente masculino sobresale la obra de esta escritora romántica, María Valdés Mendoza. Su producción poética marca un modelo de expresar sentimientos al gusto de la época.
«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra
Dedicado a los ilustres documentalistas del siglo XXI: Mercedes Agulló y Cobo, José Fernando Alcaide Aguilar, Francisco Javier Campos y Fernández de Sevilla, Juan Carlos Álvarez Millán, José Barros Campos, Carlos Belloso Martín, Antonio Bonilla, Fernando Bouza Álvarez, José Cabello Núñez, Margarita Cabrera Sánchez, José María Carmona Domínguez, Pelayo Castillo Palacios, Alfonso Dávila Oliveda, Sabino de Diego Romero, Miguel Ángel Domínguez Rubio, Francisco Javier Escudero Buendía, Miguel Ángel Galdón Sánchez, Ramón González Navarro, Pedro Manuel Guibovich Pérez, Jorge Alberto Jordán Fernández, Ignacio Latorre Zacarés, Francisco Ledesma Gámez, Emilio Maganto Pavón, Francisco José Marín Perellón, Marina Martín Ojeda, Julio Mayo Rodríguez, Manuel Mora Ruiz, Antonio Moreno Hurtado, Rafael Muñoz García, Ana Naseiro Ramudo, Luis Fernando Palma Robles, Pedro Javier Rivas, Eduardo Peñalver Gómez, Antonio Sánchez del Barrio, Juan Luis Sánchez Martín, Jaime Sánchez Romeralo, Jesús Antonio de la Torre Briceño, María del Carmen Vaquero y Serrano y Jesús Villalmanzo.
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Su obra refleja el ambiente criollo en el que vivió, así como la temática humana heredada de autores europeos a los que admiraba: Pirandello, Proust o Unamuno. Marta Brunet fue diplomática y educadora, plasma sus recuerdos y vivencias en una obra poligráfica reconocida y premiada por la crítica posterior.
This piebald comparative inquiry is the kernel of two experiences with two wenches. As I was gallivanting across a rut of kennels of a street of New York, I saw a hairlanked black woman, and I wooed her by using my most poetical and knightly resources and polite letters. Amid that hectic cityscape she accepted my words, which at that moment were only an echo of a line of a poem written by Lord Byron: “She walks in beauty, like the night” (1). She smiled, and we are good records of love now. I did the same thing in Mexico with another coloured lass. Decorum does not permit me to describe her barbarian reaction.
Ignoro si ustedes compartirán esta sensación, pero apenas observo el panorama de la política europea, me parece estar asistiendo a una “discusión bizantina”; aquella estúpida disputa teológica sobre el sexo de los ángeles mientras los otomanos asediaban con sus bombardas Constantinopla, porque, en este instante, alrededor de Europa cunde un cerco de devastación y horror: la triturante prolongación de la guerra en Ucrania, la reciente e imprevisible sublevación en Irán, la sangrienta desmembración de Siria, del Líbano y de Libia, por no mencionar esa guerra silenciosa —al menos para España— e incesante desde hace demasiados años que atraviesa el Sahara desde El Chad hasta Burkina Faso.
Leer una novela, una obra de teatro o un poema nos libera de lo cotidiano; hace volar nuestra imaginación para conectar con el autor con independencia del tiempo en que haya sido escrita la obra literaria. Eso es lo fascinante, para establecer ese lazo de unión con el creador incluso fallecido. Sería muy duro para los amantes de la lectura que nos privaran de ese placer, casi necesidad, sobre todo en momentos turbulentos e indecisos.
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Resultaría del todo ingrato comenzar este artículo sin expresar mi sincero reconocimiento a Miguel y a Aldo García, y por supuesto, a mi querida Pilar Eusamio, que alentaron a Drácena a convocar unas mesas-coloquio durante la semana pasada en su librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes, de Madrid, donde he figurado desde aposentador hasta ponente anunciado en los carteles, o incluso de sustituto de socorro ante la imprevista ausencia del profesor Carlos Sandoval por un angustioso percance doméstico.
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María Rosa de Gálvez fue una escritora polifacética entre el neoclasicismo más afrancesado y el incipiente romanticismo decimonónico. Su actitud vital y su producción literaria incomodaron en unas décadas marcadas por cánones masculinos.
“Adornan este alcázar soberano profundos pozos,
perenales fuentes, huertos cerrados, cuyo fruto sano es bendición y gloria de las gentes”
Nada más entrar en el Parador Nacional de Turismo de Guadalupe sorprende este verso de Cervantes impreso en la puerta de cristal que, desde la recepción, da paso a su patio principal.
¿Quién dio dignidad a nuestra lengua para que se la considerara adecuada en las ciencias y en la literatura? ¿Quién reguló el castellano, lengua romance hablada por el populacho incapaz de expresarse en latín con corrección? El inolvidable Don Elio Antonio de Lebrija, más conocido como Nebrija.
Y si nos atreviéramos a contar la guerra de Ucrania desde el juego de perspectivas que levanta ‘Babel’? ¿Y si nos acercásemos a la devastación del hombre contemporáneo cruzando el agónico vuelo de ‘Birdman’ con el descenso a los infiernos de ‘Biutiful’? No les oculto que sigo y persigo a Alejandro González Iñárritu como uno de los contados realizadores contemporáneos que entiende el cine como un arte mayor.
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Con su extensa y variada producción, Soledad Acosta de Samper se atrevió a meter baza literaria en campos restringidos a los hombres. Dada su vocación pedagógica, desarrolló importantes proyectos sociales dirigidos a sus compatriotas mujeres.
Ignoro si ha sucedido con toda intención o, como parece, por mera coincidencia, pero ciertamente presentaba algo de celebración de la Diada, aunque carente de las suspicacias, de los agrios desafíos en los discursos y de los pitidos y gritos insultantes que suelen envolver en la actualidad a los actos de esta conmemoración en Barcelona; pues, por el exacto solapamiento de las fechas, lo acontecido en Madrid no podía escamotear un ineludible eco a esta fiesta; sin embargo, en sosegada, en espléndida y, sobre todo, en merecida; ni más ni menos que, tras ciento veinte años desde que el entonces empresario del Liceo, Alberto Bernis, se negase al estreno de La Celestina (1902), el Teatro de la Zarzuela subía a escena esta tragicomedia lírica de ese gran y siempre memorable catalán, que fue Felipe Pedrell; de quien, por otra parte, este agosto, se ha cumplido, bajo el más ominoso silencio oficial, el centenario de su muerte.
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