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artículo de opinión

24/07/2023@06:06:00

Ayer, con las votaciones, concluyó una campaña electoral sudorosamente larga: ni más ni menos que comenzó al día siguiente de los comicios municipales; es decir, el mismo suma y sigue prolongado durante mes y medio. Aunque no niego que haya presentado sus alicientes como el monumental atasco de Correos que el probo empeño de los funcionarios ha podido salvar con decoro, o esa otra novedad de los trackings diarios bajo la cabecera de los periódicos, que la ha envuelto con un aire de competición donde se admitiesen apuestas. Por lo demás, los mensajes de los candidatos resultaban tan archisabidos que servidor solo aguardaba ese momento estelar cuando se descuajaringa el tablado entre alaridos de espanto o, en su defecto, ese otro cuando el orador se tropieza y acaba de morros a los pies de la primera fila; pero, vaya, no hubo tal y debí como ustedes conformarme con la menestra de repetidas soflamas, de manidas acusaciones y de pronósticos fatalistas que hoy ya son mero olvido.

“Soy el más pobre e infeliz de los mortales, pero ahora tengo mi medida llena, y para mi dicha no hay límites” A. Cosani.

Han sido muchos los autores que se han ocupado en Occidente de la denominada filosofía oriental entre ellos Jorge Luis Borges en colaboración con Alicia Jurado cuando escribieron su “¿Qué es el budismo?” cuando fueron los europeos los que sintieron un interés por llegar a esas latitudes un tanto desconocidas.

Si eres muy joven, encuentras la estupidez de los demás, e incluso la tuya, casi divertida, estimulante o por lo menos risible. En la madurez la estupidez te irrita. Y cuando te haces viejo sólo te produce melancolía. Así estoy yo, melancólico, como atrapado en una canción del Sabina de finales de los ochenta, mientras tontos de todos los colores se enseñorean de los foros de discusión en los medios tradicionales y, sobre todo, en las redes sociales. El lamentable éxito de VOX en las recientes elecciones municipales ha puesto en circulación de manera incontrolada el término “fascista”, utilizado a cascoporro por quienes no han leído jamás un libro de historia o un ensayo riguroso de teoría política. Algunos libramos, nec spe nec metu, una batalla perdida de antemano para poner una nota de sensatez en medio de la histérica algarabía, pero sabemos que no hay nada que hacer. De ahí la melancolía.

Las noticias inesperadas suelen ser buenas; las malas, ya se las rumia cada cual con anticipación y hasta con desvelo, y cuando fatídicamente se cumplen, carecen de novedad. Pues bien; una de esas alegres sorpresas nos sucedió en Drácena cuando editamos el año pasado Las cerezas del cementerio (1910), de Gabriel Miró. Se agotó apenas transcurrido un mes para nuestra satisfacción pero, sobre todo, para nuestra perplejidad, porque cuando publicamos esta novela —el primer relato largo de Miró con las costuras bien ajustadas— pretendíamos dos cosas; en primer lugar, proseguir nuestra quijotesca cruzada contra la ignorancia y la pedantería con que los mass media y las actuales novedades librescas pisotean nuestro idioma, y en segundo —y si quieren más sentimental—, rescatar a un escritor que, muy a pesar de serlo hasta la médula, sufrió tal cadena de desaires que, hoy, entre el común, su nombre apenas significa algo distinto a una calle o a una plaza.

Ahora que estamos en medio de una campaña política, ustedes pensarán que los que se prostituyen son los políticos cuando dejan a un lado sus ideales. Y tienen razón, pero en esta ocasión Azucena del Valle en su artículo "Bragas sin frontera" nos habla, muy a las claras, de la prostitución y la trata de mujeres. Vani y Puri nos ilustran de cómo se sigue haciendo esto después de tantos siglos. Se nos tenía que caer la cara de verguenza, pero como los políticos la tienen de cemento, todo seguirá igual sin quererse solucionar. Cien por cien, Azu.

Me encontraba en el lugar equivocado, me encontraba en el país correcto, Francia, en la ciudad correcta, París, aquella a la que 50 años antes había llegado como refugiado político expulsado desde la cárcel de Rancagua por la dictadura.

Introducirse en la Obra y en la Vida del profesor Óscar Pujol Riembau nos lleva a indagar fuera y dentro de nuestras fronteras y no solo eso… Ante la reciente aparicíón de “La Bhavad Gîtâ”, su autor no solo nos introduce en este meticuloso trabajo sino que nos hace volver a leer todas las obras que ha escrito anteriormente.

Hay noticias que suscitan de inmediato el célebre título de Sigmund Freud, El malestar de la cultura, publicado en Viena en 1930. Por ejemplo y sin abandonar aquella admirable ciudad, me entero de que el Wiener Zeitung, el diario vivo más antiguo del mundo, fundado en 1703 y cuyo primer número apareció el ocho de agosto de aquel remoto año, bajo la cabecera de Wiennerisches Diarium —el Diario vienés— deja de editarse en papel; continuará, cierto, pero en la red, privándonos de extenderlo ante un expreso cada vez que nos sentemos en el Demel, en el Sperl o en el majestuoso Central, mientras aguardamos su vuelta del Raimundhof donde ella descubrió una fruslería sin la que le resulta inconcebible que regresemos a Madrid.

Llevo muchos años escribiendo en los periódicos con la finalidad de ofrecer una reflexión sobre lo que veo y pienso. Siempre he procurado hacerlo desde el espíritu crítico y, por supuesto, evitando todo ataque personal. Cuido las formas porque estoy convencido de que ahí está el verdadero fondo del pensamiento. Lo expresado con vulgaridad es, irremediablemente, vulgar. Paso a paso y sin descanso, una parte muy considerable de nuestros conciudadanos se ha ido acostumbrando a la bronca, a la grosería y a la mofa, cuando no al insulto, a la agresividad y no al diálogo, a ser más ocurrente, pero no más inteligente.

PLAZA DE GUIPÚZCOA

Fíjate si está revuelto el patio que, con lo que a mí me mola el cotarro político, acabo de enterarme que en España hay un ministro que se apellida Miñones. No sé en qué país vivo yo o en qué país vive él.

Si estamos de acuerdo en que casi todos los deportes son más que deportes, todavía lo estaremos más en una evidencia paralela: en el Tour de Francia siempre hay dos ganadores incontestables: el Tour y la misma Francia. Culto a lo propio, pero también apertura a lo mejor de lo ajeno. Tal vez por aquello de que siempre gana el Tour, casi parece secundario quién entra en París con el maillot amarillo.

Cuando se cerró la puerta del ascensor, permanecimos un buen rato en silencio, entre asombrados y admirados. Nos sentamos en el balcón y, sin más preámbulos, reconocimos que Mary es una ciudadana poco habitual. Acabábamos de vivir una tarde casera, acampados en el espacio de felicidad que proporciona el diálogo con una mujer que, además de saber leer y escribir, solo pudo estudiar cómo alimentar y educar a tres hijos limpiando casas. Con Mary, que nos visita con cierta frecuencia, no recordamos haber comentado nunca el último telediario ni asfixiarnos en la burbuja morbosa de Antena 3, Telecinco y similares pantallas despistantes.

Lo confieso, yo también he coqueteado con la muerte. Tenía un atenuante: la inconsciencia de la juventud, esa edad en la que te crees inmortal. Cada verano juntaba mi precario capital y embarcaba hacia los destinos más excitantes que pudiera imaginar. La selva centroafricana no fue el menor, pero allá, antes de adentrarme en los Virungas, donde paraban Dian Fossey y sus gorilas de espalda plateada, firmé un contrato muy parecido al suscrito por los tripulantes del Titán.

Me gustan la música y la letra de mis 70 principales. Por supuesto, unos temas más que otros, como ocurre con tantas cosas de la vida y de la edad o de la edad de la vida. Me apetece enumerar algunos para conocer lo que atesoro. Cuando paseo por la playa, por ejemplo, no me canso de oír el mar o de ver las nubes jugueteando con el viento, dibujándose a sí mismas.

Un ser humano adulto puede sobrevivir hasta tres minutos sin oxígeno, tres días sin agua, tres semanas sin alimento. Eran cuatro niños, con edades comprendidas entre los trece años y los once meses. La avioneta en la que viajaban con su madre y dos personas más colapsó cuando sobrevolaban el Caquetá. Los tres muertos. Los cuatro hermanos sobrevivieron cuarenta días perdidos en lo profundo de la selva colombiana “entre jaguares, serpientes y plantas venenosas”, subrayaban los teletipos, para acentuar el drama. Imaginemos ahora un giro de cámara. Otras junglas, otras evidencias ante las que la mirada occidental apenas parpadea.