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Álvaro Bermejo

08/04/2022@06:00:00

Ante una masacre como la de Bucha no caben razones: sólo el espanto ante el horror. No obstante, cuando cualquier guerra entra en la espiral de lo aberrante es cuando más conviene ahondar en sus orígenes. Nada disculpa la responsabilidad de Putin. Tendemos a olvidar, sin embargo, las sucesivas abdicaciones que han precipitado esta vuelta atrás en la historia. Conocemos la geopolítica de bloques. Hablemos de la geopolítica energética subyacente y de sus derivadas macroeconómicas.

Te llamas Juan, Iñaki, Santiago. Sumas meses conduciendo tu camión y pagando el gasoil cada día a un precio más alto, durmiendo en la cabina, comes basura, porque ya no te puedes permitir ni un menú de carretera. Vuelves a casa, tienes mujer y tres hijos. El único ingreso familiar es el tuyo, haces las cuentas y una vez más el balance te sale a pérdidas. ¿Qué vas a hacer? Conectas el televisor y una ministra que acaba de aplicarse a su salario de setenta mil euros una subida del 2% te dice que eres un ultraderechista y que no mereces sentarte a su mesa.

Desde Freud a Fromm, la filosofía psicoanalítica considera todo acto de destrucción o de autodestrucción como una patología que anula la condición humana. Lo inhumano acecha en el umbral de lo humano, como el mal desafía al bien y la locura a la razón. Esta psicopatía se da a todas las escalas: puede afectar a individuos, a naciones, a estructuras continentales.

No dudo que dos de los agraciados por los ripios del rapero Pablo Hasél, como Patxi López –“Merece que explote el coche de Patxi López”- o Mario Vaquerizo –“El universo es esquizo, qué diablos hizo para que surgieran engendros como Mario Vaquerizo”- estarán encantados ante la premura con que nuestro Gobierno y doscientos artistas íntimos del ilustre pegamoide, como Almodóvar o Javier Bardem, han reaccionado ante su condena solicitando una revisión de los delitos relacionados con excesos en el ejercicio de la libertad de expresión.

Desde su entrada en París un 18 de Brumario hasta su muerte en Santa Helena, la figura de Napoleón ha provocado un verdadero frenesí exegético. A tanto ha llegado la hagiografía del Gran Corso, que incluso ciertos esotéricos han llegado a postular que nunca existió, que más que un hombre fue un mito solar, un deslumbramiento.

Sus adeptos rendían culto a Isis, a Buda, a Cristo. También a Lucifer. Sin embargo, les acompañarán personajes como Gandhi, Yeats o Edison. Entre persecuciones y escándalos, la Sociedad Teosófica fundada por Madame Blavatsky, además de una Nueva Espiritualidad, anticipa el Feminismo, el Ecologismo, la New Age. ¿Hasta un salvator mundi como Krishnamurti?


El psicoanálisis tiene un punto detectivesco. ¿Tanto como los detectives algo de psicoanalistas? Las coincidencias en el método no parecen casuales. Sucede algo semejante con dos de sus iconos: Sigmund Freud y Arthur Conan Doyle. El primero bien pudiera haber sido un personaje del segundo, pues las similitudes entre el más notorio de los suyos –Sherlock Holmes-, y el célebre psicoanalista austriaco revelan un inquietante parentesco que trasciende lo literario.

Cuando Unamuno partió hacia su exilio en Fuerteventura solo metió tres libros en la maleta. Uno de ellos era los "Cantos" de Leopardi. Pienso a menudo en esa imagen por una razón: En estos tiempos de coronavirus, la única manera de leer a los clásicos pasa por el exilio interior.

La noticia saltó el día en que veíamos a una precaria orquestina ucraniana intentando levantar la moral de la población a la espera del asalto ruso, en Odesa. Esta columna se hubiera titulado ‘Los músicos del Titanic’ de no mediar el suceso que cerró aquel telediario. Una expedición científica acababa de localizar los restos de un buque no menos legendario: el ‘Endurance’ de Ernest Shackleton. Zarpó en 1914 con una hoja de ruta imposible: atravesar el infierno blanco de la Antártida.

Vibria o Cuélebre, Tarasca o Herensuge, el gran Draco Magnificens es algo más que el monstruo de los monstruos. Espejo de todas las cosmogonías, pero también de nosotros mismos, en su último libro -Aquí hay dragones- Álvaro Bermejo documenta las Sendas de Dragón que cubren toda nuestra geografía. Tal vez los primitivos guanches hubieran interpretado la erupción del Cumbre Vieja como el despertar de su viejo dragón. Tal vez la pandemia que nos ocupa sea otra emanación suya. El aliento del Fin de los Tiempos.

¿Harían una pareja feliz Cleopatra y Casanova? ¿Cómo se las ingeniaría Valmont ante Salomé? ¿Y si Tristán cayera en las redes de Lana Turner, en vez de en las de Isolda? ¿Qué hubiera sido de George Clooney en Quemar después de leer, si esa carta la hubiese rubricado la Carmen de Merimée? En este arte de los preliminares, los atributos sucumben a la estrategia. Por eso, y por más que la literatura rebose de burladores legendarios, la seducción -antítesis de la violación- es femenina. Las delicias del “coitus reservatus” feminizan a cualquier candidato a Don Juan. Incluso en los infiernos.

El dandi sanguinario que encarnaba Jack Nicholson. El agente del caos con sus ojos hervidos en cráteres de khol al que dio vida Heath Ledger. O, finalmente, el Joker de piel cadavérica y sonrisa acuchillada que ha llevado a Joaquin Phoenix al Olimpo del séptimo arte. ¿Hijos del siglo? Sí, pero del XIX. Todos ellos emergen de dos tinteros magistrales. Víctor Hugo y Alejandro Dumas fueron sus padres putativos. Hasta que Francis Bacon, ya en el XX, lo incorporó a su galería de los horrores contemporáneos.

Aclamaron la Toma de la Bastilla como el nacimiento de una nueva era, pero la inversión de la Libertad por el Terror les llevó a permutar una revolución por otra. Si la Francesa acabó en un baño de sangre, ellos impusieron la Revolución de la Sensibilidad. Aquellos beatniks del XVIII que seguían los pasos del joven Werther denegaron el poder de toda sociedad para garantizar el progreso de la humanidad y buscaron la revelación del Yo a través de la soledad. Héroes del abismo, de la melancolía, de los reinos de ultratumba, mientras forzaban los límites de la experiencia, anticiparon nuestra modernidad.

En estos días de confinamiento, celebramos el Día del Libro tal vez sin reparar en que quienes lo justifican, fueron dos ilustres confinados como Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Sus obras derriban muros, abren espacios donde los confinados desafían todos los confines. Es así como el libro, cualquier buen libro, se nos presenta simultáneamente cono vacuna y vector de libertad. Porque libro y libertad, liber et libertas, son sinónimos de un antivirus universal, llamado literatura.

Aunque no lo parezca, el pavor metafísico que experimentábamos durante aquellas noches de difuntos de tiempo atrás, cuando veíamos surgir por la espalda de Don Juan Tenorio al espectro del Comendador, tiene mucho en común con todo lo que fantaseamos –y fantasearemos, una vez que la pesadilla quede atrás- a cuenta de la pandemia del Covid-19.