Relato
Belarmino había acudido a la catedral a misa de mediodía como siempre, y después, según acostumbraba a hacer los lunes, fue a confesarse con don Antonio, párroco de la zona. Sintiendo el alma y el espíritu limpios, decidió darse un baño en las termas de la ciudad antes de ir a comer. Caminó por las estrechas calles de la ciudad hasta que llegó al edificio que albergaba las piscinas. La empleada lo saludó por su nombre, le cobró y le entregó unas toallas, al tiempo que le decía con amabilidad que era el primer cliente del día. Belarmino le dio las gracias, y se dirigió hacia la zona de los manantiales. Una vez allí, se desnudó, caminó hacia las escaleras de piedra que daban entrada al agua. La atmósfera que se respiraba era de quietud y calma, solo rota por el ruido uniforme que producían los chorros de agua templada al caer.