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Ángel Silvelo Gabriel

30/05/2018@00:00:00

La historia del pensamiento se caracteriza, entre otros muchos planteamientos, por la dicotomía entre razón y fe. Desde que el mundo es mundo al ser humano siempre le ha asaltado la necesidad de saber si existe algo más allá de la vida.

"El juego de los deseos" es la historia de tres mujeres que, aparte de luchar contra sí mismas y su destino, tendrán que hacerlo contra un caso de acoso sexual dentro las Fuerzas Armadas que, en este caso, el autor aborda desde el punto de vista garantista de su marco jurídico y normativo. El acoso sexual, pero no sólo éste, sino también las consecuencias que la guerra tiene sobre las mujeres que allí prestan sus servicios en las Unidades del Ejército en las que están destinadas, sirven de marco existencial para esta aventura narrada en un tono poético y a veces desgarrador, y que está concebida, en cuanto a su esencia, como la película Thelma y Louise.

Adentrarse en el universo literario de Robert Walser es hacerlo en un torrente de palabras que te sumergen en un abismo intelectual y narrativo que no te deja indemne. Su mirada hacia el mundo desde la parquedad de lo cotidiano no para de abrirnos nuevas sendas que nos llevan desde lo más anecdótico a lo más profundo con sublimes momentos plagados de ironía, laconismo, humor, y cómo no: melancolía.

No hay mayor soledad que la que nos acoge en la muerte, o quizá sí, aquella que nos acompaña cuando nacemos antes de caer en brazos de nuestra madre. La muerte es ese espejo oscuro que debemos atravesar solos, a veces, en la cercanía de nuestros familiares; y en otras ocasiones, lejos de todo aquello que nos resulta cotidiano o cercano.

¿Quiénes somos de verdad?, esa es la pregunta que Ray Loriga se hace en su nueva novela, "Rendición", como si fuera un Gulliver distópico que necesita de la mirada de los demás para saber cuál es el propio tamaño de su valor, y de paso, de su existencia y el mundo. Aquí, el autor arriesga, y podríamos decir que sale victorioso, pues ha trazado la línea de lo admisible y lo previsible para saltársela desde la primera línea y atreverse a romper con el resto de su producción literaria hasta el momento.

Ayer se cumplieron 129 años del nacimiento del poeta portugués en el cuarto izquierda del número 4 del Largo de San Carlos, frente a la Ópera de Lisboa. «Lisboa con sus casas/ de varios colores…/ A fuerza de diferente, esto es monótono, como, a fuerza de sentir, me quedo sólo pensando./ Sí, de noche, acostado pero despierto/ en la lucidez inútil de no poder dormir,/ quiero imaginarme alguna cosa/ y siempre surge otra (porque hay sueño,/ y, porque hay sueño, un poco de ensueño),/ quiero extender esa mirada con la que imagino hasta los grandes palmares fantásticos,/ pero no veo nada más,/ contra una especie de lado de dentro de los párpados,/ que Lisboa con sus casas/ de varios colores.» (1)

Allá donde no crecen las pelusas, en los confines del infinito que atrapa a nuestra imaginación y a nuestros sentimientos, en ese lugar que nadie conoce porque nadie se atreve a asomarse a él, la voz poética de Elena Medel va rebuscando en las inhóspitas paredes del alma, de su alma, esos porqués para los que nadie tiene respuesta.

Hay muchas preguntas a las que jamás encontraremos una respuesta, quizá, porque no la tengan, o también porque nosotros mismos no somos capaces de encontrársela. En esa encrucijada es donde parece estar sumido el protagonista de esta historia de derrotas anímicas. Él que dedicó toda su vida a interpretar y reinterpretar la conducta del ser humano a través de la literatura, acabó, sin embargo, dibujando el retrato de la desesperanza en una huida hacia ninguna parte que sólo se puede saldar de una forma trágica.

Quizá no haya nada más sutil que la corriente de aquel que deja las preguntas en el aire con la certeza DE que es él quien maneja la situación y el poder. Ese fariseísmo tan instalado en nuestra sociedad actual es más chirriante si cabe cuando procede de esa falsa progresía que no ha sabido actualizar el discurso del siglo XIX a nuestros días.

El silencio de una mirada, la fragilidad de una caricia, el despertar de una nueva sensación a través de la contemplación del cuerpo del otro, o la necesidad más imperiosa de dar salida a la pasión que nos mueve por dentro, sólo son algunas de las múltiples posibilidades del deseo y, que en la película, La seducción, de la directora norteamericana Sofia Coppola, buscan una salida en éstas y otras manifestaciones más ocultas que sólo el deseo sabe mover y articular aunque todas ellas se alejen de la razón.

Asimilar la muerte del hijo con las herramientas que nos proporcionan las palabras y los recuerdos que, igual que una soga que se va desplazando por nuestro cuello, nos van dejando la marca del dolor. No hay excusas para la huida, pero desandar el camino del amor, la vida y las sensaciones que nos provocan la ausencia, es lo que nos va a permitir distanciarnos del dolor, la muerte y sus consecuencias.

Habitar entre las sombras, en un segundo plano, fuera de lo que vemos a nuestro alrededor. Allí donde la realidad es otra, y donde las personas que son capaces de llegar a ese territorio invisible es porque poseen una íntima necesidad de no tropezar con la cruel realidad. Ahí es donde residió en demasiadas ocasiones Adelaida García Morales, y donde consiguió hacerle una mueca a los fantasmas, a los propios y a los ajenos.

En ocasiones, las palabras pierden el sentido para el que fueron creadas, y dejan de ostentar el valor y el simbolismo que en sí mismas poseen. Su contrario y su máximo enemigo ese el silencio, o eso al menos es lo que podríamos suponer antes de ver la obra de teatro Refugio, donde su autor, Miguel del Arco nos expone con buenas dosis de brillantez que no es así, pues el ruido (esa carga de decibelios que en sí mismas poseen las palabras —y su abuso—, tanto en el uso que de ellas hacemos como el volumen de su ejecución sonora), produce en nuestros sentidos una confusión tan alevosa como la del propio silencio cuando se comporta como una carga insoportable para nuestras conciencias, pues ese parece ser el antídoto contra el pensamiento, la racionalidad o la coherencia de los arquetipos de seres humanos que salen a escena en Refugio.

Después de leer "Lenta luz de La Habana" de Ramón Surroca, cabe preguntarse cuánto pesan el alma o la dignidad, sobre todo, si sobre ellas se proyectan las sombras de los ideales de un régimen que comenzó siendo liberador para terminar convirtiéndose en totalitario. «No hay nada más veloz que la luz…, como los sueños que se resisten a morir», nos dice el autor al final del prólogo con el que se abre esta novela, y en el que ya nos ubica en el lugar y en el tiempo sobre el que transita esta historia que nos muestra el peso de la dignidad del desencanto, algo tan inmaterial como el alma o la materia de la que están fabricados los sueños, pues nadie más que uno mismo sabe de su valor y su trascendencia.

La expiación de la culpa y el dolor no entiende de los argumentos que el desgarro proporciona a nuestra condena, porque ahí es donde la solidez del miedo frente a los recuerdos nos hacer ser vulnerables como sólo lo somos en las encrucijadas de la vida cuando la peor de las desgracias nos estalla delante del corazón.