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artículo de opinión

18/05/2022@12:00:00

Los clásicos son las obras que nos hablan a través de los tiempos sin perder vigencia ni frescura. Sus tonos, sus temas y sus preceptos marcan el ritmo de los sucesivos movimientos artísticos. No pasan de moda, no se vuelven obsoletos, no se pierden en los estantes.

PLAZA DE GUIPUZCOA

No es cuestión de si estás conmigo o contra mí. En esta columna puedes ir a tu bola cuando opino de Pegasus, Sánchez o la ministra de Defensa. Por cierto, a cada cual lo suyo, Margarita Robles aguanta el tipo como una cosaca ucraniana. Eso sí, yo en su lugar me quitaría la mascarilla en el Congreso.

He sobrevolado los Andes a bordo de una avioneta destartalada, pero sintiéndome tan cerca del cielo que hubiera podido tocar la Cruz del Sur con mi mano. He navegado el viejo mar de Ulises tendido en la cubierta de un pesquero, sin saciarme contemplar el fulgor de Orión. He cruzado el Sahara de punta a punta y cada noche, en mi cuna de dunas, veía sobre mí ese firmamento oceánico. Millones y millones de estrellas, tantas que te vencía el vértigo de caer hacia lo alto.

PLAZA DE GUIPÚZCOA

Eso de “la familia bien, gracias” es una “fake”. Si no tienes un cuñado cabroncete, te toca una suegra petarda como la madre de Ben Affleck o una nuera insaciable como Jennifer López. La Jenni ha exigido a su churri cuatro cópulas a la semana por contrato. Eso es acoso, tía. Donde hay confianza, da asco.

Allá en Shangai, con un 90% de su población vacunada, un rebrote primaveral de la variante Ómicron vuelve a activar los más drásticos confinamientos. Ningún problema en Occidente. Como si a la pandemia se la venciera por decreto, celebramos la llegada de la bella estación declinando el uso de mascarillas. ¿Realmente estamos en el umbral del ‘Gran Reseteo’?

En la primera vuelta se elige, en la segunda se elimina. Así decía el viejo adagio acerca de las presidenciales francesas. Desde hace cinco años sucede a la inversa. Debacle tras debacle, la derecha gaullista y la izquierda miterrandiana han vuelto a resultar laminadas en esa primera vuelta. ¿Por quién? Por la revolución conservadora que no deja de expandirse ante la ceguera de las élites.

PLAZA DE GUIPÚZCOA

No creo que el “Nuevo Orden Mundial” sea un cuento con final feliz. No nos enteramos de lo que se está cociendo, tío. Y eso que yo me lo curro en redes sociales. Sigo en mi trinchera viendo venir las bofetadas. Me río yo de la de Will Smith por defender a su mujercita.

Te llamas Juan, Iñaki, Santiago. Sumas meses conduciendo tu camión y pagando el gasoil cada día a un precio más alto, durmiendo en la cabina, comes basura, porque ya no te puedes permitir ni un menú de carretera. Vuelves a casa, tienes mujer y tres hijos. El único ingreso familiar es el tuyo, haces las cuentas y una vez más el balance te sale a pérdidas. ¿Qué vas a hacer? Conectas el televisor y una ministra que acaba de aplicarse a su salario de setenta mil euros una subida del 2% te dice que eres un ultraderechista y que no mereces sentarte a su mesa.

De tanto en tanto conviene homenajear al paisanaje y al lugar de dónde uno es. Reconforta y armoniza los desmadejados recuerdos, produce una cierta conformidad de ánimo y permite seguir tirando con un hondo y tenue optimismo. Pues bien; dos acontecimientos me lo han propiciado; el primero de ellos ha sido la publicación de mi primo Vicente Valero-Costa de una novela singular por ambiciosa —virtud que debe acompañar a la literatura o a todo cuanto aspira a serlo—; se trata de Celia y las libélulas.

Aunque esté al alcance de cualquiera, al pie de Ulía, pido disculpas por vivir en el paraíso. Tiene la forma de un jardín frente a mi ventana. Durante todo el año, el verde perenne de un macizo de bambúes, un magnolio y dos familias de palmeras. Desde hace tres semanas, la gran explosión silenciosa y secuencial. Primero el majestuoso tilo y los abedules de hojas como pequeños corazones. Luego los castaños, levantando sus cálices blancos y rosados. También el pruno solitario, una llamarada violeta en la fronda. Después los arces y el liquidámbar, que irán variando su tonalidad del turquesa al carmesí. El último, ese ginko que asoma ya sus brotes. Son como viejos amigos que vuelven. Como ver a la joven diosa que regresa tras una larga estación en el invierno.

Como sabrán, el domingo pasado, los franceses le renovaron la presidencia a Emmanuel Macron, natural de Amiens, capital del Somme —tradicionalmente llamado La Picardía—; departamento donde ha vencido Madame Le Pen, con el 51 % de los votos emitidos; aunque, en muy versallesca correspondencia, dicha señora haya perdido —obteniendo solo el 20 % de los sufragios ejercidos— en su departamento natal, el Alto Sena.

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No sé cuántos broches de solapa puede tener Nadia Calviño. Como para poner un mercadillo, tío. Cada vez que saca uno, lo apunto: Una libélula, un zurullo, una flor, lleva unos cincuenta desde que es ministra.

Ante una masacre como la de Bucha no caben razones: sólo el espanto ante el horror. No obstante, cuando cualquier guerra entra en la espiral de lo aberrante es cuando más conviene ahondar en sus orígenes. Nada disculpa la responsabilidad de Putin. Tendemos a olvidar, sin embargo, las sucesivas abdicaciones que han precipitado esta vuelta atrás en la historia. Conocemos la geopolítica de bloques. Hablemos de la geopolítica energética subyacente y de sus derivadas macroeconómicas.

Todavía recuerdo cuando, apenas comenzada El nombre de la rosa (1980), el novicio Adso se quedaba absorto ante la portada de la capilla de la abadía. En aquella sucesión de figuritas sobre las arquivoltas, rodeando a la divinidad de su tímpano, el jovenzuelo hallaba prefigurada minuciosamente la gloria a la que aspiraba su alma tras la muerte. Al reproducirnos estas ensoñaciones del frailecico, Umberto Eco deseaba transmitirnos la mentalidad dominante durante el Medievo, donde lo icónico se había impuesto arrasadoramente sobre la palabra escrita; circunstancia capital para entender la época. Y tal vez porque la había orillado en “La Edad Media ha comenzado ya”, primera de las ponencias recogidas en el tomo La nueva Edad Media (1974), le urgiese exponerla con el detenimiento con que se explaya en este singular pasaje novelesco.

No vamos a hablar aquí del salero con el que algún dirigente dispone sobre la soberanía del Sáhara “español” ni sobre las guerras verdaderas que nos afligen (dejamos los temas de actualidad para la incisiva y simpar Begoña Ameztoy), pero sí de curiosidades sobre una guerra del pasado y, en general, de un fenómeno lingüístico bien conocido: el de usar nombres propios como comunes.